Voto pastorcito: por qué la sociedad dejó de creerle a los políticos en plena pandemia. El terraplanismo opositor.
La desconfianza ante los errores del Gobierno y el terraplanismo de los opositores duros. Qué pasa con las PASO.
Aunque la opinión pública de todos los colores está empachada de argumentaciones “científicas”, la crisis política que bloquea la vida de los argentinos se resume en la simple fábula del pastorcito mentiroso: de tanto gritar mentiras y exageraciones, ya nadie le cree a nadie, incluso si se dice alguna verdad.
Embrutecida por el fraseo cientificista que parece aclararlo todo pero al final lo oscurece todavía más, la clase media (y estratos vecinos) quedó incapacitada para entender su realidad con la sensatez del sentido común, esa mirada cotidiana compartida que permite unir fuerzas ante la adversidad colectiva. Hoy lo nubla todo el polvo tóxico que sale de la grieta, y solo queda justificar, en nombre de la ciencia, la necedad de las ideas polarizadas sobre cómo enfrentar la calamidad de una pandemia pegajosa y resistente.
La culpa es de todos, pero de los líderes más. Son ellos quienes sembraron, con sus relatos inchequeables, la sospecha crónica de los que no mandan, pero votan. O votaban. Porque hoy ni eso: el miedo al contagio exige obediencia de los representados ante sus representantes con mandato vencido. Hasta nuevo aviso.
Seamos justos: puede que votar en estos meses resulte demasiado peligroso desde el punto de vista sanitario, pero cómo darle crédito a un grupo político con prontuario de manipulaciones electorales sugestivamente oportunas. Citemos dos ejemplos, nada más. Las PASO, que hoy el oficialismo considera gasto superfluo y molestia innecesaria para el votante con barbijo, fueron un invento kirchnerista para ensuciar la cancha partidaria, con la excusa “científica” de airear la vida interna de los partidos políticos. El otro invento K, aún más bochornoso, de las “candidaturas testimoniales”, también mostró hasta qué punto la picardía electoral podía degenerar en abuso de las reglas de juego. El progresismo argentino se volvió un colectivo pasivo, obsecuente, conservador, miedoso y vigilante que se espanta de que vivimos en una época donde la rebeldía es de derecha.
Seamos justos de nuevo: es cierto que la rebeldía de derecha se ve espantosa. La lógica desconfianza por las filminas truchas de Alberto Fernández desataron una ola de terraplanismo antiviral que, retorciendo el vocabulario académico, justificaron conductas negligentes en nombre de presuntas “evidencias científicas” que la vida “off-line” viene desmintiendo a cachetazos. Parece que las vacunas nac&pop no eran veneno y que los amuchamientos libertarios contagian feo: lástima que el Gobierno encargado de comunicar oficialmente estas simplezas no pare de derrochar credibilidad con sus idas y vueltas, sus lastimosas contradicciones internas y su flojera de papeles.
Un ejemplo “científico”: comparemos el trato kirchnerista obsesivamente hostil contra todo lo que huela a campo con el amiguismo tolerante respecto de los empresarios farmacéuticos nac&pop, no importa cuántos millones se lleven del “Estado presente”, ni cuánto incumplan los contratos sobre entrega de vacunas. Doble vara que parece no indignar al progresismo inoculado.
Tampoco queda claro cuánto indignan sinceramente a la dirigencia opositora, que deambula entre la tibieza impotente ante los volantazos K y los disparates reaccionarios de dirigentes que exageran dureza, acaso tentados por las encuestas: así fue como, esta semana, Patricia Bullrich puso de nuevo en duda su sobriedad con la propuesta de canjear las islas Malvinas por un cargamento de vacunas Pfizer. No es por ahí, se burlaron en Twitter, justo en la semana en que la alternativa libertaria de López Murphy & Asociados quedó enchastrada por las malas compañías. Mientras tanto, Mauricio Macri espera que siga bajando la imagen del Presidente, para ver si así le creen la promesa de que ya aprendió la lección y que la próxima vez no va a estrellar el avión que nos iba a depositar en el Primer Mundo. Entre tantos pastorcitos mentirosos, ¿a quién votar?
La propia clase política y la pandemia nos relevan de votar en tiempo y forma. Y paradójicamente nos obligan a entender lo que ya varias agrupaciones espontáneas de la clase media se animaron a pensar para rescatar el espíritu realmente democrático de progreso: sin las urnas no se puede, pero solo con las urnas, tampoco alcanza.