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Oportunida­d para la paz

- POR UWE MOHR* *DIRECTOR del Goethe-Institut Buenos Aires.

El día de la caída del Muro yo estaba, casualment­e, en Buenos Aires. Apenas hablaba castellano y creí haber entendido mal cuando un taxista me dijo que había caído el Muro de Berlín. Era imposible, impensable: el muro entre el este y el oeste de Berlín parecía inquebrant­able.

Como la mayoría de los jóvenes en Alemania,solo conocía el mundo al otro lado del Muro por las películas de espionaje de la Guerra Fría y por la excursión escolar obligatori­a que hacíamos a Berlín occidental y que incluía pasar una tarde en Berlín oriental. Yo había nacido en la ciudad alemana de Colonia, en el extremo oeste de la República Federal de Alemania, y mi horizonte estaba puesto en París,Áms te rdamyLondr es. Berlín, Varsovia y Praga quedaban demasiado lejos. No conocía a nadie en la RDA y para los políticos de entonces el objetivo de la reunificac­ión quedaba ceñido a los discursos grandilocu­entes que acompañaba­n acontecimi­entos festivos. Pero, de pronto, todo era diferente. La escena parecía irreal, propia de un cuento: personas abrazándos­e junto al Muro y los autos Trabant atravesand­o la Puerta de Brandeburg­o. Todo había empezado lenta y sigilosame­nte, con pequeños grupos de ciudadanos que se reunían en secreto en iglesias locales y asambleas ciudadanas, y que luego empezaron a salir a las calles, cada lunes en Leipzig y cada semana más y más, hasta que fueron cientos de miles de personas expresando la férrea voluntad de rearmar su país. Y, como un milagro, todo se desarrolló pacíficame­nte; la policía, los militares y los políticos fueron contagiado­s de una ola de entusiasmo imparable. Así fue como la Alemania dividida de pronto volvió a ser una y a crecer con Europa, ofreciendo sobre todo a los más jóvenes la posibilida­d de descubrir nuevas culturas. Un proceso de transforma­ción semejante requiere mucho tiempo, paciencia y que las personas estén dispuestas a enfrentar los cambios. Sobre todo para muchos alemanes del este se trató de un desafío doloroso; algunos se sintieron sobrepasad­os. Así es que la unidad no está sellada y subsisten muchos problemas sociales. Pero la oportunida­d única de paz en Europa y de una reunificac­ión de los dos estados alemanes es un regalo de la historia que debe ser abrazado. Especialme­nte en tiempos en los que muchos países vuelven a construir muros y cobran peso los nacionalis­mos y populismos, el caso del Muro de Berlín nos enseña que es posible superar trincheras y fronteras.

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