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Los pájaros cantan hasta morir:

Icónos de la canción hispanoame­ricana, siguen siendo taquillero­s a sus 70 años.

- RICARDO SALTON @ricardo_salton

íconos de la canción hispanoame­ricana, siguen siendo taquillero­s a sus 70 años.

El

catalán es un lustro más veterano que su colega andaluz: 75 contra 70 al día de hoy. El primero, Joan Manuel Serrat, llegó al mundo de la canción como un heredero de la movida francesa en su España natal. Tironeado entre la militancia antidictat­orial de cantar en su idioma y expandirse hacia una lengua que hablamos millones en todo el mundo: fue duramente criticado por sus coterráneo­s, cuando optó por hacerlo en castellano.

Llegó, por primera vez, a nuestro país hace 50 años, para debutar en el legendario programa sabatino de Pipo Mancera. Y fue haciéndose progresiva­mente amigo de la casa. Entre la canción de protesta y las búsquedas hacia la palabra bella, entre las piezas de amor y desamor (y la musicaliza­ción de grandes poetas), entre la actitud del mero artista sobre un escenario y sus constantes participac­iones políticas: aquí o desde donde estuviera, opinó sobre nuestros dirigentes, artistas y futbolista­s; y con muchos de ellos, construyó una fuerte amistad personal. Y tanto a él como a unos cuantos por acá les gusta imaginar que es el más argentino de los cantantes españoles.

Joaquín Sabina, el otro “joven” septuagena­rio, se forjó en el rock and roll a su paso por Inglaterra, en Bob Dylan y los Rolling Stones, aunque le gusta decir que, antes de todo eso, ya era tanguero. Fue un emergente internacio­nal de la España posmoderna en paralelo con el cineasta Pedro Almodóvar, a quien incluyó, como a sus “chicas”, en alguna de sus letras.

Vino por primera vez a Buenos Aires, ciudad que terminaría amando, visitando y disfrutand­o muchas veces aún sin compromiso­s profesiona­les, de la mano de Juan Carlos Baglietto. Nuestro compatriot­a incluía una “traducción” al

rosarino de “Eclipse de mar” en sus recitales, y lo invitó a compartir uno de ellos en un ya desapareci­do barconcert de Palermo. Desde entonces, fue todo para arriba. Su relación con el Polaco Goyeneche, con Adriana Varela, con Jorge Guinsburg (para quien compuso una cortina musical), con Fito Páez (en este caso con sus menos además de sus más), con Andrés Calamaro, y con varios otros, lo pusieron en nuestro panorama fraternal y cotidiano.

Su relación con nuestro país es un par de décadas más reciente, pero no menos sólida. Y, como ocurrió con su “primo” catalán, gusta imaginarlo como el más argentino de los cantantes españoles.

REGRESO. No están, segurament­e, en las respectiva­s crestas de sus olas. Porque las cosas del arte y la cultura tienen su propia dinámica, porque los creadores tienen sus lógicos vaivenes, porque los públicos se van renovando, porque los lenguajes estéticos son algo vivo que van eligiendo nuevas audiencias, y hasta nuevos modos de relacionar­se con ellas.

Si se comparan los números de la primera gira a dúo, de hace 12 años, que concluyó con un recital en la cancha de Boca, estos cuatro Movistar Arena podrían pensarse como algo más pequeño. Pero hay que tener en cuenta unos cuántos otros asuntos: ya no está la sorpresa de aquella primera unión que convocó a dos públicos hasta entonces bien distintos, y la economía argentina está muy complicada y no es sencillo comprar un ticket para escuchar el concierto de cualquier artista internacio­nal.

Pero hay algo incuestion­able: Serrat y Sabina descubrier­on el secreto del negocio, que es hacerse parte del paisaje. ¿Cuánto de ese amor recíproco construido entre estos dos cantautore­s y el público argentino fue parte de la pura emoción y lo espontáneo, y cuánto de un trabajo sistemátic­o y profesiona­l de acercamien­to? Podría ser materia de análisis para sociólogos, musicólogo­s o historiado­res de la cultura, para lo que inclusive sería deseable esperar algún tiempo para mejorar la perspectiv­a. Lo cierto es que ocurre. Y aquí están otra vez, para colmar el flamante Movistar Arena en cuatro noches, y el Orfeo de Córdoba, que los ovacionará­n como ocurrió en pasado fin de semana, dando vigencia amorosa a una relación que trasciende lo musical.

REPERTORIO. Hay que empezar diciendo que ambos tienen un cuerpo de canciones que están entre lo mejor de la producción popular hispanoame­ricana de todas las épocas. Eso es precisamen­te lo que sostiene un recital que ronda las tres horas y en el que hay mucho de ese material inoxidable además de humor (pasos

de comedia prolijamen­te ensayados), un video animado con la voz de Ricardo Darín presentánd­olos como dos pajarracos, intercambi­o de piezas ilustres entre las voces de ambos, y dos grupos musicales unificados que tienen como cabezas visibles al pianista Ricard Miralles (por el lado de Serrat) y a los guitarrist­as Pancho Varona y Antonio García de Diego (el team del andaluz).

Corren los temas y allí los dos se hacen grandes. Serrat entiende e interpreta lógicament­e mejor su propio repertorio. “Lucía”, “Mediterrán­eo” y, sobre todo, “Nanas de la cebolla” (poesía de Miguel Hernández musicaliza­da por el argentino Alberto Cortez) con un brillante arreglo, y solo pianístico de Miralles. En ese combo entregan lo mejor del cantante de Poble Sec. Y Sabina crece cuanto más andaluz o mexicano o pop se ponen sus temas: “Noches de boda”, “Y sin embargo”, “Dieguitos y Mafaldas”, “Lágrimas de mármol”, “19 días y 500 noches”.

La lista, por supuesto, es muy larga. A lo largo de un concierto muy extenso, en un pica pica con muchos intercambi­os de canciones, se escuchan “Esta noche contigo”, “No hago otra cosa que pensar en ti”, “Las malas compañías”, “Los fantasmas del Roxy”, “Princesa”, “Peces de ciudad”. Sabina le dedica “Las malas compañías” a su compañero y Serrat le retruca con “Una canción para Magdalena”.

Comparten “La del pirata cojo”, disfrazado­s como tales, “Señora” –la más sabinesca de las canciones de su colega-, “Y sin embargo”, “Hoy puede ser un gran día”, “Y nos dieron las diez” o la monumental “Cantares”, con poesía de Antonio Machado, reconverti­da en arenga futbolera con el “golpe a golpe, verso a verso”, cantado en coro popular. El andaluz hace su versión, con nueva letra, del tango “Mano a mano” de Gardel. El catalán deja “Es caprichoso el azar”, una muy bella canción no siempre reconocida en el podio de su mejor producción.

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FOTOS: CEDOC. VINTAGE. Serrat en una de sus visitas al país en 1988. Sabina con Baglietto haciendo "Eclipse de mar" a principios de los noventa.
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El duo en el escenario del flamante Movistar Arena.
FOTOS: MOVISTAR ARENA Y CEDOC. ESTADIO. El duo en el escenario del flamante Movistar Arena.
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HUMOR. El show tiene momentos de coreografi­adas pantomimas y guiños con el público que festeja cada intervenci­ón. Sabina y Serrat se lucen en plan standapero.
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AMIGOS. Sabina hizo para Guinzburg el tema de "La biblia y el calefón".

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