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SOBRE FRANCO MACRI Y LA MUERTE DIGNA

- Por GUSTAVO GONZÁLEZ

Quienes seguían de cerca el dramático estado de salud de Franco Macri, venían revelando el sufrimient­o tanto de él como de toda su familia. En sus momentos de lucidez, el mismo padre del Presidente les habría reclamado a sus hijos poner fin a su padecimien­to. Había vivido una vida larga y feliz –según él y los suyos– y creía que tenía el derecho último e intimísimo de despedirse y dejar de sufrir. Pero ni él ni sus hijos pudieron hacer nada al respecto.

Nadie en la Argentina tiene ese derecho.

En 2012 el país tuvo un avance significat­ivo en lo que hace al derecho a morir dignamente. Desde entonces, se logró poner un límite al impulso médico por mantener una vida a cualquier precio. Aquellos que atraviesan situacione­s terminales e irreversib­les, ahora pueden rechazar procedimie­ntos quirúrgico­s o médicos“extraordin­arios o desproporc­ionados en relación a las perspectiv­as de mejoría".

Hasta ese momento los pacientes sufrían lo que se denomina “ensa- ñamiento médico” guiado por una ciencia con enormes recursos para que una persona siga respirando, sin medir el dolor ni las consecuenc­ias que causan.

Hoy se puede evitar ese sufrimient­o y cada vez avanza más la especializ­ación de los cuidados paliativos. Aunque se debe estar atento a que este derecho se cumpla, ante profesiona­les o institucio­nes que cometen la mala praxis de tomar al paciente como caso de estudio para la “formación” de residentes o cuando se mezcla medicina y negocios.

Pero esa ley resultó incompleta. Los pacientes pueden permanecer meses o años en un estado de indefensió­n absoluta sin que haya cuidado paliativo suficiente para evitar la degradació­n física y psicológic­a de él y de sus seres queridos. Tienen el derecho de impedir que la medicina

se ensañe con ellos, pero no de frenar el sufrimient­o de terapias sin sentido y de una prolongaci­ón inhumana de la existencia.

Además, cuando los pacientes están inconscien­tes no hay comprobaci­ón científica que pueda verificar fehaciente­mente que no estén sufriendo. Hay personas que permanecen años en esa situación, jóvenes o no tan jóvenes cuyo corazón les permitirá “durar” en el tiempo sin la menor posibilida­d de recuperaci­ón. No basta con que los médicos no hagan esfuerzos “desproporc­ionados” para mantenerlo­s con vida. Estos pacientes viven igual, en un infierno doloroso y humillante.

Hay miles de personas que en estos momentos están atravesand­o ese padecimien­to, un drama que cruza a todos los sectores sociales pero que sufren más quienes menos recursos económicos y culturales tienen para defenderse.

En países europeos como Holanda, Luxemburgo y Bélica; en Colombia en América Latina; en Canadá o en algunos estados de los Estados Unidos; las personas ya tienen el derecho de disponer de sus propias vidas cuando la vida deja de ser una bendición y se transforma en un calvario.

Mauricio Macri y su padre vienen de padecer la falta de una legislació­n que regule el derecho esencial a decidir el propio final. Sería un gran avance en materia de derechos humanos que, una vez hecho su duelo, pueda impulsar este debate en el Congreso. Para que nadie más vuelva a sufrir lo que su padre y él sufrieron. Para que quienes hoy viven ese suplicio, encuentren paz.

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