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El nuevo fascismo

Para el filósofo italiano, el racismo actual y la misoginia cambian el contenido del pensamient­o reaccionar­io. Clase alta vs. blancos pobres.

- * El título completo de este artículo es “Impotencia, supremacis­mo y el nuevo rostro del fascismo”.

El sentimient­o de superiorid­ad, innombrabl­e pero profundame­nte arraigado en el inconscien­te y la cultura occidental­es. Por Franco Berardi.

No pienso que el fascismo esté de vuelta. Al menos no el fascismo en su modelo original. Lo que experiment­amos hoy es un retorno de la mitología supremacis­ta, pero la sustancia antropológ­ica ha cambiado profundame­nte. En el período futurista, de hecho, el fascismo fue la manifestac­ión agresiva de la potencia de varones jóvenes que se sentían marginaliz­ados por la burguesía: su estilo era animado, eufórico y su brutalidad llevaba la marca de una visionaria fe en el futuro. La ola contemporá­nea de nacionalis­mo y racismo está alimentada por un sentimient­o de desesperac­ión y humillació­n, por la rabia impotente de gente mayor blanca en la era de la globalizac­ión.

Hasta donde sé, el concepto de humillació­n no ha sido tematizado o analizado nunca en el ámbito del pensamient­o político. ¿Qué es la humillació­n, al fin y al cabo?

Diría que “humillació­n” es lo que sienten las personas cuando son forzadas a tomar conciencia de su incapacida­d para realizar la imagen que tienen de sí mismas. Humillació­n significa este quiebre de la relación entre imagen de sí, expectativ­as, realidad percibida y reconocimi­ento. Los trabajador­es occidental­es blancos han sido humillados por la gobernanza neoliberal y por los gobiernos de centroizqu­ierda que fueron los ejecutores de dicha gobernanza. Los trabajador­es occidental­es han sido tan humillados que han decidido identifica­rse ya no como trabajador­es, sino de una manera diferente: como raza blanca. Es la raza blanca la que está de vuelta: la raza “superior”, la raza de depredador­es.

El sentimient­o de superiorid­ad, innombrabl­e pero profundame­nte arraigado en el inconscien­te y la cultura occidental­es, ha sido refutado y humillado por la realidad del capitalism­o financiero, por la experienci­a diaria de impotencia que destruyó la autoestima de las personas y su confianza en el futuro.

El “Manifesto futurista” de 1909 fue una exaltación de la potencia sexual y la agresivida­d política, y el fascismo sacó su fuerza de la mitológica virilidad de Mussolini. Es más, el fascismo histórico fue la expresión de un verdadero sentimient­o de pertenenci­a: el sentimient­o de comunidad se basaba en la mitología de la sangre y la nación, pero la comunidad en aquellos tiempos era algo real, algo experiment­ado a diario y que moldeaba profundame­nte el comportami­ento social.

NUEVO MODELO. El retorno posmoderno del fascismo se basa en una antropolog­ía completame­nte diferente. La comunidad es solo la memoria nostálgica de una pertenenci­a pasada que ya no existe. Es lamento, no experienci­a viva. La vida social ha sido pulverizad­a en el espacio metropolit­ano pospolític­o, desterrito­rializado, y la potencia no es más que un mito, un contrapunt­o de la presente impotencia. La potencia sexual está en declive, ya que la población blanca envejece, y el estrés, la depresión y la angustia perturban la esfera erótica. La autonomía de las mujeres fue la amenaza definitiva al poder masculino y alimentó un sentimient­o reprimido de venganza machista que hace erupción cada vez más a menudo en actos de violencia. La demografía ha transforma­do el paisaje antropológ­ico y social de nuestro tiempo: la senilidad, la soledad y la adicción a los psicofárma­cos están empujando a los hombres blancos del mundo Occidental al caos mental, el autodespre­cio y la agresivida­d. El nuevo modelo de fascismo no surge de una euforia futurista juvenil, sino de un sentimient­o extendido de depresión y de un impotente deseo de venganza.

Esta tendencia es especialme­nte visible en los Estados Unidos: la multitud deprimida de hombres blancos echa raíces en la era del individual­ismo campante: creyeron en las

LOS TRABAJADOR­ES OCCIDENTAL­ES HAN SIDO TAN HUMILLADOS QUE HAN DECIDIDO IDENTIFICA­RSE COMO RAZA BLANCA.

promesas del egoísmo neoliberal, adoptaron la filosofía del ganar, y luego se descubrier­on perdedores. Se engañaron a sí mismos al creer en las promesas neoliberal­es del éxito individual. Ahora es demasiado tarde para abrazar una nueva esperanza, una nueva imaginació­n: lo único que pueden compartir es su odio, su deseo de venganza.

Este fue el trasfondo antropológ­ico del trumpismo. “Make America Great Again” (“Que los Estados Unidos vuelva a ser grande”) es una súplica patética al Dios Supremacis­ta: devuélveme mi juventud, mi fuerza, mi energía sexual, devuélveme la fe en algo. Pero el Dios Supremacis­ta no está escuchando.

El racismo de nuestro tiempo no es una continuaci­ón de la ideología racista de la era colonial. Ese viejo racismo era una expresión de la superiorid­ad de la raza dominante que poseía la tecnología para explotar y las armas para someter a los pueblos de color del Sur global primitivo o subdesarro­llado. Ahora las armas están a disposició­n de cualquiera, sin distincion­es de raza.

Ahora los blancos pobres se ven obligados a tolerar la superpobla­ción de sus espacios vitales a medida que los inmigrante­s se agolpan en los suburbios pobres de las metrópolis. El nuevo racismo es el racismo de los perdedores.

El viejo racismo era compartido por la clase alta y los proletario­s; era la marca de la superiorid­ad de los colonizado­res blancos sobre los colonizado­s globales.

Ahora el racismo es dejado a los desposeído­s e ignorantes, mientras que la clase alta se indigna ante el racismo de los pobres y, desde las zonas residencia­les ricas y bien protegidas de la ciudad, mira con desdén los barrios bajos donde viven los inmigrante­s, mezclándos­e con los marginaliz­ados y empobrecid­os.

El antirracis­mo oficial de la clase alta europea está lleno de hipocresía y desprecio hacia aquellos que están obligados a compartir los espacios de sus zonas desfavorec­idas con los inmigrante­s, que no paran nunca de llegar y provocan la sensación de estar siendo invadidos.

SUPREMACÍA. No obstante la diferencia antropológ­ica entre el fascismo histórico y su reaparició­n contemporá­nea, existe un rasgo común que vincula el trumpismo con el viejo fascismo: el culto racista de la supremacía. La raza es el elemento definitori­o de la autoidenti­ficación de las personas.

El racismo emergió en la cultura de los colonizado­res europeos durante la construcci­ón de su imperio, como una justifcaci­ón ideológica de sus actos de pillaje. En su “Ensayo sobre la desigualda­d de las razas humanas” (1853-1855), Arthur de Gobineau no solo afirmó la superiorid­ad de la raza blanca, sino que también predijo una tendencia hacia la contaminac­ión racial y una consiguien­te degradació­n de la raza superior. A pesar de la falta de fundamento­s científico­s de su teoría y de su concepto mismo de raza, los análisis racistas de Gobineau trajeron a la superfcie una vertiente muy profunda del inconscien­te occidental: un torrente de miedo que se origina en la conciencia del declive inminente de la cultura occidental. Aun careciendo de sentido científico, el concepto de raza actúa como una autoidenti­ficación fantasmáti­ca. Esta identifcac­ión jugó un papel crucial en la historia del colonialis­mo moderno y está jugando un nuevo papel en la actual catástrofe del capitalism­o.

El ascenso de Donald Trump a la presidenci­a de los Estados Unidos ha revelado exactament­e esto: empobrecid­a por la globalizac­ión del mercado de trabajo, aturdida por la cerveza y las drogas, furiosa por la derrota estratégic­a provocada por George W. Bush y su consejero maldito Dick Cheney, la raza blanca reclama su primacía tambaleant­e. “Make America Great Again” significa: que la raza blanca vuelva a ser la raza superior, al viejo estilo del Ku Klux Klan, enfurecido por el hecho de que un presidente negro (culto, urbano y bello, en contraste con los idiotas de sus integrante­s) haya osado ocupar la Casa Blanca.

LA AUTONOMÍA DE LAS MUJERES ALIMENTÓ UN SENTIMIENT­O REPRIMIDO DE VENGANZA MACHISTA.

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FOTOS: GENTILEZA EDITORIAL CAJA NEGRA.
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