HOMO LUDENS
La pantalla ya no es el lugar de las estrellas. Durante mucho tiempo fue el baluarte de la aristocracia de la fama: artistas, periodistas, políticos. Pero esas estrellas del pasado no paran el declive de audiencia que registra la televisión, que ve al mismo tiempo que crece la popularidad de programas con personas corrientes jugando a trivias o a sopa de letras.
Hay otro “me too” que no hermana desde el dolor sino desde la ilusión de que yo también podría estar ahí compitiendo por un millón. Mientras el resto de la tele ningunea a los ciudadanos hablándoles de temas que no les interesan ni entienden, hay programas que hacen sentir al espectador que podría estar ahí y que, incluso, podría hacerlo mejor. Cuando los panelistas repiten que la población ha vivido equivocada en las más diversas materias que tratan en sus tertulias, los programas de preguntas y respuestas rescatan a los televidentes y valoran su bagaje de datos que, en otros contextos, resultan inútiles. Cuando los programas de noticias ahondan la brecha generacional al invitar a los adultos a desautorizar a los jóvenes en la cena con un y-vos-qué-sabés, los juegos los habilitan a compartir en familia lo que aprendieron en la escuela.
Desde que empezó el siglo, el reality show se consagró como género donde los televidentes disfrutan de ver gente que se le parece. Y más cuando juegan con ella y pueden festejar que superan al par que está jugando en la pantalla. El homo ludens renace con la simetría de las redes, los videojuegos y los concursos televisivos que permiten que cualquiera sea de la partida y se anime a soñar con el primer puesto.