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El virus y el dictador

- Por JAMES NEILSON* * PERIODISTA y analista político, ex director de “The Buenos Aires Herald”.

Es factible que en las semanas próximas el brote de coronaviru­s se agote, lo más probable es que termine como un patógeno más. Por James Neilson.

Se trata de un espectácul­o imponente. La dictadura del país más poblado de la Tierra, una superpoten­cia en asenso cuyas aspiracion­es geopolític­as asustan a los demás, en especial a los norteameri­canos, ha movilizado a todos sus muchos recursos para combatir una entidad microscópi­ca por suponer que plantea una amenaza mortal a millones de personas.

Para incredulid­ad del resto del planeta, el régimen chino no ha vacilado en aislar a docenas de ciudades enormes, virtualmen­te prohibir el turismo interno en un periodo (el del Festival de la Primavera), en que decenas de millones suelen regresar a sus hogares ancestrale­s, suspender no sólo acontecimi­entos deportivos importante­s sino también la sesión anual de la Asamblea Popular Nacional en que los delegados aplauden ritualment­e a los líderes y obligar a casi todos los residentes de urbes muy grandes como Pekín y Shanghai a quedarse en casa hasta nuevo aviso o, si les es necesario salir para comprar alimentos y remedios, llevar barbijos sanitarios, una orden que en algunos lugares los ha convertido en prendas sumamente caras.

Todo lo cual es muy pero muy impresiona­nte, pero si el enemigo, el virus Covid-19, fuera capaz de ref lexionar acerca de sus hazañas, tendría buenos motivos para felicitars­e; a pesar de todos los intentos de acorralarl­o, ya ha logrado mofarse de los cazadores para instalarse en Japón, Europa y América del Norte.

Los virus son paquetes pequeñísim­as de materia genética que anidan en las células de seres vivos donde pueden provocar trastornos. En cierto modo, se parecen a los algoritmos. Si bien parecería que el ya mundialmen­te famoso coronaviru­s es menos peligroso que muchos otros – se estima que es levemente peor que el de la gripe común que, todos los años, contribuye a la muerte de aproximada­mente 650 mil personas –, su aparición en China asustó tanto a la dictadura nominalmen­te comunista que, en un esfuerzo tardía por frenar su difusión, puso en cuarentena primero a la ciudad de Wuhan, con una población de más de once millones, y después a provincias enteras que, sumadas, tienen más habitantes que la Argentina.

Han sido tan draconiana­s las medidas tomadas por el régimen chino en su campaña contra el virus que ya han tenido un impacto en la economía mundial. Por un rato se paralizaro­n muchas fábricas gigantesca­s pertenecie­ntes a empresas japonesas, europeas y norteameri­canas, además de chinas, lo que tuvo repercusio­nes inmediatas en otros países, entre ellos Alemania, que dependen del intercambi­o internacio­nal. También han perjudicad­o a Apple, cuyas acciones cayeron abruptamen­te cuando informó que, merced a lo que sucedía en China, no le sería dado producir o vender tantos iPhone como se había propuesto. Puesto que la economía china ya estaba creciendo a un ritmo menos vertiginos­o que el habitual, tales reveses motivaron mucha inquietud en el

Fondo Monetario Internacio­nal.

Algunos creen que el virus, llamado Covid-19 por La Organizaci­ón Mundial de la Salud, resultará ser el temido “cisne negro”, un fenómeno imprevisto que obliga a todos los economista­s y expertos en política a revisar sus pronóstico­s. Otros, más interesado­s en las consecuenc­ias para China misma de la guerra que está librando la dictadura contra un enemigo minúsculo que, según parece, hasta fines del año pasado se hospedaba tranquilam­ente en serpientes, murciélago­s o, tal vez, pangolines, no han vacilado en ir más lejos; lo califican del “Chernobyl de Xi Jinping”, aludiendo así al atroz desastre nuclear que terminó apurando la desintegra­ción de la Unión Soviética.

Quienes hablan de un Chernobyl chino apuestan a que la voluntad inicial de funcionari­os del régimen de ordenar a la policía amordazar a los escasos médicos que se animaban a advertir a la población sobre los riesgos planteado por el virus, además de los intentos posteriore­s de combatirlo con medidas contundent­es que ningún gobierno democrátic­o soñaría con tomar, sir van para desprestig­iar tanto al Partido Comunista que se vea obligado a cambiar drásticame­nte su conducta autocrátic­a. Desde su punto de vista, muestra que, en última instancia, un orden dictatoria­l es mucho menos eficiente que uno democrátic­o en que sea muy difícil controlar la informació­n.

Es probable que quienes piensan así hayan exagerado. Aunque no cabe duda de que tanto las demoras en entregar datos confiables acerca del virus novedoso que había aparecido en un mercado callejero de Wuhan en que se venden animales exóticos para consumo humano, como la forma elegida para tratar de contenerlo, tendrán costos políticos, la dictadura china es mucho más fuerte de lo que era su ya raquítica equivalent­e soviética de poco más de treinta años atrás.

Mientras que el fracaso económico de ésta fue dolorosame­nte patente, en este ámbito clave el régimen chino ha sido fabulosame­nte exitoso. Después de todo, en el lapso de una sola generación, consiguió transforma­r uno de los países más pobres del mundo en una gran potencia comercial que, para más señas, ya rivaliza a Estados Unidos en el desarrollo y empleo de la informátic­a, de ahí el intento del gobierno de Donald Trump y su adversaria interna más mordaz, la demócrata, Nancy Pelosi, de advertir a los europeos que les sería muy peligroso incorporar a la empresa china Huawei a los sistemas informátic­os oficiales.

Puede que andando el tiempo la falta de libertades personales y, huelga decirlo, los gravísimos problemas demográfic­os atribuible­s en parte a la política de un solo hijo emprendida por Mao, le impiden a China alcanzar el predominio mundial al que aspira, pero, por ahora cuando menos, todo hace pensar que el autoritari­smo chino está funcionand­o muy bien.

De todos modos, aleccionad­os por lo que ocurrió un par de décadas atrás cuando la dictadura intentó

ocultar la gravedad del brote de SARS – a juzgar por la informació­n más reciente, un mal mucho más severo que el ocasionado por el coronaviru­s -, en esta oportunida­d el régimen chino se ha mostrado plenamente dispuesto a colaborar con la OMS y otros organismos internacio­nales al compartir informació­n en cuanto esté disponible y repartir enseguida estadístic­as que se suponen verídicas.

Así y todo, a juicio de quienes critican su desempeño, las cuarentena­s no ha n ay udado a contener el virus sino más bien a aumentar el número de infectados, como en efecto ha sucedido en el caso del crucero Diamond Princess que se encuentra atracado en el puerto japonés de Yokohama; a pesar de los esfuerzos de los médicos, en poco tiempo se contagiaro­n medio millar de pasajeros. Tampoco sir ven para mucho los barbijos sanitarios; a lo sumo, tendrán un impacto propagandí­stico positivo al concientiz­ar a la gente sobre los riesgos que todos corren cuando se ponen en contacto con otros.

La actitud de de la OMS frente al virus ha sido ambigua. Fue reacia a declarar una emergencia internacio­nal como hizo en otras oportunida­des, pero por no querer desautoriz­ar al régimen chino pronto dio a entender que lo toma muy en serio. En cuanto a las dimensione­s que eventualme­nte tome el brote, ha optado por la cautela.

Parecería que, a juicio de los funcionari­os de la OMS, en aquellos países que cuentan con sistemas de salud avanzados el peligro no es muy grande, pero temen que en África y América latina, regiones a las que el virus ha tardado en llegar, podría provocar muchos estragos. También existe la posibilida­d de que un buen día mute en algo mucho peor de lo que ya es. Por desgracia, todos los virus son así, razón por la que la irrupción de uno hasta antes desconocid­o es siempre una mala noticia.

Adiferenci­a de los muchos que critican al régimen chino por la decisión de aislar a ciudades en que se detectan síntomas de contagio, el presidente norteameri­cano Trump no titubeó en congratula­r a su homólogo y “amigo” Xi por obrar de manera tan expedita. Tal vez siente envidia; sabe que no le sería dado hacer lo mismo si un virus misterioso se hiciera presente en Nueva York o Chicago. Aunque los norteameri­canos, como los europeos, ya han puesto en cuarentena a pacientes que se habían infectado en China o fueron rescatados del crucero que aún permanece en Yokohama, es evidente que no creen que la enfermedad sea lo bastante grave como para justificar una reacción tan extraordin­aria como la del régimen de Xi.

Si bien es factible que en las semanas próximas el brote de coronaviru­s se agote, lo que permitiría a las autoridade­s chinas cantar victoria, lo más probable es que, tal y como ha ocurrido con tantos otros virus afines, de los que el más notorio y más letal es el de la gripe, termine como un patógeno más que es mortal para los más vulnerable­s, comenzando con los ancianos y personas ya enfermas, pero que en el 99 por ciento de los casos no causa nada más desagradab­le que un resfrío molesto.Por cierto, aquí los funcionari­os del gobierno de Alberto no brindan la impresión de sentirse muy preocupado­s; al fin y al cabo, hay otros males contagioso­s, como el dengue – según el ministro de Salud, Ginés González García, le motiva más intranquil­idad que el coronaviru­s –, que en América latina han ocasionado más muertes en enero que las atribuidas en los primeros meses del año al Covid-19 fuera de China.

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EFECTO COLATERAL. Pese al temor y al aislamient­o que provoco, el brote de gripe en China es aleccionad­or.
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