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“Cam Alert: Captura Exitosa”. Docuserie. Conducción: Francisco Zea. Los miércoles, a las 21 hs, con repeticiones, por A&E.
Apesar de los esfuerzos de generaciones de teóricos por lo común progresistas y, últimamente, de un alud de innovaciones tecnológicas, en el fondo no hay mucha diferencia entre la educación actual y la del mundo civilizado de hace dos milenios y medio. Lo mismo que en la antigüedad grecorromana, es clave la relación personal y, claro está, presencial del docente con el alumno. Si se rompe prematuramente, el joven quedará a merced de su entorno inmediato que, en muchísimos casos, será “la calle”.
La mayoría lo entiende muy bien, de ahí el temor de que el cierre prolongado de las escuelas motivado por el avance rápido de la pandemia tenga consecuencias nefastas para millones de jóvenes y por lo tanto para la sociedad en su conjunto. El consenso universal es que, en el mundo cada vez más competitivo que nos ha tocado en que “la economía del conocimiento” está desplazando a modalidades menos cerebrales, el nivel educativo de los distintos países determinará su destino. De estar en lo cierto quienes piensan así, a menos que mucho cambie muy pronto el futuro de la Argentina será lúgubre.
Como
sucede con casi todo, aquí el tema se ha politizado al ubicarse los dirigentes partidarios en uno u otro lado de la “grieta”. A veces, cometen errores estratégicos. Puede que Alberto Fernández, Cristina Kirchner, A xel Kiciloff y quienes los rodean no sean partidarios de la ignorancia, pero al oponerse a “las clases presenciales” -las únicas que realmente valen- han cerrado filas con sindicalistas como Roberto Baradel que quisieran suspender la educación en el país hasta que todos sus muchos reclamos se hayan visto plenamente satisfechos. Al optar por ordenar el cierre de los colegios en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Alberto entregó a Horacio Rodríguez Larreta una causa que difícilmente podría ser más popular, una que, desde luego, no vaciló en aceptar, lo que desató una crisis constitucional de proporciones. Según muchos juristas, la Capital Federal tiene los mismos derechos que las provincias de las cuales algunas de las más importantes, Mendoza, Córdoba y Santa Fe, dejaron saber que el decreto presidencial no tendría vigencia en sus jurisdicciones.
¿Contribuyen las escuelas a difundir el coronavirus? Aunque es de suponer que al hacer más frecuentes los encuentros personales, sí pueden ayudarlo a encontrar más víctimas, los especialistas en esta materia tan polémica dicen que siempre y cuando todos acaten los protocolos correspondientes, es mejor que los chicos estén en las aulas que estar mezclándose con sus congéneres en la calle o en sus propias casas en aquellos distritos en que el “distanciamiento social” es una meta inalcanzable. Por lo demás, al verse obligados a respetar una rutina escolar, los adolescentes propenden a comportarse de manera mucho más disciplinada que la habitual entre los abandonados a su propia suerte. Coincidían con tal análisis el ministro nacional de Educación Nicolás Trotta y la de Salud, Carla Vizzotti, que, horas antes de que Alberto decidió desautorizarlos, insistían en que en verdad no había motivos convincentes para oponerse a las clases presenciales.
Algunos
argumentos desplegados por los contrarios a la medida inconsulta tomada por Alberto no se relacionaban directamente con la educación como tal sino con las dificultades enfrentadas por padres y, sobre todo, por madres que tienen que cuidar a los chicos durante más horas que en épocas normales o con la escasez de los artefactos electrónicos necesarios para que haya “clases virtuales”.
Sin embargo, aún cuando hasta los más pobres los poseyeran, no se trataría de una panacea. Como saben muy bien los dueños fabulosamente ricos de los gigantes tecnológicos, la proliferación de computadoras portátiles, tabletas y teléfonos digitales no ha producido la revolución educativa que algunos vaticinaron, razón por la que prefieren que sus propios retoños asistan a colegios tradicionales. En otras palabras, las clases virtuales son a lo sumo un pobre simulacro de las presenciales; gracias a la tecnología, casi todas las escuelas del planeta ya cuentan con bibliotecas que son muchas veces mayores que las imaginadas por Borges, pero ello no quiere decir que los alumnos estén en condiciones de sacarles provecho.
De
todos modos, no cabe duda de que ha incidido mucho en la actitud mayoritaria frente a las órdenes imprevistas de Alberto la conciencia generalizada de que, si bien, por fortuna, esta pandemia no se ha ensañado con los menores de edad como a través de la historia hacían tantas otras, como la injustamente llamada “española” de los años que siguieron a la Segunda Guerra Mundial, a la larga los aún jóvenes serán los más perjudicados por el desastre sanitario que tantos males ya ha provocado. Así las cosas, sería miope sacrificarlos en nombre del bienestar de la sociedad en su conjunto o, peor aún, con la esperanza de conseguir algunas ventajas políticas pasajeras.
Huelga decir que la Argentina dista de ser el único país en que el gobierno, alarmado por el aumento repentino de los contagios, ha elegido cerrar las escuelas por un tiempo limitado. Casi todos se han sentido constreñidos a hacerlo para que el confinamiento sea lo más completo posible y, con escasas excepciones, los gobiernos responsables han tenido que enfrentar protestas airadas. Tampoco es el único país en que los gremios docentes hayan sido los más combativos en exigir que los colegios mantengan bien cerradas las puertas, en parte por el temor legítimo que sienten por un virus potencialmente mortífero y en parte porque casi todos están dominados por activistas políticos contrarios al capitalismo “neoliberal”
Pudo
preverse, pues, que aquí los gremialistas procurarían aprovechar la oportunidad que les ha brindado la pandemia para redoblar su campaña interminable contra el sistema educativo, es decir, contra la escuela pública, puesto que una consecuencia de los miles de paros que han impulsado en los años últimos ha sido la migración de una cantidad creciente de alumnos a los colegios privados. ¿Entienden que, desde su propio punto de vista, la militancia ha