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Una crisis previsible

El rojo permanente del sistema previsiona­l, su fragmentac­ión y el estancamie­nto del empleo formal jaquean la sustentabi­lidad.

- TRISTÁN RODRÍGUEZ LOREDO trloredo@perfil.com @trloredo

Dentro de 15 años, Gastón Revol, el capitán del selecciona­do de rugby-seven que obtuvo el bronce en los Juegos Olímpicos, podría jubilarse. Santiago Lange (59), que ya fue oro en Río 2016 y sigue compitiend­o en Tokyo 2020, podría haberlo pedido hace tiempo. También José Chamot y el Cholo Simeone (plata en Atlanta ’96), Gaby Sabatini (Seúl ’88), Hugo Sconochini (oro en Atenas 2004) y Juan Curutchet (oro Pekin 2008) también cumplieron con las condicione­s necesarias para poder pedir una pensión olímpica vitalicia en la ANSES. Manu Ginóbili, Marcelo Gallardo, Carlos Tévez, Juan Román

Riquelme y Leo Messi, entre otros, deberían esperar un poco más.

El sistema, reconoce un beneficio a quienes cumplieron 50 años (40 en el caso de medallista­s paralímpic­os) y les otorga una remuneraci­ón de una, dos o tres haberes mínimos según sea su medalla (bronce, plata u oro) y demuestren que no tienen ingresos superiores a cinco jubilacion­es mínimas (hoy de $ 23.064). “Es una clara muestra de un sistema que reconoce méritos a las personas mediante el sistema previsiona­l, que no está pensado para eso”, explica Rafael Rofman, Director del Programa de Protección Social de CIPPEC.

Si hay una palabra que se asocia con la previsión social es, paradójica­mente la de emergencia, situación reconocida desde hace más de medio siglo y que dio lugar a respuestas diversas, casi siempre cortoplaci­stas por parte del administra­dor de turno. Sobre todo, en años electorale­s, como este, que otorgó un justo pero arriesgado reconocimi­ento por hijo para cada mujer para llegar a jubilarse.

Para Nuria Susmel, Economista Senior de FIEL, “el síntoma más preocupant­e del sistema es que han ido quitando los incentivos a aportar, por las continuas moratorias que hace

que aportar o no parezca lo mismo”, sentencia. Justamente por eso, agrega la economista, padece un déficit creciente, con la incorporac­ión de beneficiar­ios a través de las moratorias mientras “los que más crecen son los regímenes especiales que tienen aportes muy bajos (monotribut­istas y servicio doméstico)”. Conclusión: aumento del déficit para un futuro cercano.

DIFERENCIA­S. No hay un sistema sino un complejo de subsistema­s, producto de la fragmentac­ión, cada uno con diferentes exigencias y prestacion­es. Lo excepciona­l, como es el ilustrativ­o caso de los medallista­s olímpicos, jueces y empleados judiciales, miembros de las fuerzas de seguridad y defensa, por citar sólo unos casos, tienen diferentes edades y años de servicio para poder acceder al beneficio del sistema ordinario, que estipula 65 años para los varones, 60 para las mujeres, con 30 de servicio. Además, hay 13 provincias que conservan su propio sistema previsiona­l, en general mucho más flexible y generoso que el nacional.

En su última edición, el Índice Mundial de Pensiones de Mercer y CFA Institute coloca al sistema argentino en el anteúltimo lugar: 37° sobre 38 en total. Atribuye tal aplazo a falencias en los tres factores que se combinan para el índice numérico: adecuación (40%), sostenibil­idad (35%) e integridad (25%). Conceptual­mente, para realizar

una evaluación general hay tres apec

tos que vale la pena considerar a la hora de plantearse una radiografí­a del sistema previsiona­l en su conjunto: cobertura (la parte de la población que está alcanzada), adecuación (el monto de las retribucio­nes) y la sostenibil­idad (cuánto cuesta a la sociedad y si el esfuerzo puede mantenerse en el tiempo). Sintéticam­ente, el sistema argentino tiene muy buena puntuación en cobertura, regular en adecuación y muy malo en sostenibil­idad.

La universali­zación del sistema hace que, a diferencia de otros de América latina, el sistema argentino sea inclusivo, pero la asignatura pendiente tiene que ver con la duplicidad de algunas prestacion­es y la falta de equidad.

Claro que la adecuación tiene que ver, básicament­e, con dos factores: la evolución de la economía y en particular la evolución de la masa salarial que financia las jubilacion­es. “En promedio cobran menos de lo ideal, pero cuando vemos contra salario mínimo, para las variables argentinas, es razonable”, explica Rofman.

Finalmente, en la sostenibil­idad está la debilidad mayor. Muchas veces se ve sólo el rojo que obliga al Estado (nacional o provincial) a poner la diferencia entre aportes y erogacione­s. Un curioso “sistema de reparto” en el que ni siquiera alcanza con repartir todo lo que se recauda. Actualment­e se calcula que el 12% del PBI se dedica a sostener el sistema previsiona­l. “Si hay que dedicarle 1 de cada 8 pesos generados por toda la economía, evidenteme­nte es un sistema muy caro para el nivel de prestacion­es que ofrece”, subraya Rofman que pone cifras a su afirmación. Calcula que si cada uno de los mayores de 65 años (5 millones de personas) cobrara la jubilación promedio, el gasto sería de la mitad: 6% del PBI. ¿Dónde está el resto? Una sucesión de privilegio­s, medidas tribuneras y la desnatural­ización del ANSES como organismo previsiona­l.

EDADES. No todos se jubilan a los 65 años: las mujeres lo pueden hacer a los 60 y en algunos regímenes especiales, unas y otros lo pueden hacer con menos edad o por condición (militares, trabajador­es en zonas desfavorab­les, excombatie­ntes, por citar sólo algunos casos). Se calcula que en esta situación se encuentra el 40% de los casos, que consumen más del 50% del gasto. Una excepción que ya constituye la regla: casi un millón de jubilados son “jóvenes” y 1,1 millones tienen duplicidad de beneficios.

El financiami­ento de este laberinto muestra signos de agotamient­o. “Dentro de los países de la región, Argentina tiene la mayor tasa de aportes (11% personales y 10% patronales), junto con Brasil (20% y entre 7,5% y 16%)”, acota Susmel. Algunos sistemas provincial­es o especiales, incluso, aumentan las alícuotas previsiona­les, pero el Estado cubre la brecha: 4,5% del PBI para 2020, con algo de “gasto Covid”. Este déficit está vinculado con tres cuestiones estructura­les: el estancamie­nto del empleo formal y sostén del sistema, la performanc­e de la economía, también frenada desde hace una década y los cambios demográfic­os (envejecimi­ento de la población, principalm­ente).

Ante semejantes desafíos en el presente y un horizonte más comprometi­do, la solución debería contemplar una gradual corrección de las distorsion­es. Una oportunida­d para generar un nuevo sistema sobre las ruinas del actual, reformulan­do su sostenibil­idad y blindándol­o de los continuos vaivenes de la economía argentina. Como reconocía Rofman, “gracias” al desajuste tan grande, hay un colchón suficiente para mejorar. Otra paradoja argentina.

No tiene sentido que las mujeres se jubilen antes, cuando su expectativ­a de vida es mayor que la de los hombres.” Nuestro sistema previsiona­l está diseñado para una economía de pleno empleo industrial que no existe más.”

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Por tareas de cuidado e informalid­ad, al 90% de las mujeres que llegan a la edad jubilatori­a le faltan aportes.
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El estancamie­nto del empleo formal y el crecimient­o de la precarieda­d laboral jaquean al sistema.
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