Crisis climática: ¿sin salida?
El último reporte de los expertos a nivel mundial advierten que ya no queda tiempo: es imperioso reducir el calentamiento global.
Entre febrero y abril del 2020, y como una secuencia fílmica, distintos lugares del mundo Occidental fueron fotografiados y filmados una y otra vez mostrando, con cierto asombro envidioso, ciervos en ciudades vacías de personas, aves no vistas desde hacía décadas, y hasta algún que otro mamífero depredador que generó sustos varios. Las distintas cuarentenas habían dejado espacio para que el aire se aclarara un poco. Por algunos pocos meses tuvimos la fantasía de que todo podía mejorar, y que esa tendencia permitiría dar un respiro al ambiente planetario. Lamentablemente solo fue eso: una fantasía alimentada por la sorpresa, el estupor que provocaba comprobar que un ser no captable a ojo desnudo empujaba a acurrucarse a la especie más dominante del planeta: la humana. Duró poco tiempo, y no tuvo los efectos profundos que necesita el planeta.
El último informe del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC) de las Naciones Unidas, del que participan miles de científicos y 195 países, dio a conocer su último reporte este mes y no se trata de un documento optimista.
Debido a los seres humanos, afirma el informe, el mundo se dan actualmente temperaturas más altas que en cualquier otro momento de los últimos 125.000 años. El calentamiento antropogénico, de acuerdo con el informe, ya está produciendo olas de calor más feroces, tormentas de mayor intensidad y ciclones de violencia inusitada. La actividad humana calentó el planeta en aproximadamente 1,1 grado desde el siglo XIX, principalmente mediante la quema de carbón, petróleo y gas para obtener energía. Para las próximas décadas se esperan olas de calor aún más calientes e inundaciones todavía peores. Lo que ahora consideramos extremo se volverá común. El secretario general de la ONU, António Guterres, dijo acerca de este documento que es un "código rojo para la humanidad".
Un verano con temperaturas inusitadamente elevadas sacude el hemisferio norte, desde Canadá hasta Rusia; los incendios se expanden (ni Siberia quedó al margen de ellos, y en Grecia fueron declarados como un “desastre natural sin dimensiones ni precedentes”), en Algeria (África) más de 60 personas murieron bajo el fuego y en China la provincia de Sichuan tuvo que vivir la evacuación de 80.000 personas debido a las lluvias torrenciales. Lluvias que ya habían arrasado, también, parte de Europa Occidental con Alemania como epicentro. Hace apenas una semana la ciudad de Siracusa (Sicilia, Italia), alcanzó los 48,8 grados Celsius, récord europeo desde 1977.
“Desde hace décadas el planeta se está calentando -analizó Carolina Vera, jefa de la Unidad de Gabinete de Asesores del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación (MINCyT) y vicepresidenta del Grupo de trabajo
“LOS CAMBIOS CLIMÁTICOS RECIENTES SON GENERALIZADOS, RÁPIDOS Y CADA VEZ MÁS INTENSOS, SIN PRECEDENTES."
I del IPCC-. Los cambios climáticos recientes son generalizados, rápidos y cada vez más intensos. No tienen precedentes en miles de años”.
EL FUTURO ES AHORA. Ya en la década de 1990 la influencia de las actividades humanas en el planeta le resultó clara a los científicos especializados. El primer informe de evaluación del IPCC no solo hizo un seguimiento del aumento observado en el dióxido de carbono y su impacto en las temperaturas globales, el derretimiento de los glaciares y el aumento del nivel del mar; también cuantificó una gama de posibles escenarios futuros que dependían de qué decisiones tomaran los seres humanos. En informe de este mes indica cómo la crisis climática ya no es una amenaza especulativa distante. Sus impactos están aquí y ahora.
De acuerdo con el reporte del IPCC, los países han tardado tanto tiempo en frenar sus emisiones de combustibles fósiles que ya no es posible evitar que el calentamiento global se intensifique en los próximos 30 años, aunque todavía hay un breve lapso de tiempo para evitar que el futuro sea aún peor.
Y es que no se trata solo del aumento de 1,1 grado (cuando lo que se precisaba era reducir la temperatura), sino que aún si los países comenzaran a bajar drásticamente las emisiones hoy, es probable que el calentamiento global total aumente alrededor de 1,5 grado en las próximas dos décadas.
Con 1,5 grado de calentamiento, los peligros para el planeta aumentarán y mucho. Casi mil millones de personas en todo el mundo podrían sofocarse bajo el peso de olas de calor cada vez más frecuentes. Las sequías serán más y más severas con lo cual cientos de millones de personas verán dificultado acceder nada menos que al agua. Algunas especies de animales y plantas vivas hoy en día desaparecerán. Los arrecifes de coral, que sustentan las pesquerías en buena parte del mundo, sufrirán muertes masivas.
“No hay vuelta atrás de algunos cambios en el sistema climático (en cientos o miles de años al menos). Sin embargo, algunos de estos cambios podrían ralentizarse y otros podrían detenerse limitando el calentamiento”, indica Vera. Según los integrantes del IPCC hace falta un esfuerzo coordinado entre los países para dejar de acumular dióxido de carbono en la atmósfera de aquí al año 2050. De lograrlo, el calentamiento global probablemente se detendría y se estabilizaría en alrededor de 1,5 grados centígrados.
“Para limitar el calentamiento global, son necesarias reducciones fuertes, rápidas y sostenidas del dióxido de carbono, el metano y otros gases de efecto invernadero. Esto no solo reduciría las consecuencias del cambio climático, sino que también mejoraría la calidad del aire”, señala Vera.
Pero si el esfuerzo fracasa las temperaturas promedio del planeta seguirán aumentando respecto de la era preindustrial: dos, tres grados.
ES COMPLEJO. El científico Vaclav Smil, un septuagenario que emigró en 1969 de la ex Checoslovaquia a los Estados Unidos y luego a Canadá, y cuyos libros son recomendados reiteradamente por Bill Gates es profesor emérito en la Universidad de Manitoba y autor de “Numbers Don't Lie” (Los números no mienten). Investigador multidisciplinario y ambientalista, con más de cuarenta libros y 500 tesis publicadas, expone en su obra más reciente un argumento difícil de asimilar: la humanidad está lejos de encontrar la solución a la sustitución de combustibles fósiles, al calentamiento global y al deterioro de la biósfera, principalmente porque la dependencia energética es mayor de lo que se suele imaginar.
Todos los seres vivos necesitan energía, al igual que las máquinas artificiales. Por eso, Smil utiliza la perspectiva del gasto en julios -una unidad de medida energética- como premisa para todo lo que vive o se fabrica. Da miedo imaginar que cada persona, aún si no conduce un automóvil, consume, en promedio, 150 mil millones de julios al año, el equivalente a quemar 3,5 toneladas de combustible fósil.
Los seres humanos no beben pe
tróleo, pero Smil recuerda que todos los derivados, además del carbón y el gas natural, son tan parte de la vida cotidiana que es difícil imaginar qué pasaría si dejaran de existir.
Son muchos los ambientalistas que argumentan que el objetivo no es eliminar estos combustibles, sino reemplazarlos gradualmente con fuentes de energía alternativas, lo que reduciría la emisión de gases de efecto invernadero. Smil reconoce los esfuerzos, pero analiza algunos hechos.
Por ejemplo, la aviación comercial: en las próximas décadas no habrá una batería que sirva de apoyo a los aviones de pasajeros en el aire. Sus turbinas dependen exclusivamente del querosén, un combustible derivado del petróleo, y queman más de 420 mil millones de litros al año. E incluso si todos los aviones permanecieran en tierra de ahora en adelante, extinguiendo así el turismo y llevando a millones de personas a la miseria, ¿qué sería de los barcos de carga? Consumen cantidades similares de diésel, pero representan el 80% del comercio mundial de alimentos y bienes de consumo.
El primer proyecto de carguero eléctrico aún no ha conseguido solucionar el inconveniente de que su batería ocupa el 40% del compartimento de carga y que solo puede recorrer distancias cortas. Smil pide que se aplique el mismo razonamiento en todos los campos de actividad.
Hoy hay, por ejemplo, alrededor de 1.500 millones de bueyes. Este ganado, todavía una fuente indispensable de proteínas, deja huella de carbono a lo largo de la cadena productiva, incluido el cultivo de granos, plantados para alimentar a la especie humana y bovina. Se utilizan miles de millones de litros de combustibles fósiles para producir fertilizantes que, si se eliminan de pronto y sin reemplazo ecológico, no dañino y sustentable, reducirían las cosechas, con el fantasma del hambre.
El investigador se muestra incluso escéptico ante la esperanza de los automóviles eléctricos y turbinas eólicas alternativas que, según él, aún consumen tanto combustible fósil para producirse que tardan años en pagar la energía contaminante utilizada en la fabricación. ¿Cuál sería la solución entonces para el calentamiento global? Smil no tiene respuesta.