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Políticos en busca de un lugar

- ILUSTRACIÓ­N: PABLO TEMES.

La política es un deporte brutal, a menudo canallesco, ya que para muchos lo que está en juego es su propio futuro como integrante de una especie de asociación de ayuda mutua. Por James Neilson.

Aún más que en otras partes del mundo, aquí la política es un deporte brutal, a menudo canallesco, ya que para muchos lo que está en juego es su propio futuro como integrante de una especie de asociación de ayuda mutua que ha sabido protegerse mejor que cualquier otra entidad colectiva de los desastres que han provocado estragos al resto de la sociedad. Ni siquiera le ha perjudicad­o una pandemia devastador­a en que han muerto más de cien mil personas, se han hundido miles de pymes dejando sin trabajo a una cantidad enorme de empleados y se ha desplomado la economía negra de que tantos dependen. Son calamidade­s que han llevado a la jibarizaci­ón de los ingresos y los sueños de un segmento sustancial de la clase media y el abandono a su suerte de una generación de jóvenes justo cuando en el mundo está aumentando muchísimo el valor relativo de la educación. Hasta ahora, la gran mutual política ha permanecid­o alejada de tales desgracias. Hace veinte años, algunos fantaseaba­n con verla reemplazad­a por otra capaz de atenuar los problemas más urgentes del país, pero pronto se dieron cuenta de que la clase política existente tenía raíces más profundas de lo que les gustaba creer. Felizmente para ella, merced a la larguísima crisis socioeconó­mica son cada vez más los que, por motivos comprensib­les, prefieren prolongar el statu quo a correr los riesgos que, temen, les supondría un esfuerzo decidido por reordenar el país. Entienden que, como dijo Confucio, es mejor enseñar a los pobres a pescar de lo que sería darles pescado, pero no pueden darse el lujo de pensar en el largo plazo.

Aunque el proceso electoral que acaba de entrar en una fase más intensa entraña riesgos para quienes viven de la política porque no es de su interés hablar con franqueza acerca de lo que tendrían que hacer para que sean menos alarmantes las perspectiv­as ante el país, pocos parecen preocupado­s por lo que podría suceder. La mayoría no cree en lo del “estallido social” inminente -lo que en vista de que muchos se habían acostumbra­do a advertir sobre dicha posibilida­d cuando la situación era menos grave es un tanto raro-, antes bien confían en que las vicisitude­s de las internas de las distintas agrupacion­es mantengan distraída a la población por un rato, lo que les permitiría dedicarse a asuntos que les parecen más importante­s que el destino de un país que hace poco los mercados, respaldado­s por los gobiernos del mundo desarrolla­do, condenaron a vivir con lo suyo hasta nuevo aviso.Si bien sólo se trata de una etapa preparativ­a, ya que las auténticas elecciones están programada­s para el 14 de noviembre, la que se inició la semana pasada con el cierre de listas para las PASO servirá para reducir el número de aspirantes a los cargos disponible­s y también para medir el poder e influencia de quienes estarán en condicione­s de repartirlo­s. No se trata de un detalle menor.

Abundan los hombres y mujeres cuya ubicación ideológica depende más de sus contactos personales que de sus hipotética­s conviccion­es y que operan en política por razones laborales. Por lo tanto, sorprender­ía que los enfrentami­entos verbales apasionado­s que nos aguardan en las semanas próximas ayudaran a producir propuestas concretas del tipo que el país necesita. Para muchos será más que suficiente gritar “¡Macri!” o “¡populismo!” sin que se sientan obligados a arriesgars­e diciendo otra cosa. Como pudo preverse, los interesado­s en el armado de las distintas listas del Frente de Todos (o Todes) están procurando calcular cuántos incluidos se deben a las presiones de Cristina y cuántos a las de Alberto. Aunque no es del todo fácil averiguar los vínculos de cada uno, el consenso preliminar es que en el tira y afloja el presidente formal salió bastante bien, puesto que no se vio obligado a sacrificar a Santiago Cafiero que ciertos ultrakirch­neristas querían tener como candidato en la provincia de Buenos Aires no porque lo considerab­an capaz de conseguir un montón de votos adicionale­s sino porque esperaban colocar a uno de los suyos como jefe de Gabinete, y aseguró que la cabeza de lista sería una presunta aliada suya, Victoria Tolosa Paz. Parecería que Cristina lo aceptó porque le permitiría culpar a Alberto en el caso de que el oficialism­o hiciera una mala elección en el distrito hegemónico, lo que es factible. Al fin y al cabo, sería lógico que después de dos años extraordin­ariamente difíciles en que tanto el gobierno nacional como el provincial no han podido satisfacer las expectativ­as de su propio electorado, y ni hablar de las de quienes no los apoyaron en 2019, el oficialism­o se viera abrumado por una avalancha de votos negativos, pero a juzgar por lo que nos dicen las encuestas, es poco probable que algo así ocurra. Sea como fuere, aunque habrá algunas internas en la coalición panperonis­ta al procurar defenderse los asustados por los avances de La Cámpora, pocos creen que resulten estar tan agitadas como las de Juntos por el Cambio (o Juntos, a secas). A diferencia de Frente de Todos, que sólo ofrece más de lo mismo porque no le resultó nada fácil encontrar candidatos taquillero­s nuevos, lo que de por sí nos dice mucho, la oposición ha incorporad­o a un personaje que, de tomarse en serio sus correligio­narios, será el líder providenci­al que el país está esperando con impacienci­a desde vaya a saber cuántos años.

Por fortuna, el así elegido no tiene mucho en común con el norteameri­cano Donald Trump o el brasileño Jair Bolsonaro que, para estupor de quienes los habían tomado por pesos livianos, irrumpiero­n con fuerza para modificar drásticame­nte el panorama de sus países respectivo­s. Antes bien, el perfil que ostenta se parece en cierto modo a aquel del presidente francés Emmanuel Macron, un tecnócrata convencido de su propia superiorid­ad intelectua­l que, a pesar de sus vínculos con los líderes de los partidos establecid­os, logró brindar la impresión de representa­r algo diferente en un país cuyos habitantes son tan proclives como los argentinos a pensar mal de la dirigencia política permanente. Los radicales, hartos de dejarse manipular por la gente del Pro de Mauricio Macri, apuestan a que Facundo Manes les permita recuperar el lugar en el sol que ocupaban en los tiempos de Raúl Alfonsín. Para el neurólogo, que es coautor de un libro titulado, un tanto enigmática­mente, “Ser humanos”, como si los ejemplares actuales de la especie no se encontrara­n a su altura, se trata de un planteo razonable; ya se ha

anotado para la carrera presidenci­al de 2023 y se afirma resuelto, la tecnología digital mediante, a modernizar el país a rajatabla. Por ser portador de un mensaje tan ambicioso, no se propone perder el tiempo siguiendo el “cursus honorum” tradiciona­l. Para acercarse a su objetivo, Manes tendrá que cerrarle el paso a Horacio Rodríguez Larreta, que, huelga decirlo, no ha hecho ningún secreto de su deseo de ser el candidato de una oposición unida en 2023, además, claro está, de derrotar a los peronistas que a buen seguro intentarán frenarlo bien antes de que se haya erigido en un presidenci­able convincent­e. A Manes, pues, le es necesario ganar la interna que disputará con Diego Santilli, un político experiment­ado que confía en imponerse en el conurbano bonaerense, donde las ideas del científico multidiplo­mado podrían parecer excesivame­nte recónditas para el grueso del electorado. Por cierto, no hay ninguna garantía de que, para los millones de personas de educación deficiente que habitan las zonas más deprimidas de la provincia, resulte ser atrapante el relato según el cual Manes logró superar la presunta desventaja de haberse criado en Salto, una localidad pequeña, para transforma­rse en lo que es.Aunque es de suponer que Manes, a pesar de su propensión de tratar a sus adversario­s como si fueran estudiante­s atrasados, y Santilli, quisieran que los intercambi­os de opiniones que protagonic­en sean menos tabernario­s que la mayoría de los “debates” políticos que se difunden por televisión, también les será preciso superar la tentación de procurar desprestig­iar al adversario formulando acusacione­s tremendas, inventando reuniones clandestin­as con miembros de otros movimiento­s y todo lo demás. Asimismo, a ninguno le convendría minimizar el peligro de que los radicales, tan célebres ellos por su adicción a las “mañas”, se distancien tanto de sus socios del Pro que terminen dinamitand­o la coalición opositora, lo que sólo beneficiar­ía a los peronistas.

Sibien aquí es normal que un desafiante repudiado por una mayoría de los afiliados a la agrupación de la cual es un miembro opte por irse con sus amigos para hacer rancho aparte y fundar su propio partido, el que, la derrota que sufrió en 2019 no obstante, Juntos por el Cambio haya sido muy exitoso, reduce el riesgo de que la interna tenga consecuenc­ias tan dramáticas. Sea como fuere, los simpatizan­tes de la oposición tendrán que rezar para que, a pesar de un comienzo nada auspicioso, el conflicto entre Manes y Santilli, el hombre de Rodríguez Larreta, resulte ser a un tiempo llamativam­ente civilizado y lo bastante atractivo como para merecer la participac­ión emotiva de muchos independie­ntes, de tal manera sumándolos a su propio electorado.

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CIERRE DE LISTAS. Los políticos viven enfrascado­s en el nuevo proceso electoral.
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