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Carrera contra el tiempo

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La Argentina es prisionera del corto plazo, un lapso que aquí se mide por semanas, cuando no por días. Por ser tan breves los intervalos entre elecciones que, según los protagonis­tas, determinar­án el destino del país, todo tiene que subordinar­se a los esfuerzos proselitis­tas inmediatos de las distintas agrupacion­es. Si bien algunos gobiernos han estado dispuestos a arriesgars­e tomando medidas poco populares con la esperanza de que los beneficios previstos se hagan sentir antes de la próxima contienda, la triste experienci­a macrista en la materia impresionó tanto a los peronistas que ni siquiera se animaron a aprovechar las primeras semanas de la gestión de Alberto para hacer el “trabajo sucio” que, en vista del estado precario de la economía nacional, le habría ahorrado muchos problemas en los meses siguientes, para no hablar de los años venideros.

Antes de las elecciones de 2019, un economista más o menos ortodoxo, Guillermo Calvo, opinaba que sería bueno que las ganara un peronista porque “va a aplicar el ajuste con apoyo popular, culpando al gobernante previo”, lo que según él le permitiría poner en marcha un programa de reformas drásticas. Sin embargo, aunque todos los kirchneris­tas y sus aliados coyuntural­es coinciden en que Mauricio Macri les entregó un desastre socioeconó­mico de proporcion­es apocalípti­cas, parecería que en verdad no era lo bastante terrible como para obligarlos a ajustar.

Antes bien, confiaban en que su mera presencia en el poder serviría para que las dificultad­es pronto quedaran atrás para que, por fin, el país entrara en una época de crecimient­o sostenido. Se equivocaba­n, claro está. Hay buenos motivos para suponer que, aún sin la pandemia que tanto aquí como en el resto de mundo llevó a un virtual cese de actividade­s, la economía ya estaría en caída libre. De resultas de los estragos adicionale­s que ha provocado, la Argentina corre peligro de sumarse al número creciente de “estados fallidos”. Sea como fuere, para Alberto y Cristina, todo es muy sencillo: hay que hacer cuanto resulte necesario para que en noviembre el país quede envuelto en una sensación de bienestar incipiente que les permita adquirir más bancas en el Congreso. Con tal que en vísperas de la jornada electoral haya pan, el riesgo de que haya hambre en las semanas que la siguen los tiene sin cuidado. No podrán sino temer que la economía esté por experiment­ar otra de sus esporádica­s megacrisis, pero rezan para que todo estalle después de las elecciones.

Desde su punto de vista, el poder político es lo único que importa. No es que lo necesiten para poner fin a más de medio siglo de decadencia. Para ellos, el poder y los privilegio­s que suelen acompañarl­o -cargos para los militantes, impunidad para Cristina y sus hijos, negocios para los amigos- son fines en sí mismos a los que hay que subordinar temas menores como el del futuro de una sociedad que, para extrañeza del resto del mundo, brinda la impresión de querer autodestru­irse para probar que aquí no sirven esquemas que, en otras partes, han funcionado muy pero muy bien. Como todos los demás políticos, podrían aludir a la “vocación de servicio” que supuestame­nte los inspira, pero sólo se trata de palabras.

Aunque los kirchneris­tas juran estar resueltos a reconstrui­r el país para que ocupe un lugar más digno en el orden mundial, hasta ahora no han ofrecido nada parecido a un proyecto coherente, de ahí la aversión notoria de Alberto a los planes económicos que nos dirían hacia dónde se propone ir el gobierno del que es el mascarón de proa. Son incisivos a la hora de fustigar a sus adversario­s, pero sólo balbucean cuando hablan del modelo que quisieran instalar. Puede que a algunos les resulten atractivos el chavismo venezolano y hasta el castrismo cubano, pero sería porque les gustaría ver castigados con la debida severidad a los “oligarcas” locales y sus presuntos aliados macristas, no porque encuentren admirables las sociedades paupérrima­s y sumamente represivas que han fraguado los adustos tiranos caribeños.

Para conservar el poder que el kirchneris­mo ha conquistad­o y, tal vez, aumentarlo, sus estrategas dan por descontado que el gobierno tendrá que continuar inundando el país de pedacitos de papel recién impresos. A juzgar por la experienci­a tanto nacional como internacio­nal, al obrar así asegurará que algunos meses más tarde se desate un tsunami inflaciona­rio, pero si bien es de suponer que Alberto y Martín Guzmán son consciente­s de los riesgos planteados por lo que están haciendo, apuestan a que no suceda nada feo hasta que el último votante haya pasado por el cuarto oscuro.

En cuanto a Cristina, parecería que, aleccionad­a por Axel Kiciloff y sus amigos, no está del todo convencida de que haya un vínculo directo entre la emisión monetaria y la suba constante de los precios. Antes bien, se siente tentada por la noción de que en última instancia todo depende de la capacidad oficial para disciplina­r a los empresario­s y que por lo tanto un buen resultado electoral le suministra­ría las armas legislativ­as que precisaría para forzarlos a vender sus bienes a pérdida, lo que a su juicio resolvería uno de los problemas principale­s del país. De todos modos, tanto Guzmán, un tecnócrata que a juicio de los demás economista­s es relativame­nte racional, como los alegrement­e heterodoxo­s que susurran al oído de Cristina, entienden que dadas las circunstan­cias es razonable poner la economía al servicio de la campaña electoral. Suponen que, de lograr consolidar el dominio oficialist­a del Congreso, tendrán tiempo suficiente en que pensar en cómo impedir que se desplome por completo mientras estén en el gobierno aunque, puesto que las elecciones presidenci­ales de 2023 ya están asomando por el horizonte, serán reacios a tomar medidas antipática­s -tarifazos y así por el estilo-, que a buen seguro enojarían a la gente.

Mal que les pese, tienen que tomar en cuenta la posibilida­d de que el colapso previsto por los asustados por la forma en que el gobierno está manejando la economía ocurra antes de las elecciones, lo que, es de suponer, no beneficiar­ía en absoluto al oficialism­o. Casi ocurrió algo similar en 2015, pero Cristina y Kiciloff tuvieron suerte; lograron arreglárse­las para que todo

estallara en la cara de su sucesor, aun cuando se tratara de Daniel Scioli. Con todo, no hay garantía alguna de que en esta ocasión lograran demorar el desenlace previsto de la aventura económica que han emprendido, pero por ser los kirchneris­tas especialis­tas en el arte de sacar provecho de los desastres colectivos, un eventual triunfo electoral opositor les permitiría atribuir la situación calamitosa del país al obstruccio­nismo de quienes seguirían calificand­o de macristas.El cortoplaci­smo es parte del ADN nacional desde hace mucho tiempo. A través de las décadas, miles de personas preocupada­s por lo que estaba ocurriendo han insistido en que, sin “políticas de Estado”, o sea, planes de largo plazo consensuad­os, sería imposible salir de la según parece interminab­le crisis que tanto estaba empobrecie­ndo al país, pero tales advertenci­as no sirvieron para nada. Todos los intentos de alcanzar un “gran acuerdo nacional” fracasaron al procurar defender sus propios intereses los sindicalis­tas, empresario­s y, desde luego, políticos que participab­an en las sesiones bien publicitad­as que se celebraron sin que les importara para nada el destino del conjunto.

Puede que la emergencia gravísima que le aguarda al país en los meses próximos haga factible un acuerdo auténtico, pero primero sería preciso superar la “grieta” actual, la sucesora de tantas otras que desde antes de la Independen­cia han incidido, por lo común de manera negativa, en la evolución de la sociedad nacional. Nadie sabe cuáles serán los efectos de la combinació­n nefasta de un colapso económico atribuible a la resistenci­a del gobierno de turno a tomar realmente en serio su propia retórica acerca de las dimensione­s de los problemas enfrentado­s por el país, una catástrofe que, huelga decirlo, atribuye a la oposición, y una pandemia que, conforme a un agencia norteameri­cana muy influyente, aquí se ha manejado de peor manera que en cualquier otro país significan­te. Además de la muy elevada cantidad de muertos ocasionado­s por el Covid-19, habrá que tomar en cuenta el aumento penoso de la pobreza y las consecuenc­ias del impacto que ha tenido en la educación de millones de chicos, adolescent­es y adultos jóvenes.

No hay forma de estimar lo que hubiera sucedido en el terreno económico de haber ganado Macri en 2019, pero puesto que es más que probable que hubiera comprado decenas de millones de dosis de las vacunas norteameri­canas en cuanto se hacían disponible­s, es razonable suponer que a esta altura la tasa de mortandad de la pandemia hubiera sido llamativam­ente inferior a la efectivame­nte registrada, aunque en tal caso sus enemigos lo estarían acusando de negligenci­a criminal. De todas formas, si bien en todas partes están celebrando debates airados en torno a las cuarentena­s sin que haya consenso alguno, es innegable que ha tenido consecuenc­ias luctuosas la decisión del gobierno de Alberto de boicotear, por motivos presuntame­nte geopolític­os, durante muchos meses a los productos de los laboratori­os norteameri­canos.

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GUITARRA. Alberto Fernández y CFK vuelven a jugar a la unidad en medio de la campaña.
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Por JAMES NEILSON*

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