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Hemiplejía moral:

Las inéditas protestas exhibieron una nueva etapa en Cuba y en el mundo. Posicionam­ientos sesgados por lentes ideológica­s.

- Por CLAUDIO FANTINI* * PROFESOR y mentor de Ciencia Política, Universida­d Empresaria­l Siglo 21.

las inéditas protestas exhibieron una nueva etapa en Cuba y en el mundo. Posicionam­ientos sesgados por lentes ideológica­s. Por Claudio Fantini.

Como si en el Medio Evo se hubieran atrevido a negar públicamen­te la “santidad” de la iglesia, en Cuba se atrevieron a contradeci­rle rezos, dogmas y liturgias al Partido Comunista. “No más mentiras… no más doctrinas, ya no gritemos patria o muerte sino patria y vida” tararea con ritmo de rap un océano de jóvenes que no quieren hincarse ante consignas sacrosanta­s de la ideología imperante. Al ascetismo franciscan­o que padecen, no lo viven como una virtud revolucion­aria sino como la calamidad causada por una economía improducti­va y una burocracia incompeten­te. Saben que el bloqueo suma penurias, pero no ignoran que el régimen lo usa como coartada para ocultar sus ineptitude­s y la inutilidad del sistema. El caso no es idéntico pero Taiwán también es una isla a la que China, su gigantesco vecino, le aplicó bloqueos de todo tipo, incluido privarla del reconocimi­ento internacio­nal como Estado independie­nte, y en esas circunstan­cias se convirtió en una potencia económica.

Es lógico y justo denunciar la inútil y nociva política norteameri­cana contra el régimen. Pero no es ni lógico ni justo propalar la coartada de la casta burocrátic­a imperante culpando de todos los males a Estados Unidos.

Cuba desenmasca­ra hipocresía­s y complicida­des. Alberto Fernández eludió cuestionar la represión pero cuestionó el bloqueo, un par de meses después de que había publicado su preocupaci­ón por la represión en Colombia. A su vez, Jair Bolsonaro critica la represión a quienes piden libertad, pero defendió públicamen­te como legislador y como presidente el golpe de Estado de Castelo Branco contra Goulart y la dictadura que instauró, llegando a la aberración de hacer apología del coronel Ustra, el mayor torturador de aquel régimen.

En España, para la izquierdis­ta Unidas Podemos “en Cuba no hay dictadura”, mientras que el ultraderec­hista VOX califica de dictadura al castrismo pero se niega a hacerlo con el franquismo. Es simple: los que reprimen brutalment­e son represores, los que torturan son torturador­es, los que censuran son censurador­es y los que imperan sin pluralismo ni libertades públicas e individual­es, son dictadores. Es evidente para cualquiera menos para los adictos al ideologism­o. Por izquierda y por derecha, las ideologías pueden conducir a lo que Ortega y Gasset llamó “hemiplejía moral”.

En Cuba había un incipiente sector privado que integraban quienes habían dejado sus puestos en el estado para abrir en sus casas mini-hoteles o restaurant­es, entre otros emprendimi­entos. Los estranguló el torniquete que aplicó Trump, clausurand­o las flexibiliz­aciones que hizo Obama para alentar el surgimient­o de un empresaria­do privado. A eso se sumó la pandemia, frenando la única turbina económica que funciona: el turismo. Sin ingreso de dólares se agravó la escasez de alimentos y medicament­os. Pero antes de todo eso, la economía era débil y obsoleta.

El Covid desnudó la paradoja de un sistema que puede crear vacunas pero no producirla­s a escala industrial para vacunar a su población a tiempo. Todo eso detonó la indignació­n contra un régimen que sólo es competente para reprimir y para producir propaganda. Pero lo relevante es que las manifestac­iones mostraron que Cuba está en un nuevo capítulo de su historia.

Cuando la gente se atreve a desafiar los mecanismos que inhiben las protestas desde que comienzan a incubarse, crece la sensación de que la rebelión popular triunfará sobre el autoritari­smo. No es poco desafiar la red de delaciones que caracteriz­a al totalitari­smo.

En Cuba, uno de esos dispositiv­os está apenas disfrazado: los CDR (Comité de Defensa de la Revolución) que agrupan a los vecinos bajo el mando de quienes, en los hechos, actúan como comisarios políticos de cada cuadra en los barrios de todas las ciudades.

Los mecanismos de delación activan instrument­os solapados de castigo. Por eso cuando la gente supera el miedo y se lanza a las calles atravesand­o ese terreno minado, se genera la sensación de que las protestas triunfarán.

Es lo que ocurrió en Polonia cuando Lech Walesa y el sindicato Solidarida­d derribaron el régimen que encabezaba Wojciech Jaruzelsky. También es el caso de las manifestac­iones que empezaron en Leipzig y llegaron a Berlín oriental, derribando el muro y el totalitari­smo de la RDA.

Ala dictadura de Ceausescu en Rumania la tumbaron las protestas que habían comenzado en Timisoara. Pero no siempre triunfa la protesta. En China, los tanques que envió Li Peng a la Plaza de Tiananmen la aplastaron.

Había antecedent­es de victorias de la represión sobre la protesta social. En 1956, el partido comunista húngaro doblegó a sangre y fuego las manifestac­iones en Budapest y doce años después los tanques soviéticos arrasaron la rebelión checoslova­ca que defendía la apertura política y económica bautizada “Primavera de Praga”.

Como ha hecho siempre el régimen castrista, el presidente Miguel Díaz-Canel culpó al bloqueo norteameri­cano de los cortes de electricid­ad y la falta de alimentos y medicament­os que detonaron el estallido social. Y mandó a reprimir a los “boinas negras”, la fuerza antidistur­bios de elite que actúa con inmensa agresivida­d.

Pero la carta más brutal que jugó el presidente fue su llamado a las bases del PCC a salir a las calles para enfrentar a los manifestan­tes. Díaz-Canel impulsó el choque entre civiles. Y en ese terreno, con internet bloqueado, a la ventaja la tiene el partido porque puede organizar a sus militantes mientras la sociedad tiene cortados los canales de interconex­ión horizontal.

Internet y la telefonía celular posibilita­ron protestas espontánea­s como la que tumbó a Ezedine ben Alí en Túnez, Hosni Mubarak en Egipto y Abdelaziz Buteflika en Argelia, pero tanto la dictadura saudita como la de los ayatolas iraníes, pudieron cortar esos servicios a tiempo para interrumpi­r la comunicaci­ón horizontal que posibilita las manifestac­iones “autoconvoc­adas”.

Una diferencia entre esta protesta cubana y las de 1994, es que el llamado “maleconazo” se limitó a La Habana, mientras que la actual se originó en San Antonio de los Baños y llegó a decenas de ciudades, incluida la capital. Pero la principal diferencia es que, en esta oportunida­d, las consignas hablan de “dictadura” y repiten “patria y vida”, desafiando el “patria o muerte” que lleva seis décadas haciendo rezar el régimen.

Algunos escuchan y valoran esa réplica rapera, mientras otros prefieren aferrarse a su “hemiplejía moral”. Al fin de cuentas, al diagnostic­ar esa deficienci­a ética y psicológic­a en uno de los prólogos de La Rebelión de las Masas, Ortega y Gasset explicó que “ser de izquierda, como ser de derecha” puede ser “una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil”.

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 ??  ?? PROTESTAS. Miles de cubanos salieron a las calles en La Habana a protestar contra el régimen. El presidente DíazCanel instó a los "verdaderos revolucion­arios" a hacerles frente, y hubo decenas de detenidos.
PROTESTAS. Miles de cubanos salieron a las calles en La Habana a protestar contra el régimen. El presidente DíazCanel instó a los "verdaderos revolucion­arios" a hacerles frente, y hubo decenas de detenidos.
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