El laberinto israelí:
Netanyahu pasó del banquillo de los acusados al sillón de primer ministro, tras acordar con quien debía sacarlo del poder.
Netanyahu pasó del banquillo de los acusados al sillón de primer ministro. Por Claudio Fantini.
Existe un Israel que no se deslumbra con la expansión territorial a costa de volver inviable un Estado palestino. Ese Israel cree en su derecho a existir y defenderse de un entorno hostil, pero denuncia la demagogia geopolítica de acumular kilómetros cuadrados sin calcular el precio internacional que tiene la imposición unilateral del más fuerte al más débil. Una porción significativa de israelíes no se siente orgullosa ni segura de contar con el respaldo incondicional de personajes como Trump y con la complicidad de un príncipe saudí con las manos ensangrentadas. Observa con perplejidad y estupor que la bandera del Estado judío aparezca en las manifestaciones que organiza Bolsonaro para sabotear las medidas sanitarias y reclamar golpes militares contra los poderes Legislativo y Judicial de Brasil.
Esaparte de Israel se siente agobiada por el liderazgo personalista de Benjamín Netanyahu y, ante la impotencia del centro y la centroizquierda, buscó un liderazgo capaz de unir votos contra el conservadurismo hegemónico. Esa búsqueda dio lugar al partido Celeste y Blanco. Por ser su líder, Benny Gantz, un general que participó y que dirigió batallas y, a la vez, alguien que entiende la importancia estratégica de no aislar a Israel en el mundo, podía ser el indicado para poner fin a la era Netanyahu. Esa era su misión. Para eso el Israel que no se embriaga de exitismo y cree más en la negociación que en el unilateralismo, lo convirtió en principal líder de la oposición. Pero Gantz terminó haciendo lo contrario.
La pandemia le dio a Netanyahu lo que no estaba pudiendo conquistar en las urnas: más tiempo en el poder y posibilidad de impunidad en los casos que lo depositaron en el banquillo de los acusados.
La vice-Fiscal del Estado Liat Ben Ari, encargada de la acusación, llegó al juicio acosada por amenazas. También sufre presiones y amenazas Avichai Mandelblit, el judío ortodoxo que Netanyahu designó abogado del Estado creyendo que lo protegería, pero impulsó el procesamiento por considerar que hay pruebas abrumadoras en su contra.
El primer ministro escuchó del tribunal la acusación de haber favorecido a la empresa Bezeq, de su amigo Shaul Elovitch, con regulaciones beneficiosas a cambio de cobertura favorable en el portal de noticias Walla. También se lo acusa de haber recibido regalos lujosos del productor de Hollywood Arnon Milchan y del empresario australiano James Parcker. La tercera acusación dice que aprobó leyes para favorecer al diario Yediot Ahronot, del cual recibió cobertura favorable, perjudicando a su competidor Israel Ayom.
El Covid19 no tuvo incidencia directa pero fue la excusa que encontró Gantz para traicionar la misión que lo encumbró y pactar con el hombre al que debía sacar del poder.
Gracias a la deflexión de Gantz, el líder del Likud se convirtió en el primer jefe de Gobierno que ejerce el cargo mientras se lo juzga por corrupción.
En 2007, Moshe Katzav fue juzgado por agresiones sexuales y violación mientras ocupaba la presidencia. Y Ehud Olmert ya había dejado de ser primer ministro cuando se lo condenó por corrupción en sus tiempos de alcalde de Jerusalén. Antes de incorporarse a Kadima, el partido creado por Ariel Sharon, Olmert había pertenecido al Likud, igual que Katsav y que el nuevo procesado, Netanyahu, quien seguirá gobernando durante el próximo año y medio, salvo que antes sea declarado culpable.
Por el acuerdo entre Gantz y Netanyahu, se da una forma de gobierno que sólo se había instrumentado entre 1982 y 1986, cuando el Likud y el Partido Laborista, por entonces principal fuerza de la centroizquierda, acordaron lo que los europeos llaman “gran coalición”. Por aquel acuerdo, el laborista Shimon Peres y el derechista Yitzhak Shamir se alternaron en el cargo de primer ministro medio mandato cada uno.
Los antecedentes europeos fueron el cogobierno de Churchill con el laborista Clement Attlee durante la Segunda Guerra Mundial y, en Alemania, los tres años que cogobernaron el conservador Kurt Kiesinger y el socialdemócrata Willy Brandt en la década del 60.
En Israel, antes y después del excepcional gobierno de unidad entre el partido de David Ben Gurión y el de Menagen Beguin, las coaliciones gubernamentales habían sido con las respectivas fuerzas afines: el Laborismo con el Meeretz y otros partidos de izquierda, y el Likud con las fuerzas religiosas de derecha.
Hasta la segunda mitad de la década del 70, los laboristas habían gobernado en soledad porque ganaban en la Knesset las bancas necesarias para formar gobierno estable. Así habían sido los mandatos de Ben Gurion, Moshe Sharett, Levi Eshkol, Yigal Alon, Golda Meir y el primero de Yitzhak Rabin.
Con Beguin llegó el primer gobierno de coalición, conformado por el Likud y partidos religiosos. Y en la última década, Netanyahu cogobernó con los partidos ortodoxos y con Yisrael Beiteinu, hasta que el líder de esa fuerza secular de la derecha nacionalista, Avigdor Lieberman, se negó a seguir integrando coaliciones con los religiosos y a ser parte de un gobierno encabezado por un líder procesado por corrupción.
Sin esa coalición, a Netanyahu se le complicó la permanencia en el cargo. Y las elecciones del 2019 no resolvieron su problema. En los comicios de abril, al Likud no le alcanzó la victoria para formar gobierno sin Yisrael Beiteinu.
Los israelíes volvieron a votar, pero sin resolver la encrucijada aritmética. En esa segunda elección quedó primero el partido Celeste y Blanco, aunque sin una mayoría clara, sólo podía formar gobierno incluyendo a la coalición de partidos árabe-israelíes, convertida en la tercera fuerza más votada.
Un inquietante rechazo hacia los partidos árabes hizo que Gantz desistiera, por lo que Israel se encaminó a la tercera elección. El Likud recuperó el primer lugar, pero sin mayoría para formar gobierno porque ni Lieberman cambió su decisión contra los partidos religiosos ni hay fuerza de centro que acepte a esos partidos y a Netanyahu.
Otra vez le tocó el turno de intentar una coalición a Gantz y lo que hizo fue el reverso de lo que debía hacer. Su misión, la causa por la que obtenía el grueso de los sufragios opositores, es poner fin al liderazgo hegemónico de Netanyahu y sacarlo del poder. No obstante terminó haciendo lo contrario: compró un gobierno de 18 meses que le entregarán dentro de 18 meses y por el cual pagó dando 18 meses más de poder a Netanyahu.