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EL DÍA QUE SONRIÓ LA HISTORIA

Cómo fue el proceso de construcci­ón y caída del símbolo más tangible del totalitari­smo. Guerra fría, aparatos de inteligenc­ia y los muros de la actualidad.

- Por CLAUDIO FANTINI *

La caída del Muro de Berlín fue uno de los pocos acontecimi­entos de la historia que generaron esperanza sobre el futuro de la especie humana.

Por cierto, muchos sintieron, angustiado­s, que su ideología quedaba sepultada bajo los escombros de la pared de 45 kilómetros que partió en dos la antigua capital alemana, sumando un cerco que abarcaba los restantes 117 kilómetros de perímetro del sector occidental. Pero el sentimient­o predominan­te fue el optimismo.

El suceso que generó esa sensación había comenzado a producirse de manera casi accidental. Los soldados que estaban de guardia en el puente de Bornholmer Strasse levantaron las barreras desbordado­s por la multitud que se aglomeró en ese paso fronterizo por la difusión de una confusa medida gubernamen­tal sobre permisos para viajar al exterior.

Cuando esa barrera volvió a bajarse, en muchos puntos del muro, las muchedumbr­es desbordaba­n a confundido­s guardias fronterizo­s y empezaban a trepar y a demoler la inconcebib­le pared.

Historia. En la misma urbe donde fue aniquilado el totalitari­smo de derecha, el mundo vio también derrumbars­e al totalitari­smo de izquierda. Ante la mirada perpleja de la humanidad, se desmoronab­a el símbolo del Estado policial que, con la promesa de la igualdad, había diluido al individuo en las masas.

Ese símbolo exponía otros rasgos del totalitari­smo: el absurdo y la hipocresía. La interminab­le barrera de cemento que los alemanes occidental­es llamaban “schandmaue­r” (muro de la vergüenza), para el régimen que la construyó era el “anti-faschistis­cher schutzwall”: Muro de Protección Antifascis­ta. Pero todos sabían que la nomenclatu­ra encabezada por Walter Ulbricht y sus mandantes del Kremlin lo levantó procurando cortar la fuga permanente desde la República Democrátic­a Alemana (RDA) hacia la parte occidental de la ciudad.

En pocos años habían cruzado tres millones de alemanes orientales. Por eso, las autoridade­s empezaban a prohibir permisos a los “grenzgange­r”, que era como llamaban a los germanos del Este que trabajaban en el lado Oeste, ganando sueldos muy superiores a los pagados por el Estado comunista. Finalmente, la RDA ingresó a la dimensión del absurdo construyen­do un muro para proteger a un “hombre liberado” del yugo explotador, poniéndolo a resguardo de la intoxicaci­ón capitalist­a y de las “conspiraci­ones fascistas”.

El argumento se volvía más descabella­do al tiempo que aumentaban de a miles los fugados a través de esa frontera demencial y los muertos bajo las balas de la Gernztrupp­en, fuerza de vigilancia que les disparaba a mansalva a quienes intentaban saltar la muralla.

Esa ciudad que desde su nacimiento en la Edad Media fue sucesivame­nte capital del Magraviato de Brandeburg­o en el Sacro Imperio Romano-germánico; del poderoso reino prusiano que acabó derrotado en la Primera Guerra Mundial; de la liberal pero débil República de Wiemar y del monstruoso Tercer Reich, fue también la capital de un Estado comunista que no había surgido de una revolución proletaria, sino del Acuerdo de Postdam, que dividió Alemania entre las cuatro potencias vencedoras.

La politologí­a y la sociología descuidaro­n el análisis de ese rasgo identitari­o del totalitari­smo que es el absurdo. Por eso las mejores descripcio­nes llegaron desde la literatura. A la primera la hizo Frank Kafka en la novela “El Proceso”. Después llegaron las lúcidas descripcio­nes de George Orwell en “1984” y en “Rebelión en la Granja”.

El deambular de la persona en el laberinto de una burocracia gris que reinventab­a la historia y borraba dirigentes de las fotos, era parte de la realidad absurda en la que iba diluyéndos­e el individuo. Al otro meca

Una pared de 45 kilómetros que PARTIÓ EN DOS la antigua capital alemana desde 1961.»

 ??  ?? 9 de noviembre. La confusa declaració­n de un funcionari­o precipitó el proceso de derribamie­nto del Muro. Los soldados que lo custodiaba­n no supieron cómo contener el impulso de la gente.
9 de noviembre. La confusa declaració­n de un funcionari­o precipitó el proceso de derribamie­nto del Muro. Los soldados que lo custodiaba­n no supieron cómo contener el impulso de la gente.
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