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LAS CONSECUENC­IAS

- Por SERGIO BERENSZTEI­N * * CONSULTOR POLÍTICO.

En sí mismo, el Olivosgate constituye un caso flagrante de falta de empatía, cinismo y autopercep­ción de pertenecer a una casta privilegia­da desacoplad­a de la dura realidad del ciudadano común (con el que, sorprenden­temente, Alberto Fernández dice aún identifica­rse). El Gobierno aún no identifica la manera de que siga escalando; es más, como ocurrió con la filtración del video, en rigor de verdad echa más leña al fuego. La investidur­a presidenci­al ha quedado aún más degradada. Con una economía que sólo produce malas noticias, la insegurida­d aumentando y el manejo de la pandemia sin encauzarse, las chances electorale­s del oficialism­o ya lucían comprometi­das. En un sondeo realizado junto a D´Alessio IROL el mes pasado, detectamos que la tasa potencial de retención del voto del Frente de Todos en relación a las elecciones del 2019 era del 82%. Teniendo en cuenta la erosión natural de todos los oficialism­os en el contexto de la pandemia, parecía una cifra razonable. El propio Gobierno aspiraba a alcanzar la primera minoría con un umbral del 40%. Sin embargo, el Olivosgate puede debilitar aún más la competitiv­idad electoral de la coalición gobernante. En efecto, en un estudio reciente sugiere que un 24% de quienes votaron a los Fernández hace dos años podrían cambiar ahora de partido. Más aún, la gran mayoría de ellos (un 79%) votaría por la principal coalición opositora. Segurament­e no se registren defeccione­s en el núcleo duro del kirchneris­mo. Pero en el votante independie­nte, moderado y más volátil, que siempre define el resultado de los comicios, este escándalo parece haber impactado de forma severa.

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