Negociar confianza
Pocas veces el diseño de la política exterior mantuvo un norte claro al que de alguna manera se alineaba las decisiones en el ámbito local. En realidad, fueron muchas más las que las posturas en materia de relaciones internacionales fueron funcionales a las necesidades domésticas. En esta misma dirección podrían etiquetarse las motivaciones de la gira presidencial por Portugal, España, Francia e Italia, con visita casi protocolar al Vaticano incluida. Las explicaciones esgrimidas por el Gobierno para respaldar la razón del viaje relámpago por las cuatro capitales en menos de una semana sólo maquillan la principal: fortalecer la endeble posición argentina en las negociaciones con los organismos internacionales para reestructurar su deuda externa. A diferencia de lo que ocurrió hace un año con los bonistas privados, esta vez la política tiene mucho para decir en las demoradas conversaciones que adquieren urgencia ante la inminencia de los vencimientos. Antes de fin de mes ya se gatilla el primero con el Club de París, comprometido en 2014 con el entonces ministro de Economía Axel Kicillof. Hay muchas causas valederas para postergar el pago de las obligaciones, pero aún la política en su dimensión global tiene sus restricciones. La contraparte, por más empatía y comprensión que genere la pandemia, exigirá definiciones y pruebas de su compromiso. No sería la primera vez y quizás tampoco la última en que Argentina opta por patear el tablero económico un negocio dudoso en lo inmediato y ruinoso, con seguridad, en el mediano plazo.