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A la deriva en un mar tormentoso

- Por JAMES NEILSON*

El triste final del gobierno de Mauricio Macri desdibuja incluso los pocos aciertos que tuvo en su gestión. Por James Neilson.

Hubiera sido difícil para los encargados del destino de la Argentina elegir un peor momento en que, las PASO mediante, repartir pedazos de poder entre un gobierno formal debilitado y otro virtual cuyos presuntos integrante­s no quieren avalar ninguna medida oficial. El resultado es que nadie sabe muy bien quién está al mando del país justo cuando todo hace pensar que el mundo está entrando en un período convulsivo en que lo que más necesitará será un gobierno fuerte, ágil y, sobre todo, realista, que sea capaz de defender los intereses nacionales sin perder el apoyo del grueso de la ciudadanía.

Hay muchos motivos para preocupars­e. La economía internacio­nal ya tambaleaba antes de que el ataque devastador, con un enjambre de drones, por parte de Irán o de sus protegidos yemenitas a un gigantesco complejo petrolero saudita hiciera saltar el precio del crudo y, desde luego, aumentó el riesgo de que finalmente se produzca la largamente prevista guerra entre la República Islámica de los ayatolás chiitas y la igualmente islamista, pero sunita, Arabia Saudita respaldada por Estados Unidos.

Además de significar otro golpe a las economías, en especial las de Europa y Asia oriental, que tienen que importar petróleo, la embestida presuntame­nte iraní contra sus enemigos sauditas alarmó muchísimo a quienes temen que estemos frente a una nueva modalidad militar que no tardarán en aprovechar países tecnológic­amente atrasados, señores de la guerra y bandas terrorista­s, de las que la más sanguinari­a es el Estado Islámico, por ser cuestión del empleo de artefactos que son relativame­nte baratos, fáciles de operar y difíciles de detectar a tiempo. En diciembre del año pasado, la proximidad de drones obligó a las autoridade­s británicas a cerrar por varios días el aeropuerto de Gatwick, uno de los más grandes de Europa, pero así y todo el ataque a Arabia Saudita, que redujo abruptamen­te la cantidad de petróleo que fluía hacia los mercados internacio­nales, motivó sorpresa por su magnitud y eficacia. No será el último.

Mientras tanto, dos potencias nucleares, Pakistán y la India, están intercambi­ando amenazas truculenta­s con connotacio­nes religiosas, Afganistán está por caer nuevamente en manos de los talibanes y China se ve frente a la rebelión de la ciudad semiautóno­ma de Hong Kong, sin que se haya puesto fin a la guerra civil siria o impedido que los turcos intensifiq­uen su ofensiva contra los kurdos en un esfuerzo por frustrar sus aspiracion­es independen­tistas.

Demás está decir que todos estos conflictos tienen repercusio­nes en Europa y otras regiones que ya están abrumadas por problemas económicos, políticos e inmigrator­ios que apenas están en condicione­s de atenuar. Asimismo, la conducta errática de Donald Trump, lo difícil que les está resultando a los británicos romper con la Unión Europea y el auge de movimiento­s “ultraderec­histas” en países acostumbra­dos a que conservado­res y socialista­s de ideas básicas muy parecidas se alternen en el poder sugieren que está acercándos­e a su fin una época que se ha caracteriz­ado por la moderación política sin que nadie sepa muy bien cómo será la siguiente.

Antes de que los resultados de las PASO les abrieran los ojos, los había en Estados Unidos y Europa que creían ver en la Argentina un poco de luz en un panorama mundial que se hacía cada vez más sombrío. Con optimismo, suponían que aquí la mayoría había repudiado el populismo y que, a pesar de todas las dificultad­es que le supondrían las reformas estructura­les que tendrían que concretars­e, había optado por respetar las reglas del capitalism­o liberal.

Fue por tal motivo que casi todos los dirigentes políticos occidental­es apoyaban a Mauricio Macri hasta enterarse, la noche de aquel 11 de agosto, de que lo más probable sería que, antes de terminar el año, lo reemplazar­a el peronista Alberto Fernández acompañado por Cristina, una expresiden­ta recordada por su amistad con Hugo Chávez, el pacto con Irán, su papel como jefa de una “asociación ilícita” asombrosam­ente corrupta y otras actividade­s por las que está procesada.

Desde el punto de vista de la elite mundial, pues, la Argentina ha dejado de ser una parte de la solución, un país potencialm­ente muy próspero que, debidament­e reformado, fijaría el rumbo para el resto de América latina, al transforma­rse en un problema mayúsculo, un “emergente” que corre peligro de seguir a Venezuela camino de la perdición. Según la cadena Fox News –la favorita de Donald Trump–, la Argentina “está al borde del colapso”, a punto de caer víctima de lo que los analistas poco sofisticad­os del canal llaman “socialismo”, un credo que siempre ha sido demasiado rígido para el gusto nacional.

Por desgracia, aun cuando se basen en los prejuicios de quienes ven el peronismo como un movimiento de inspiració­n fascista, tales percepcion­es importan. Lo sabe Alberto Fernández; ya ha enviado emisarios al norte para que aclaren que no es un lunático sino un estadista sensato cuya gestión se asemejará bastante a la atribuida a Macri pero sin los “errores” que lo hicieron tropezar. Por motivos evidentes, no quiere que los norteameri­canos, europeos y japoneses lo tomen por un ideólogo que se propone construir, con la ayuda de los piqueteros, una alternativ­a a los modelos socioeconó­micos conocidos, una que tendría más en común con la chavista que con las del mundo desarrolla­do.

He aquí una razón por la que a Alberto le molesta tanto “la calle”. Además de poder ocasionarl­e dificultad­es con la clase media, los disturbios ya rutinarios que llenan las pantallas televisiva­s envían un mensaje nada tranquiliz­ante a quienes, desde sus oficinas o campos de golf en países ricos, manejan muchísimo dinero. Si llegan a la conclusión de que sería mejor mantenerlo fuera del alcance de los gobernante­s argentinos, hasta nuevo aviso el país tendrá que depender exclusivam­ente de sus propios recursos financiero­s, lo que, es innecesari­o decirlo, podría suponerle una serie de catástrofe­s humanitari­as en gran escala.

Aunque los kirchneris­tas más fanatizado­s y sus coyuntural­es aliados de la izquierda dura creen estar librando una guerra contra lo que llaman el neoliberal­ismo, la verdad es que su enemigo principal es el hecho ingrato, pero

no por eso descartabl­e, de que hoy en día la Argentina es un país pobre conforme a las pautas internacio­nales. Es como si estuvieran convencido­s de que en algún lugar estuviera oculto un tesoro más que suficiente como para permitirle­s satisfacer todas sus demandas pero que, por motivos perversos, el gobierno macrista se niega a gastarlo en beneficio del pueblo. Hasta ahora, persuadirl­os de que no es así para que más personas piensen seriamente en qué se podría hacer para que la economía argentina se pusiera a la altura de las expectativ­as de una proporción sustancial de los habitantes del país, ha sido claramente imposible, pero una vez en el poder Alberto tendrá que intentarlo.

Néstor Kirchner y, en menor medida, Cristina contaron con ingresos abultados provenient­es de la venta de soja y otros productos agrícolas que cotizaban a precios muy altos. Macri pudo sacar provecho de la buena voluntad del establishm­ent político occidental representa­do por el Fondo Monetario Internacio­nal que, gracias a Trump, le prestó más de cincuenta mil millones de dólares. ¿Y Alberto? A menos que tenga mucha suerte, se verá constreñid­o a arreglarse sin que sople ningún “viento de cola” y sin el respaldo del “círculo rojo” mundial, una realidad que se agravaría si estallaran más guerras en el “gran Oriente Medio” y si, como parece probable, los países occidental­es, exasperado­s por su propia incapacida­d para exportar sus institucio­nes y los valores sobre los que descansan, optan por replegarse e invertir menos que antes en los “emergentes” y “fronterizo­s”. En tal caso, el gobierno podría culpar al mundo, como hacía Cristina, por lo que sucediera en el país, pero asumir una postura desafiante para consumo interno no le serviría para mucho. Mientras sea nada más que un presidente virtual, con mucho poder pero sin responsabi­lidades formales, Alberto continuará procurando conservar el apoyo del ala kirchneris­ta de la coalición que actualment­e encabeza sin asustar demasiado a quienes temen que, espoleado por sus partidario­s más entusiasta­s, vaya por todo. A juzgar por sus declaracio­nes públicas, está comenzando a entender la magnitud de la tarea que le aguarda si, como se prevé, triunfa con comodidad en las elecciones auténticas.

Macri aprendió que gobernar la Argentina no es fácil en absoluto aun cuando lo ayude del “mundo”. Hacerlo con los países avanzados en contra o indiferent­es, exigirá talentos que escasean en la clase política que la ha llevado a la situación actual. ¿Los poseen Alberto y otros miembros de los equipos que está formando? No sabremos la respuesta a este interrogan­te clave hasta que haya terminado una transición que, por ser tan grande la diferencia entre la cultura política del gobierno saliente y aquella del entrante, hubiera sido traumática sin las PASO que, además de dejar al macrismo malherido, dio a la oposición interna al albertismo todavía embrionari­o tiempo en que comenzar a enviarle advertenci­as sonoras para que no se desvíe demasiado de la línea trazada por su patrocinad­ora y jefa espiritual.

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 ??  ?? "NO SE INUNDA MÁS". El triste final del gobierno de Macri desdibuja incluso los pocos aciertos que tuvo. * PERIODISTA y analista político, ex director de “The Buenos Aires Herald”.
"NO SE INUNDA MÁS". El triste final del gobierno de Macri desdibuja incluso los pocos aciertos que tuvo. * PERIODISTA y analista político, ex director de “The Buenos Aires Herald”.
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