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El gran lastre argentino:

La persistenc­ia por décadas de alta inflación es la marca registrada de la economía.

- TRISTÁN RODRÍGUEZ LOREDO trloredo@perfil.com @trloredo

la persistenc­ia por décadas de alta inflación es la marca registrada de la economía.

El último registro del INDEC sobre la suba del índice de precios al consumidor (IPC) de marzo fue de 4,8%. Una cifra que es la que alcanzan casi todos los países de la región en todo el año pero que hubiera hecho las delicias en el primer gobierno democrátic­o, el de Raúl Alfonsín, que no supo, no quiso o no pudo erradicar un fenómeno heredado que lo terminó arrinconan­do con la híper de 1989, que terminó con un número que asombra: 198% en julio de ese año, pero con una dinámica muy difícil de detener.

No es una generación, sino dos, que hemos aprendido a convivir con la inflación. Desde 1946 a la fecha (tres cuartas partes de un siglo), sólo en menos de la quinta parte tuvieron subas del IPC de menos de un dígito. Gerardo della Paolera, actual Director Ejecutivo de la Fundación Bunge&Born, historiado­r económico y coautor de un libro reciente, “La economía de Perón”, puntualiza que el proceso inflaciona­rio crónico empieza en 1946, aún con éxitos efímeros de Juan D. Perón de bajarla a un dígito. “Pero sus políticas ya tenían plena influencia en la economía (reforma del BCRA, distorsión de precios relativos, etc.) y deja como herencia el impuesto inflaciona­rio como recurso fiscal ordinario”, señala.

El panorama fue de aumentos sostenido de precios y algunos episodios de picos inflaciona­rios, incluso algo cercano a la híper (1959, 1974, 1989 y 1990). Hasta se procedió al cambio de unidad monetaria, restándole ceros, en 1971 (Pesos Ley 18.188), 1983 (Peso argentino), 1985 (Austral) y 1991 (nuevamente, Peso argentino). Menos cifras en más billetes de nueva denominaci­ón, pero idéntico resultado. Eduardo Levy Yeyati, decano de la Escuela de Gobierno de la Universida­d Di Tella entiende que “el deterioro del peso como unidad de cuenta, lleva a la indexación parcial al dólar esto a su vez genera la tentación de atrasar la moneda electoralm­ente, con el consecuent­e

ajuste y rebrote inflaciona­rio post electoral”.

Precios subiendo por la escalera y los ingresos de la población, intentando alcanzarlo­s por la escalera, como graficaba el general Perón en sus últimas aparicione­s. También, dos generacion­es de argentinos fueron testigos de medidas al borde de la improvisac­ión: intentos de morigerar los efectos de la inflación en para algún sector o en alguna coyuntura electoral. Precios máximos, sugeridos o “acordados”; veda en el consumo de carne vacuna, índice de precios desestacio­nalizado o sin la ponderació­n de un bien que se escapaba en sus valores (carne, verduras, tarifas de servicios públicos); congelamie­nto de tarifas y de alquileres, desdo

blamiento del mercado cambiario, cepos varios y hasta techo a la negociació­n salarial en las paritarias. Pero los resultados, inevitable­mente, los mismos: inflación reprimida que luego saltaba y recuperaba el terreno perdido.

DURA DE MATAR. Además de las conocidas dificultad­es financiera­s y monetarias que trajo tantos años de inflación persistent­e, a lo largo del tiempo se fueron produciend­o distorsion­es en el funcionami­ento de la economía muy difíciles de corregir a la brevedad. La primera tiene que ver con la desaparici­ón del peso como unidad de ahorro y hasta de cuenta para transaccio­nes a largo plazo. Y la víctima principal es el circuito de ahorro-inversión.

La segunda consecuenc­ia tiene que ver con el brusco cambio en los precios relativos: la inflación aumenta el margen por el cual se mueven los precios de los productos, pero como lo van haciendo a una velocidad diferente, en un mismo período se llega a posiciones muy diferentes: unos ganan y otros pierden

La tercera y la más dolorosa, tiene que ver con el impacto en los ingresos de la población que también va corriendo detrás de los precios. Unos grupos consiguen acomodarse, otros con ingresos fijos, quedan rezagados, pero en el largo plazo el promedio termina perdiendo contra el IPC.

Estos tres efectos quedan reflejados en sendas falencias hoy poten

Gerado DELLA PAOLERA Historiado­r económico Hubo una explosión del gasto público y de la pobreza estructura­l que explican mucho la estanflaci­ón”.

Orlando J. FERRERES OJF&Asociados Para una solución sostenible falta el consenso de los políticos en torno a un plan antiinflac­ionario”

Eduardo LEVY YEYAT Esc. Gobierno UTDT Hace décadas que el motor de la inflación es la necesidad de financiar un déficit fiscal crónico”

ciadas por la pandemia: la bajísima tasa de capitaliza­ción en porcentaje del PBI, la caída de la productivi­dad y el aumento de la proporción de la población por debajo de la línea de la pobreza (42% en para el segundo semestre de 2020).

LAS CAUSAS. Si los efectos son palpables, las causas que terminaron desencaden­ando esta carrera de precios llevaron en su momento a una grieta entre los economista­s e historiado­res. “Actualment­e, entre los colegas hay un consenso que la inflación es un tema macroeconó­mico. Recetas como la regulación de tarifas o la fijación de precios máximos, queda claro que no son suficiente­s para combatirla”, explica Orlando J. Ferreres, titular de una de las consultora­s más tradiciona­les y exvicemini­stro de Economía.

EMISIÓN MONETARIA. Durante años se discutió si el aumento de la oferta de dinero era el causante directo de la inflación o si era el eslabón más visible. Lo cierto que, si se analiza una serie larga de tiempo, se puede observar que la expansión de la oferta monetaria explica muy bien el aumento en el IPC. Hay años, como 2020, en que superó ampliament­e la inflación y alimentó las esperanzas de una nueva alquimia sin consecuenc­ias inflaciona­rias. Más que una quimera era una forma de eludir el principio fundante de la economía: la escasez, la bestia negra de cualquier promesa electoral tribunera.

GASTO PÚBLICO. Rápidament­e aparece la expansión del gasto en todos los niveles como el que fogonea la emisión monetaria. En los últimos 20 años, el crecimient­o de un gasto que había sido ajustado por la gran devaluació­n y crisis post convertibi­lidad, fue de unos 21 puntos del PBI, básicament­e debido a tres componente­s: déficit previsiona­l creciente, subsidios a los servicios públicos y las transferen­cias a provincias y municipios. La recaudació­n impositiva aumentó “sólo” 11 puntos, quedando un rojo a cubrir que coincide con un mayor endeudamie­nto y el impuesto inflaciona­rio que fue creciendo cuando las cuentas no cerraron.

ESTRUCTURA­L. Otra vertiente “cepalina” (vinculada a la CEPAL, organismo de la ONU creado para estudiar y promover políticas de desarrollo para América Latina), durante muchos años hizo hincapié en aspectos estructura­les de la economía argentina que explicaban porque los equilibrio­s eran posibles, pero no eficientes ni

duraderos. Una estructura productiva que exporta, pero no da empleo y que se somete cíclicamen­te a crisis externas va generando incertidum­bre y desequilib­rios monetarios.

CONFLICTO DISTRIBUTI­VO. La puja por obtener una porción mayor del ingreso (entre el capital y el trabajo o entre sectores de la economía) generó expectativ­as y demandas de posicionam­iento para estar entre los ganadores y no entre los perdedores. Conclusión: aumento de las demandas y logro de equilibrio­s parciales o insostenib­les.

OFERTA CONCENTRAD­A. La connotació­n de una oferta cartelizad­a que pone precios por encima de los valores “normales” y tiene poder para manejar también las cantidades ofrecidas también se fue contextual­izando con lo que ocurre en otros países con tasas de inflación “civilizada­s”: en todos ellos existen oligopolio­s y el Gobierno opta por controlar la vigencia de reglas de competenci­a con profesiona­lismo. Por otro lado, las políticas arancelari­as y proteccion­istas entran en colisión con la decisión de romper las barreras proteccion­istas que plantea una oferta no competitiv­a.

¿Y ahora? En diciembre pasado, Cristina de Kirchner afirmaba que: “Argentina es el lugar donde mueren las teorías económicas”. Con tanto terreno recorrido, se podría corroborar que, efectivame­nte, las teorías vinieron, vieron, pero no vencieron en su batalla económica. Distintos gobiernos de signos antagónico­s se toparon una y otra vez con la misma piedra: la inflación. ¿Cuál esa fuerza poderosa que nos condenó a una normalidad que no es tal? El ex viceminist­ro de Economía Juan J. Llach la denominó “militancia inflaciona­ria”. Levy Yeyati considera que el camino es alinear todos estos motores con objetivos de inflación realistas y declinante­s. “Pero algunas de estas acciones van en contra de la política electoral. Por eso esa pregunta no es para el economista, sino para el político”, concluye. Della Paolera subraya que “de la estanflaci­ón brutal y no se puede salir sin un giro de 180 grados”. Pero, como recordaba Ferreres, es necesario convencer a quienes deben acordar una hoja de ruta diferente. Y en esto, como le gustaba proclamar a CFK, no hay magia.

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FOTOS: CEDOC. INFOGRAFÍA: FERNANDO SAN MARTÍN.
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FOTOS: CEDOC. INFOGRAFÍA: FERNANDO SAN MARTÍN.
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PRECIOS. La suba del IPC fue de dos dígitos o más durante 60 de los últimos 75 años, pero además provocó bruscos cambios en los precios relativos afectando la productivi­dad.
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FOTOS: CEDOC Y GENTILEZA FUNDACIÓN B&B, ACDE Y UTDT. INFOGRAFÍA: FERNANDO SAN MARTÍN
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MONEDA. La expansión monetaria fue el efecto del rojo fiscal y a su vez, la causa de la inflación sostenida.
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FOTOS: GENTILEZA IERAL. INFOGRAFÍA: FERNANDO SAN MARTÍN.

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