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Los tiempos cambiaron y el estereotip­o gay cedió a una representa­ción digna de un colectivo que ama, sufre, trabaja, estudia y sueña, como cualquier otro.

La escena LGBTIQ+ gana espacio frente a una tradición de rechazo y censura. Un breve repaso por las piezas clave de su historia.

- Por JORGE LUIS MONTIEL *

No es desatinado afir - mar que desde que Tespis, considerad­o el primer dramaturgo de la historia, fue desterrado de Atenas y obligado a vagar junto a su compañía de artistas por toda el Ática, en el Siglo VI A.C., la escena teatral siempre tocó fibras que resultan sensibles, que nos permiten reflexiona­r sobre nuestra conducta hacia el resto de los mortales. Si bien el movimiento Queer surge a fines de los 80 en Estados Unidos, para designar al colectivo disidente a las normas que impone la sociedad heterosexu­al dominante, desde mucho tiempo antes, existen obras que visibiliza­ron y valorizaro­n la sexualidad diferente.

Hoy son pocos los que pueden asombrarse de que exista amor entre personas del mismo sexo. Pero no siempre sucedió. En general, los homosexual­es eran representa­dos con caracterís­ticas negativas: utilizaban el sexo con sibilina seducción para sacar al virtuoso del redil de la buena conducta y, al no existir redención posible, el pecado y la estigmatiz­ación, eran sus únicos destinos.

LOS ORÍGENES. Sin duda, fue el dramaturgo y poetat inglés Christophe­r Marlowe, predecesor de Shakespear­e, el primero en presentar un atisbo de relación gay en “Eduardo II”. Escrita en 1592, pleno período isabelino, refleja la relación entre el Rey Eduardo II de Inglaterra y su favorito, el joven Piers Gaveston. Lo más atrapante es que Marlowe, dueño de una sensibilid­ad exquisita, nunca describe ese amor en términos explícitos. Su poesía es tan ingeniosa que celebra la pasión masculina con una sensualida­d que Shakespear­e sólo intentó en algunos de sus famosos "Sonetos".

Más cerca en el tiempo, en 1929, se presentó en España la primera obra de temática lésbica; se trataba de “La prisionera”, de Èdouard Boudet. Jacinto Benavente, en 1931, escribió y subió a escena “De muy buena familia”, con un protagonis­ta de tendencias homosexual­es. "La acción se desenvuelv­e en torno a un pobre muchacho abúlico, indefenso contra la maldad ajena que, como otros tienen la desgracia de haber nacido jorobados o ciegos, padece en la vida las consecuenc­ias del instinto sexual desviado”, afirmaba el autor favorito de la burguesía española. Un año antes, Federico García Lorca escribió “El público” que, por motivos de censura, recién pudo verse en 1987. En 1936, el mexicano Salvador Novo, publicó en francés “El tercer Fausto”, que vería la luz, en español, dos décadas después. Allí se plantea, con rasgos autobiográ­ficos, el encuentro entre Alberto, un joven dispuesto a vender su alma al Diablo, a cambio de un deseo muy particular: que lo transforme en mujer para concretar el amor por su amigo Armando.

LA CARTELERA PORTEÑA. El rosarino José González Castillo presentó “Los invertidos” en 1914. El objetivo del autor, de ideas anarquista­s, era mostrar la inmoralida­d de la clase alta como corruptora de los trabajador­es. La homosexual­idad se manifestab­a como el peor secreto. En una familia aristocrát­ica, la esposa de un abogado eminente es invitada por el mejor amigo de éste a una fiesta

“LOS HOMOSEXUAL­ES ERAN REPRESENTA­DOS CON CARACTERÍS­TICAS NEGATIVA S. EL PECADO Y LA ESTIGMATIZ­A CIÓ N ERAN SUS ÚNICOS DESTINOS”.

muy particular, donde descubrirá la doble vida de su marido. El escándalo que siguió al estreno motivó la acusación de inmoralida­d. En el descargo enviado al Concejo Deliberant­e, el escritor aclara que su intención era “inspirar repugnanci­a por esos tristes individuos”. En los 90, Alberto Ure dirigió en el San Martín una exitosa puesta liderada por Antonio Grimau, Cristina Banegas y Lorenzo Quinteros.

Pero Copi (seudónimo de Raúl Damonte Botana) fue el gran adalid del movimiento gay en la escena nacional. A pesar de estar radicado en Francia y tener el ingreso prohibido al país durante décadas, logró imponer su estética irreverent­e con “El homosexual o la dificultad de expresarse”, un vodevil que reflexiona sobre el deseo y el placer, que Jorge Lavelli montó en 1971. También en tono autobiográ­fico, escribió “Una visita inoportuna” sobre un enfermo terminal de SIDA, conocida en 1988. Mucho más tarde, sendas piezas se produciría­n en Buenos Aires. La primera, en 2017, en el Cervantes; anteriorme­nte la segunda, en 1992, en el San Martín.

ALGO HA CAMBIADO. En 1968, previo a las manifestac­iones masivas por la redada policial al pub neoyorquin­o Stonewall, que originó el día mundial del orgullo LGBTIQ+ y las conquistas progresiva­s de derechos, el estadounid­ense Mart Crowley estrenó “Los chicos de la banda” en el off-Broadway (“La fiesta de los chicos”, en la cartelera porteña). Como el tema era tabú, causó revuelo al mostrar un festejo de cumpleaños en el que los conflictos internos de un grupo de amigos gay, revelan prejuicios de la propia comunidad.

Inspirada en la vida de un sobrevivie­nte de los campos de exterminio nazi, “Bent”, de Martin Sherman, es más profunda. El Holocausto y la persecució­n sufrida por los homosexual­es son denunciado­s con profunda convicción. Presenta una de las escenas eróticas más sugerentes del teatro contemporá­neo: cuando los intérprete­s, semidesnud­os, describen su vínculo sexual sin tocarse.

Estrenada en 1979 por el gran Ian McKellen, en Argentina se conocieron versiones con Gerardo Romano y Juan Leyrado y otra posterior con Alex Benn y Gustavo Ferrari.

CUATRO ICÓNICOS AUTORES ESTADOUNID­ENSES. Harvey Fierstein, adaptador en 1983 de “La jaula de las locas” de Jean Poiret sobre una pareja homosexual madura que regentea un local de ocio; en 1987 estrenó “Algo en común”, acerca del encuentro de una ex esposa y el amante del mismo hombre ya muerto. La primera se conoció aquí con la dupla de Osvaldo Miranda y Tincho Zabala, luego con Tato Bores y Carlos Perciavall­e, finalmente con Roberto Carnaghi y Miguel Ángel Rodríguez. La segunda con Ricardo Darín, Ana María Picchio y el debut teatral de Nicolás Cabré. Hubo una nueva versión con Fabián Vena y Viviana Saccone.

En 1985, Larry Kramer narró sus vivencias en “Un corazón normal”, donde visibilizó los inicios del flagelo del VIH. Tony Kushner retomó el tema en 1993, con el monumental díptico “Ángeles en América: fantasía gay sobre temas nacionales”, compuesto por “Milenio se aproxima” y “Perestroik­a”. Allí mostró cómo la pandemia atravesó a toda la sociedad. Las historias se combinan, además, con un cuestionam­iento religioso y la aceptación de la identidad sexual. En 1997, Alejandra Boero junto a Julio Baccaro, ofrecieron estas obras en la sala Andamio 90.

Terrence McNally, que falleció el año pasado por Covid-19, presentó “Amor, valor, compasión” en 1994 que aquí se vio, dirigida por Ure, con Pablo Alarcón, Damián de Santo y elenco. Además “Madres e hijos” de 2014, cuya versión local encabezaro­n Selva Alemán y Sergio Surraco. En ambas se refleja la problemáti­ca del reconocimi­ento de derechos. Los tiempos cambiaron y el estereotip­o cedió a una representa­ción digna de un colectivo que ama, sufre, trabaja, estudia y sueña, como cualquier otro.

COPI ADALID FUE DEL EL GRAN MOVIMIENTO GAY EN LA ESCENA NACIONAL, A PESAR DE TENER EL INGRESO PROHIBIDO AL PAÍS DURANTE DÉCADAS.

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FOTOS: GENTILEZA NATIONAL THEATRE AT HOME, CTBA, TEATRO CERVANTES, TOMMY PASHKUS ( FOTO DE NADIA GUZMÁN) Y CEDOC.
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