“Dos locas de remate” de Ramón Paso. Con Soledad Silveyra y Verónica Llinás. Dirección: Manuel González Gil.
“Dos locas de remate” de Ramón Paso. Con Soledad Silveyra y Verónica Llinás. Dirección: Manuel González Gil. Astral, Av. Corrientes 1639. Desde que Caín, enloquecido por los celos que sintió hacia su hermano Abel, terminó asesinándolo, y fue condenado por Dios a vagar por la faz de la tierra, mucha agua ha corrido bajo el puente; y los conflictos entre familiares han sido la génesis de innumerables argumentos. Tanto en la literatura, como en el cine o en diferentes obras de teatro, las familias disfuncionales y las diferencias fraternales alimentaron tramas en las que siempre se intentan zanjar los problemas que tienden a desunir los lazos de sangre.
La leve pieza del español Ramón Paso no es ajena a estas circunstancias en las que los problemas de este tipo son un manantial en constante fluir. Conocida originalmente en Madrid con el título de “El reencuentro”, la pieza tiene en la cartelera porteña un nombre más conveniente a las circunstancias pandémicas que atravesamos: “Dos locas de remate”.
La historia reúne a Catalina (Soledad Silveyra) y Julia (Verónica Llinás), dos hermanas distanciadas durante veinte años. La vida las ha llevado por diferentes caminos. La primera se casó, tuvo una hija, enviudó y pasó diez años cuidando de su temible madre enferma. La segunda construyó su existencia de forma solitaria, es eximia violinista, tiene una asistente alemana de la que depende para las tareas cotidianas y es neurótica, hipocondríaca y racista; lo que se dice un catálogo de obsesiones.
La historia de ambas es dolorosa, pero está contada y actuada en tono de comedia negra, lo cual favorece la identificación y las risas del público. La gran bastonera es Silveyra, quien transmite a la perfección la capacidad del personaje para ver lo positivo dentro de su tragedia personal y seguir adelante, más allá de la incómoda verdad que descubrirá hacia el final. Llinás aporta lo suyo y juntas son dinamita, como diría alguna publicidad gráfica.
El director Manuel González Gil recurre al oficio y pilotea el caos con experiencia para redondear una propuesta que resulta una buena excusa para regresar al teatro y divertirse de manera segura.