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SERRAT ETERNO

- TAMARA SMERLING * * AUTORA DE “SERRAT EN LA ARGENTINA. 50 AÑOS DE AMOR Y AVENTURAS” (PLANETA).

Yo no soy un distribuid­or de verdades”, dijo, alguna vez. Y, sin embargo –a esta altura, qué duda cabe—, Joan Manuel Serrat se parece mucho a ese héroe que siempre estuvo. A poco de cumplir 76, regresa, una y otra vez más, a Buenos Aires. Pero, ¿por qué regresa? ¿Qué lo lleva, después de cincuenta años, en este ir y venir de este y del otro lado del Atlántico? Los ex militantes, las amas de casa, los melómanos, los estudiante­s, los profesiona­les y hasta las tías lo veneran. Es que, como dice Fernando D’Addario, cada uno adopta el Serrat que mejor le quepa. El que romántico y popular cantaba “Tu nombre me sabe a hierba” en los carnavales del club Comunicaci­ones a mediados de los 70, o el otro, intelectua­l de “La Saeta”, el poema de Antonio Machado que grabó hace 50 años. Está el Serrat que llegó por primera vez en 1969 cuanto resonaba la huelga de Sitrac-Sitram y se levantaba la humareda del Cordobazo. El que acunaba a los secuestrad­os de los centros clandestin­os cuando tarareaban “Pueblo blanco”. El que regresó después de ocho años de ausencia y tras la guerra de Malvinas, para reunir desde el escenario el dinero suficiente para comprar la primera casa de las Madres de Plaza de Mayo.

El Serrat que dejaba ir las madrugadas en Mau Mau y cenaba en Fechorías. El que tiraba unos pesos en el Hipódromo y se exiliaba de la dictadura de Franco. El que dejó que dos generacion­es de mujeres suspiraran por sus lunares y su seseo. El que pasaba las temporadas de verano en Mar del Plata y a la salida se topaba con Vinicius de Moraes. Es, como escribió Miguel Hernández en uno de sus poemas, “El rayo que no cesa”.

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