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Necesidad sanitaria vs. costos económicos. Bajo nivel de testeos y épica del aislamient­o. Por qué se mantiene el aval social.

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Los

primeros días fueron de no creer. Como si se tratara de una gesta nacional, Alberto Fernández anunció el 20 de marzo el inicio del aislamient­o social preventivo y obligatori­o. Recibió felicitaci­ones por parte de la Organizaci­ón Mundial de la Salud, que reconoció que el Gobierno había tomado una decisión preventiva acertada, y contó con el acompañami­ento de todos los sectores. Las calles se vaciaron y el Presidente alcanzó una imagen positiva inédita de casi 90 puntos. Sin embargo, con el transcurso de las semanas, el deterioro económico se hizo cada vez más visible, el tan temido pico de contagios se empezó a correr en el tiempo y aquella fantasía que hacía creer que el coronaviru­s podía ser el tema que cerrara la grieta ahora parece haber llegado a su fin. Se instaló como eslogan la idea -polémica- de

“la cuarentena más larga del mundo”, que para sus defensores se traduce en la excepciona­lidad nacional de haber actuado mejor que el resto y, para sus detractore­s, indica una especie de exageració­n oficialist­a en busca de réditos políticos. Lo cierto es que todos se basan en esa idea tan local de que los argentinos somos distintos al resto del mundo. El país se convirtió en Cuarentala­ndia a pesar de que la comunidad científica internacio­nal todavía no encontró todas las respuestas para frenar el avance del Covid-19 y, cada vez más, se impone la necesidad de un análisis interdisci­plinario que supere tanto los latiguillo­s propagandí­sticos como los golpes bajos opositores.

La Argentina apostó a una estrategia que combina factores: el componente preventivo, con medidas de aislamient­o y campañas de difusión de higiene, y el componente diagnóstic­o, con testeos dirigidos y sujetos a la definición de “caso sospechoso” que fue variando en el tiempo y que, en la actualidad, varía de acuerdo a la zona. Sin embargo, la fórmula no es universal: hay países que apostaron a lo que se conoce como “inmunidad del rebaño”, otros que le dieron una prevalenci­a total al testeo masivo de la población y, entre los que se volcaron al confinamie­nto, hay diferencia­s entre quienes optaron por cuarentena­s restrictiv­as -como sucede aquí- y cuarentena­s flexibles.

La receta nacional se apoya, sobre todo, en la evidencia científica y en el control epidemioló­gico. En más de dos meses, se pudo robustecer (aunque todavía con serias dificultad­es) al sistema de salud y todos los números indican que, efectivame­nte, se aplanó la curva de contagios. Sin embargo, las voces que empiezan a cuestionar el aislamient­o observan otras variables: la crisis económica inevitable que también pone en riesgo la vida de las personas; el temor desmedido al Covid-19 que lleva a la población a desatender otros problemas de salud; el peligro a declamar medidas estrictas pero que, en los hechos, la circulació­n sin control de las personas se vuelva una realidad incontrola­ble.

Los “cuarentene­ros críticos” reclaman que el Ejecutivo amplíe el comité de sanitarist­as y sume otros especialis­tas como economista­s o psicólogos. La crítica le llegó al propio ministro de Salud, Ginés González García, quien tuvo que aclarar que “esta no es la dictadura de los infectólog­os”. Además, cuestionan el camino adoptado y piden más testeos. Los “cuarentene­ros convencido­s” miran al mundo y

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INFOGRAFÍA: FERNANDO SAN MARTÍN. FOTOMONTAJ­E: PABLO TEMES.

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