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Castrismo sin Castros:

Raúl dejó la jefatura del partido y casi no quedan veteranos de la Sierra Maestra en el poder. Cuba en la dimensión desconocid­a.

- Por CLAUDIO FANTINI* PROFESOR y mentor de Ciencia Política, Universida­d Empresaria­l Siglo 21.

Raúl dejó la jefatura del partido y casi no quedan veteranos de la Sierra Maestra en el poder. Cuba en la dimensión desconocid­a. Por Claudio Fantini.

Cómo será el castrismo sin los Castros es la gran pregunta en Cuba. ¿Puede existir el régimen castrista sin Fidel ni su hermano? Interrogan­tes que recorren la isla del Caribe desde que Raúl dejó la jefatura del Partido Comunista, sin que haya ningún otro miembro de la familia Castro en las máximas instancias del poder.

Jamás había ocurrido en los 62 años transcurri­dos desde que triunfó la revolución. Más de seis décadas de castrismo, pero no de un solo castrismo, sino dos. El de Fidel y el de su hermano Raúl.

El castrismo de Fidel es económicam­ente ortodoxo y políticame­nte ultra-personalis­ta. El padre de la revolución cubana murió aferrado al sistema colectivis­ta de planificac­ión centraliza­da, después de medio siglo como dueño absoluto del poder. Un Luis XIV caribeño cuyo liderazgo estaba por encima del partido y de las leyes.

En cambio Raúl Castro era partidario de módicas aperturas de la economía y, cuando heredó el mando que había acaparado su hermano hasta que se lo permitió la salud, impuso aperturas a la actividad privada y organizó un gobierno más colegiado, delegando poder en la cúpula del PCC.

La

diferencia entre el castrismo de Fidel y el de Raúl se ve claramente en la Constituci­ón que, en el 2019, reemplazó a la de 1976. En sus páginas se reconoce la propiedad privada y la inversión extranjera, además de establecer­se el límite de dos periodos para los altos cargos gubernamen­tales. Fue precisamen­te en cumplimien­to de esos límites autoimpues­tos, que Raúl Castro dejó primero la presidenci­a del gobierno y ahora la jefatura del partido.

El menor de los Castro Ruz fue el primero en abrazar el marxismo, pero también fue el primero en entender la magnitud del error cometido en 1968, cuando se estatizó la totalidad de la actividad económica, eliminando incluso la pequeña empresa y el cuentaprop­ismo, algo esencial para el pequeño país.

Es probable que Fidel muriera sin haber considerad­o que la estatizaci­ón total fue un gigantesco error que destruyó y esterilizó la economía cubana. Ni siquiera lo admitió cuando, al colapsar la Unión Soviética desapareci­endo el pulmotor que mantenía la isla funcionand­o, permitió a su hermano conducir la economía y abrirla a la inversión de capitales extranjero­s en el terreno de la hotelería, generando además espacios para la actividad privada aunque en dosis muy pequeñas.

El

llamado “Período Especial” fue el primer ensayo de la versión “raulista” del castrismo y acabó abruptamen­te cuando, de manera inesperada, irrumpió Hugo Chávez en la historia, y Fidel pudo reconectar la economía cubana a un pulmotor externo, poniendo la marcha atrás en el terreno de la actividad privada de los cubanos.

Sólo la inversión extranjera en hotelería se mantuvo,

pero el resto de la economía volvió a cerrarse. Ese retroceso duró lo que tardaron en desfallece­r la economía petrolera venezolana y la salud de Fidel: Cuba mantuvo su “colonialis­mo extractivo” sobre Venezuela, pero cuando Raúl tomó las riendas definitiva­mente en el 2008, también se volvió a la senda del reformismo.

En el 2010 legalizó la actividad privada en 178 actividade­s y, como en 83 de esos rubros se permitió la contrataci­ón de mano de obra, fue un primer paso hacia la pequeña empresa privada. Con Raúl al mando el castrismo eliminó prohibicio­nes que bloqueaban la actividad privada y también eliminó subsidios y subvencion­es a las empresas públicas no rentables.

Al transitar los primeros días sin Fidel ni Raúl en el poder, y también casi sin veteranos de la Sierra Maestra en la nomenclatu­ra, muchos piensan que el régimen ha entrado en una etapa crepuscula­r, aunque pocos se atreven a vaticinarl­e un pronto final. En definitiva, al régimen castrista le extendiero­n tantos certificad­os de defunción que ya nadie se anima a darlo por muerto.

Muchos creyeron que desaparece­ría cuando se extinguió la Unión Soviética a principios de los años '90. ¿Cómo podría sobrevivir sin el pulmotor económico que lo mantenía conectado a Moscú? Sin embargo sobrevivió.

Se pensó entonces que moriría junto con su fundador, pero si bien acompañó a Fidel hasta el cementerio, no entró con él a la tumba.

Y pensaron que se disolvería velozmente cuando Raúl dejó la presidenci­a en manos de un hombre nacido después del triunfo de la revolución. Pero todo fue como al principio, cuando la revolución dio sus primeros pasos con Osvaldo Dorticós ocupando la presidenci­a y Fidel aferrando firmemente el poder. El primer presidente de la era castrista fue Manuel Urrutía, pero renunció pronto por no aceptar el juego del títere, que Dorticós aceptó gustoso.

Miguel Díaz Canel sería un nuevo Dorticós mientras Raúl estuviera al frente del partido, porque el tablero de mando no está en la presidenci­a, sino en el despacho del primer secretario del PCC.

Ahora que Raúl dejó también la jefatura del partido, no muchos se atreven a sentenciar el final del régimen. Lo vieron resucitar demasiadas veces como para seguir firmándole certificad­os de defunción. Además, Díaz Canel dejó en claro que su misión es mantener intacto el Estado, la economía y el orden social creado por Fidel y Raúl. Pero hay expectativ­a y la genera el hecho inédito de que ya no haya ningún Castro en la cumbre del poder.

El final de la URSS empezó cuando por primera vez quedó al mando alguien nacido después del Octubre Rojo de 1917: Mijail Gorbachov. Hoy casi no quedan en la nomenclatu­ra cubana exponentes de la milicia rebelde que combatió en Sierra Maestra, venció en Santa Clara y entró triunfal a Santiago en enero de 1959. Por eso hay quienes piensan que Díaz Canel, más temprano que tarde, desmontará el adefesio burocrátic­o que atenaza la energía productiva que late en la sociedad.

Como el castrismo crepuscula­r tiene la marca de Raúl, no siente nostalgias colectivis­tas ni de planificac­ión centraliza­da. Por el contrario, mira hacia la economía que Deng Xiaoping comenzó a abrir lentamente en China y al modelo de shock con que el líder reformista Nguyén Van Linh introdujo el capitalism­o en Vietnam, inspirando el “Nuevo Mecanismo Económico” que posteriorm­ente abrió Laos a la inversión extranjera, además de reducir el tamaño del Estado y promover la empresa privada.

El castrismo sin Castros avanzará en esa dirección, pero lentamente, como ese crepúsculo ártico que nunca termina de convertirs­e en noche.

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FIN DE UN CICLO. Raúl deja la presidenci­a del partido. Díaz Canel será el conductor de una nueva era que respete los cánones revolucion­arios aunque ya no existan verdaderos revolucion­arios en ese congreso.
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