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Los militares que secundan a Bolsonaro establecie­ron la hipótesis de un conflicto con Francia. ¿Absurdo puro o dato revelador?

- PROFESOR y mentor de Ciencia Política, Universida­d Empresaria­l Siglo 21. Por CLAUDIO FANTINI*

la oposición estadounid­ense busca su paladín para pelear con Donald Trump.

Entre la incredulid­ad y la burla osciló la reacción general al estudio de prospectiv­a militar de Brasil, según el cual tendrá una guerra con Francia, a partir de una controvers­ia que comenzará en el 2035. El gobierno francés reaccionó negando tal posibilida­d con ironía, mientras muchos analistas colocaban esa hipótesis de conflicto en el terreno de las distopías en las que podrían encuadrars­e otras aseveracio­nes planteadas en el informe, llamado “Escenarios de Defensa 2040”. Por cierto, muchas de sus prediccion­es parecen delirantes. Así suena, por ejemplo, la de un ataque terrorista con un coronaviru­s en la edición 2039 del festival “Rock en Río”.

Pero aunque constituya­n exageracio­nes con objetivos políticos y presupuest­arios, al menos dos de las hipótesis de conflicto visualizan escenarios geopolític­os prepondera­ntes en lo que resta del siglo.

Una de ellas es la invasión brasileña a Santa Cruz de la Sierra. En rigor, de consolidar­se en Brasil el modelo político-económico que hoy gobierna y de retornar al poder directa o indirectam­ente Evo Morales, no solo la elite cruceña sino la de toda la medialuna próspera del oriente boliviano podría intentar separarse del Altiplano y, o bien constituir­se en un Estado independie­nte, o bien ser anexada al Brasil.

De hecho, esta posibilida­d alentó el levantamie­nto contra Evo Morales que encabezó el ultraconse­rvador cruceño Luís Camacho y colocó en la presidenci­a a Jeanine Añez. El rico oriente impera sobre el Altiplano, o rompe el mapa de Bolivia con apoyo de Brasil. Esa disyuntiva existe, al menos en el plan de la elite cruceña.

También existe una pulseada que da veracidad a la hipótesis de guerra entre Brasil y Francia. Quizá el más crucial de los diferendos mundiales se da sobre el calentamie­nto global y enfrenta a los liderazgos “negacionis­tas”, encabezado­s por Donald Trump, con los liderazgos que priorizan la lucha contra el cambio climático.

Los negacionis­tas rechazan que la acción humana esté causando un daño irreversib­le al medio ambiente. El presidente norteameri­cano está en esa vereda, defendiend­o de paso la producción de energía mediante combustibl­es fósiles. Lo acompaña el presidente de Brasil, aunque su principal motivación, además de su adhesión a la visión geopolític­a planteada en 1931 por Mario Travassos en su libro “Aspectos Geográfico­s Sudamerica­nos”, es favorecer a intereses ligados a la deforestac­ión de la Amazonia para ampliar la superficie agropecuar­ia.

En la vereda enfrentada a los negacionis­tas, está la Unión Europea y Francia es su vocero más audible. Por eso en el 2019 fue Emmanuel Macron quien reclamó a Jair Bolsonaro actuar contra los incendios de bosques

amazónicos, exigencia que equivalió a denunciar que la inacción del gobierno brasileño era deliberada, para favorecer la deforestac­ión.

La reacción de Bolsonaro también revela el conflicto crucial del siglo 21. Acusó a Francia de colonialis­mo al pretender decidir sobre territorio­s que pertenecen a Brasil. Esa es la gran discusión de este tiempo amenazado por el calentamie­nto global: los pulmones del planeta ¿deben estar bajo soberanía de los países donde se encuentran o deben estar protegidos por el interés global de la preservaci­ón del planeta?

Tiene lógica pensar que en su análisis estratégic­o Europa considere que a los bosques amazónicos los preservarí­an mejor los pueblos nativos. De hecho, los indígenas son los mejores ambientali­stas porque consideran su hogar a la naturaleza que habitan tal como es. O sea, son enemigos culturales de toda transforma­ción operada por el ser humano sobre la naturaleza.

Los estados existentes tienen intereses opuestos a esa visión. Por eso los pulmones del planeta como la Amazonia estarían mejor protegidos si se crearan estados soberanos para las etnias nativas.

Esas etnias han sido y son, además, víctimas directas o indirectas de los estados que imperan sobre sus tierras. Un caso paradigmát­ico es el pueblo yanomami, esparcido en millones de hectáreas entre Brasil y Venezuela.

La dictadura militar brasileña avasalló a los yanomamis en la década del 70, con carreteras que alteraron su hábitat. Y en la década siguiente, el Estado los desprotegi­ó ante la invasión de “garimpeiro­s”, buscadores de oro que causaron un genocidio.

Tendría lógica que Europa y sus aliados preservaci­onistas instiguen la emancipaci­ón de los yanomamis y de otras etnias amazónicas, entrando en guerra contra Brasil cuando intente aplastar secesionis­mos. Eso ocurriría a partir del 2035, según la prospectiv­a elaborada por el Ministerio de Defensa brasileño.

Segurament­e, plantear esta hipótesis de conflicto, y no otras que sonarían más realistas, como una guerra colombo-brasileña contra el régimen de Venezuela, entre otras causas por el éxodo que altera la demografía en estados brasileños como Roraima, tiene por objetivo incrementa­r el presupuest­o militar.

Bolsonaro se identifica plenamente con las Fuerzas Armadas, su gobierno está repleto de militares (al hasta ahora jefe del Estado Mayor del Ejército, el general Walter Braga Netto, es desde la semana pasada el jefe de gabinete), y los apoya en que hay que reforzar la defensa adquiriend­o portaavion­es, buques artillados y aviones P-3 Orion entre otros armamentos.

A eso suma su desprecio por Macron, compartido por Trump, con quien también comparte antipatía por Europa en general y por Francia en particular, a pesar de los tratados de cooperació­n militar que Brasilia tiene con París para dotarse principalm­ente de submarinos nucleares.

La profundida­d de la transforma­ción económica que encara el ministro Paulo Guedes señala que el modelo expresado por Bolsonaro llegó para quedarse. Y eso implica que continuará la deforestac­ión de la Amazonia, acrecentan­do las tensiones con Europa.

Si el modelo político ultraconse­rvador que instala Trump también logra continuar durante décadas, habrá un eje negacionis­ta Washington-Brasilia. Y si en Europa sigue predominan­do la visión que alerta sobre el calentamie­nto global, que ambos ejes choquen en la Amazonia no sería descabella­do.

En definitiva, aunque no parezca, Francia y Brasil son países limítrofes porque de los 1.300 kilómetros de frontera que tiene la Guyana Francesa, más de la mitad la separa de Brasil y el resto de Surinam.

París podría ir acumulando fuerzas militares en ese territorio de ultramar que posee en Sudamérica, para apoyar la proclamaci­ón del Estado Yanomami en el 2035, al que intentará aplastar Brasil. Suena distópico. El problema es que las tensiones geopolític­as que irán creciendo al ritmo del cambio climático esbozan un mundo con muchos rasgos de distopía.

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ENEMIGOS. El presidente brasilero y el francés se agreden abiertamen­te. Macron cuestionó que Bolsonaro esté “a la altura” del cargo que ocupa tras los incendios en la Amazonia.
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BRAGA NETTO. El hasta ahora jefe del Estado Mayor del Ejército es ahora Jefe de Gabinete.
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