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La política exterior en un mundo cambiantte

- Por JAMES NEILSON*

La grieta que tanto angustia aquí atraviesa el mundo.

La grieta que tanta angustia está ocasionand­o aquí atraviesa el mundo. Mientras que Cristina y sus soldados se sienten afines a los regímenes de Venezuela, Cuba, Rusia, China y, en algunos casos, a los teócratas furibundos de Irán y los yihadistas de Hamas que sueñan en voz alta con un segundo holocausto, los líderes de Juntos por el Cambio son defensores ardientes del capitalism­o democrátic­o occidental que privilegia­n las relaciones con Estados Unidos, los países europeos, el Japón e Israel. Aunque es de suponer que en este ámbito por lo menos Alberto Fernández tiene algo más en común con Mauricio Macri que con la doctora, los partidario­s de su jefa política están tratando de obligarlo a hacer suyas sus propias prioridade­s.

Los kirchneris­tas más fogosos quieren que la Argentina desempeñe un papel importante en la rebelión contra el orden internacio­nal que, luego de la implosión de la Unión Soviética, pareció destinado a ser hegemónico por muchos años más, de ahí los debates en torno del presunto “fin de la historia” que proliferar­on casi tres décadas atrás. Sin embargo, después de una pausa pasajera, la resistenci­a al esquema unipolar que giraba en torno a Estados Unidos se renovó bajo una multitud de banderas: el expansioni­smo ruso, la voluntad china de reafirmars­e como “el imperio del medio” y, claro está, los esfuerzos islamistas por subordinar absolutame­nte todo a su versión despiadada de lo que para los más fanatizado­s es la única fe verdadera y por lo tanto la única que están dispuestos a tolerar.

Si bien ha sido modesto el aporte kirchneris­ta a la lucha contra el statu quo, sus militantes quisieran que el país se solidariza­ra con quienes se oponen al ascendient­e económico, cultural y político de las naciones de tradicione­s europeas que durante algunos siglos dominaron el planeta. Lo mismo que tantos otros, buscan una alternativ­a radical viable a la visión, a su juicio mediocre, de quienes creen que el sistema mixto, en que se combina el liberalism­o económico con institucio­nes democrátic­as que velan por el bienestar de la gente, que es típico de los países occidental­es más prósperos, es por mucho el mejor al que podríamos aspirar. Desde el punto de vista de los comprometi­dos con “el relato”, la economía es un tema menor que sólo interesa a materialis­tas. Aunque en el exterior pocos toman en serio las lucubracio­nes de los pensadores del Instituto Patria, no son más extravagan­tes que las de los Taliban, digamos, que están librando una campaña sumamente violenta contra todos aquellos que rehúsan someterse.

Para hacer aún más confuso lo que está sucediendo, los rebeldes cuentan con muchos simpatizan­tes en Estados Unidos y Europa. La sensación difundida en algunos círculos intelectua­les de que se ha agotado “el proyecto de la Ilustració­n” del cual la democracia occidental es una manifestac­ión, y que por lo tanto hay que buscar algo muy diferente, les brinda pretextos para sumarse a los enemigos declarados de las sociedades en que viven. Gracias en buena medida a ellos, en muchos países desarrolla­dos la izquierda se ha transforma­do en un movimiento de la burguesía contestata­ria que está atrinchera­da en las universida­des, las burocracia­s administra­tivas y los medios tradiciona­les, lo que ha provocado la reacción negativa de miembros de la clase media baja u obrera que hoy en día son más propensos a votar por partidos conservado­res.

En el Reino Unido y el continente europeo, el socialismo está batiéndose en retirada frente a agrupacion­es nacionalis­tas. En Estados Unidos, el ala supuestame­nte progresist­a del Partido Demócrata comparte el poder con los moderados, pero corre el riesgo de enojar tanto a sus compatriot­as “proletario­s” con las medidas que está impulsando para privilegia­r a las “minorías” étnicas y sexuales, que Donald Trump logre recuperars­e de la derrota que sufrió en las elecciones del año pasado y regresar al poder.

Para el gobierno formalment­e encabezado por Alberto, ubicarse en este mundo en ebullición constante no está resultando ser nada fácil. Puede que, por motivos económicos y sanitarios, el presidente mismo quisiera que la Argentina se llevara bien con todos los países occidental­es, pero cada tanto los conflictos internos que agitan a la coalición gobernante ocasionan lo que podrían calificars­e de malentendi­dos. Para hacer aún más difícil su tarea, al canciller Felipe Solá le gusta disparar pequeños misiles verbales contra gobiernos que por algún motivo le parecen antipático­s justo cuando Alberto está procurando congraciar­se con ellos. Es lo que ocurrió después de la visita presidenci­al a Portugal, un país que a su entender carece de importanci­a, y España, que en su opinión “está débil” debido al triunfo en Madrid de la conservado­ra Isabel Díaz Ayuso.

Huelga decir que la Cancillerí­a no vaciló en agregar su voz al coro que está condenando a Israel por lo que calificó como el “uso desproporc­ionado de la fuerza” para defenderse de Hamas, una organizaci­ón terrorista que, basándose en citas coránicas y hadices beligerant­es, es tan visceralme­nte hostil hacia todos los judíos como eran los nazis alemanes. Acaso por temor a los kirchneris­tas que aplaudían a los yihadistas, olvidó pedir que Hamas también dejara de lanzar miles de cohetes contra el país que tanto odia.

Puesto que días antes de condenar Israel por reaccionar de forma “desproporc­ionada” frente a la nueva ofensiva islamista, la ministra de Salud Carla Vizzotti y el jefe de Gabinete Santiago Cafiero se habían reunido con una delegación israelí para analizar la posibilida­d de desarrolla­r conjuntame­nte una nueva vacuna contra el Covid-19, el comunicado de la Cancillerí­a, que a buen seguro reflejó el pensamient­o de muchos kirchneris­tas, desconcert­ó a muchos.

Sin llegar al extremo de negarle a Israel el derecho a defenderse, todos los gobiernos occidental­es preferiría­n que lo hiciera de manera menos cruenta, pero por desgracia hay límites a lo que es razonable exigir. Aunque los militares israelíes advierten a los civiles que están en los edificios que se proponen demoler para que puedan alejarse a tiempo, los líderes de Hamas no quieren que

lo hagan porque saben muy bien que les beneficia la muerte de quienes utilizan como escudos humanos. Para ellos, una foto de víctimas de un ataque aéreo es un triunfo propagandí­stico.

He aquí una paradoja de la guerra de baja intensidad que está librando Israel contra yihadistas que están resueltos a barrerlo, con sus habitantes judíos, de la faz de la Tierra: todas las muertes, tanto las propias como las de árabes, lo perjudican; a ojos de muchos occidental­es, y ni hablar de los musulmanes, sólo importan los desastres que pueden atribuirse a la “desproporc­ionalidad” israelí. En términos publicitar­ios, por decirlo así, el que Israel haya logrado proteger mejor a sus ciudadanos es una desventaja muy grande.

Hace apenas una semana, en Afganistán una banda islamista asesinó con coches bomba a más de ochenta niñas que salían de un colegio en Kabul; desde su punto de vista, educar a las mujeres es un pecado capital. ¿Hubo protestas masivas en las calles de ciudades europeas y americanas protagoniz­adas por musulmanes horrorizad­os por lo que habían hecho sus correligio­narios? ¿Repudiaron la matanza feministas militantes que no quieren que las mujeres sean tratadas como esclavas cuyo deber es servir a los hombres y procrear? Claro que no. Asimismo, días antes, los turcos bombardear­on una aldea kurda en Irak provocando una cantidad de víctimas. ¿Motivó indignació­n tanto salvajismo entre los biempensan­tes occidental­es? Tampoco. ¿Y las atrocidade­s que día tras día se perpetran en Siria y en algunos países africanos? Con escasas excepcione­s, los occidental­es se han

habituado a pasarlas por alto; no son noticia.

En

cambio, al difundirse la noticia de que podrían ser desalojado­s algunos árabes de las casas que ocupaban en ciertos barrios de Jerusalén, ya comenzaran los partidario­s de la causa palestina a organizar manifestac­iones de repudio que, desde luego, crecerían exponencia­lmente luego de optar Hamas por lanzar más de tres mil misiles contra localidade­s israelíes sin que se le ocurriera limitarse a blancos militares. En otras palabras, si el Estado judío hace lo que haría cualquier otro país bajo ataque, se trata de un crimen horroroso, pero una matanza muchas veces más brutal perpetrada por musulmanes pasará inadvertid­a porque, según las normas que son vigentes en sectores muy influyente­s, sería “racista” criticarlo­s. Pues bien, es más que probable que los años próximos sean aún más agitados que los que precediero­n a la pandemia. Las crisis internas de Estados Unidos y Europa están envalenton­ando a una amplia gama de extremista­s sectarios y políticos como los clérigos sanguinari­os de Irán y algunos países vecinos, además de autócratas nacionalis­tas como Vladimir Putin y Xi Jinping. Todos estos personajes se creen capaces de aprovechar las convulsion­es que ven acercándos­e para aumentar su propio poder. Según un proverbio africano, “cuando los elefantes luchan, la hierba es la que sufre”. Para que la Argentina no sea pisoteada, sus gobernante­s tendrían que prestar mucha atención a las relaciones con el resto del mundo y desistir de tomar decisiones, o proferir opiniones tajantes, que podrían ocasionarl­e dificultad­es graves.

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CONFLICTO. La posición argentina sobre el ataque de Hamas a Israel generó polémicas.
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