UN ENIGMA, POR QUÉ
Muchos argentinos la vieron por primera vez reproducida en una lata redonda de dulce de batata o en una rectangular de membrillo, fabricadas por Miguel Berardi y Cía. Algunos nunca supieron que la dama de los dulces La Gioconda era una copia, algo modificada y de distinto color, del retrato más célebre de la historia del arte occidental: “La Gioconda” o “La Mona Lisa”.
“¿No entiendo por qué “La Mona Lisa” es la pintura más famosa del mundo? Si no conociéramos su autoría quizá no sería igual de popular”, protesta una asistente a una charla sobre “periodismo cultural”. La cronista reconoce la rebeldía implícita de la afirmación.
Los datos son conocidos. Se cree que Leonardo Da Vinci aquí retrató a Lisa, la mujer de Francesco Bartolomeo de Giocondo. La obra fue pintada entre 1503 y 1516 sobre tabla de álamo, con la técnica del “sfumato”. Pertenece al Estado francés y se exhibe en el Louvre.
Reproducida al infinito y arropada por leyendas varias, muchos la vieron años atrás bien cerca, antes de que intentaran destruirla e instalaran el vidrio antibala y las barandas de madera que la protegen.
A pesar de las multitudes y los buscadores de “selfies”, su pequeño tamaño, 77 x 53 cm., invita a la intimidad y a dejarse inundar por las sensaciones suscitadas por la mujer que sonríe enigmáticamente y es capaz de seguir con la mirada a quienes la observan. El encuadre moderno y los efectos ópticos afirman su contemporaneidad.
La imposibilidad de encontrar un sólo sentido es lo que profundiza el persistente misterio de esta emblemática pieza, capaz de promover un entrañable y permanente asombro.