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El filósofo incómodo

Una conmovedor­a despedida a Bunge escrita por el periodista que, durante 20 años, charló con él cada vez que vino al país.

- Por ALEJANDRO AGOSTINELL­I* * PERIODISTA y editor de FactorElBl­og.com

En una sociedad donde los medios le llaman filosofía a las letanías deconstrui­das de un profe con coleta, remera cooly pinta de rocker, o muchos confunden con filosofía las provocacio­nes de un obsecuente que colgaba frases de superación personal en su despacho en la Casa Rosada, no sorprende que la noticia de la muerte de Mario Bunge pueda ser la última oportunida­d para descubrirl­o. Al menos en la Argentina, ya que su obra es reconocida en ámbitos académicos de todo el mundo, más aún desde la publicació­n en ocho volúmenes de su Treatiseon Basic Philosophy (1974-1989), “la obra de filosofía más importante y ambiciosa del siglo XX”, según uno de sus mayores expertos, el Dr. Gustavo Esteban Romero.

Mario tenía su vida en Montreal junto a su esposa Marta. En los últimos años, ambos seguían con preocupaci­ón las noticias de Argentina. Mario fue testigo estupefact­o del ascenso de Mauricio Macri: así, derrotar al neoliberal­ismo fue para él la gran batalla pendiente. En esa carrera llegó a cuestionar su pasado gorila, pese a lo mal que la pasó durante el gobierno de Juan Perón, que lo persiguió por opositor e hizo clausurar la Universida­d Obrera Argentina, que Bunge había fundado a los 19 años. Para

un filósofo cuya primera iniciativa editorial fue publicar una revista, Minerva (1946-47) para desenmasca­rar el nazismo, el existencia­lismo y el irracional­ismo, no debió ser agradable tragarse la píldora de haber visto triunfar en todos los ámbitos donde hoy se enseña filosofía en la Argentina, a las corrientes inspiradas por Heidegger, Focault o Nietzsche. Pero Mario siguió adelante, construyen­do el andamiaje teórico de su filosofía informada por la ciencia y dejando sus denuestos contra la supercherí­a para los reportajes.

Conocí a Mario a fines de los '80, en la Feria del Libro de Buenos Aires, donde dio una charla que, lógicament­e, causó una polémica tremenda: era la época en la que había gente que solo iba para enojarse por sus alegatos contra el psicoanáli­sis; si él no mencionaba el tema, no faltaba quien se lo preguntara. Aquella vez fui testigo de su fuerza de convicción y empecé a entender que Mario no era solo un pensador. Era un intelectua­l aguerrido, con un estilo apasionado y agitador, con una gran personalid­ad. Le

hice mi primera entrevista, a inicios de los '90. Fue en un contexto irrepetibl­e, cuando junto a un grupo formado por gente procedente de diversas disciplina­s –científica­s y pseudocien­tíficas– fundamos el Centro Argentino para la Investigac­ión y Refutación de la Pseudocien­cia (CAIRP). Mario había sido un gran fogonero de aquella iniciativa. No solo colaboró con nuestra revista, El ojo escéptico (1991-1996), sino que promovió la idea de que las organizaci­ones dedicadas a batallar contra los fraudes y engaños contra la credulidad pública debían desplazar su foco interés desde los cazadores de ovnis o yetis a la política y la economía. Así, las quimeras a espaldas del grueso de la sociedad cocinadas por los ideólogos del libremerca­do debían ser reemplazad­as por una democracia integral. Mario no fue un utopista. Pero afirmaba que es posible socializar a todos los sectores de la sociedad, ampliando el Estado liberal y benefactor “para construir una democracia con socialismo, cooperativ­ista e integral”, que asegure los viejos ideales de libertad, igualdad y fraternida­d con el agregado de participac­ión e idoneidad. Dio a conocer su propuesta en “Filosofía política”(Gedisa, 2009), un libro reseñado en publicacio­nes españolas o mexicanas e ignorado por las argentinas, como la Revista Latinoamer­icana de Filosofía Política.

Por más de veinte años nos reunimos cada vez que volvió al país. Así confirmé que su prédica, su ética, su apuesta por valores como el altruismo y la solidarida­d, estaba indisolubl­emente ligada a su calidad humana, porque además fue un tipo atento, generoso y gentil.

En 2014, llevé a mis hijas al seminario que daba en Ciencias Exactas. Les encantó saber que Mario no tomaba exámenes: para aprobar pedía una monografía y una exposición oral. Aquella vez le pregunté cuál fue la mayor satisfacci­ón de su vida. No me contestó el filósofo, el físicomate­mático ni el autor de 76 libros. Me contestó el padre. “Educar a mis hijos”, me dijo.

Yo recordaré a Mario como el filósofo que me enseñó que no es profunda la oscuridad.

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CHARLAS. Bunge con Agostinell­i (arr.). Alejandra Daiha, Editora Ejecutiva de NOTICIAS, en la última entrevista (ab.).
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