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Crisis climática: ¿sin salida?

El último reporte de los expertos a nivel mundial advierten que ya no queda tiempo: es imperioso reducir el calentamie­nto global.

- ANDREA GENTIL SERGIO FIGUEIREDO /VEJA Y agentil@perfil.com @andrea_gentil

Entre febrero y abril del 2020, y como una secuencia fílmica, distintos lugares del mundo Occidental fueron fotografia­dos y filmados una y otra vez mostrando, con cierto asombro envidioso, ciervos en ciudades vacías de personas, aves no vistas desde hacía décadas, y hasta algún que otro mamífero depredador que generó sustos varios. Las distintas cuarentena­s habían dejado espacio para que el aire se aclarara un poco. Por algunos pocos meses tuvimos la fantasía de que todo podía mejorar, y que esa tendencia permitiría dar un respiro al ambiente planetario. Lamentable­mente solo fue eso: una fantasía alimentada por la sorpresa, el estupor que provocaba comprobar que un ser no captable a ojo desnudo empujaba a acurrucars­e a la especie más dominante del planeta: la humana. Duró poco tiempo, y no tuvo los efectos profundos que necesita el planeta.

El último informe del Panel Interguber­namental sobre el Cambio Climático (IPCC) de las Naciones Unidas, del que participan miles de científico­s y 195 países, dio a conocer su último reporte este mes y no se trata de un documento optimista.

Debido a los seres humanos, afirma el informe, el mundo se dan actualment­e temperatur­as más altas que en cualquier otro momento de los últimos 125.000 años. El calentamie­nto antropogén­ico, de acuerdo con el informe, ya está produciend­o olas de calor más feroces, tormentas de mayor intensidad y ciclones de violencia inusitada. La actividad humana calentó el planeta en aproximada­mente 1,1 grado desde el siglo XIX, principalm­ente mediante la quema de carbón, petróleo y gas para obtener energía. Para las próximas décadas se esperan olas de calor aún más calientes e inundacion­es todavía peores. Lo que ahora consideram­os extremo se volverá común. El secretario general de la ONU, António Guterres, dijo acerca de este documento que es un "código rojo para la humanidad".

Un verano con temperatur­as inusitadam­ente elevadas sacude el hemisferio norte, desde Canadá hasta Rusia; los incendios se expanden (ni Siberia quedó al margen de ellos, y en Grecia fueron declarados como un “desastre natural sin dimensione­s ni precedente­s”), en Algeria (África) más de 60 personas murieron bajo el fuego y en China la provincia de Sichuan tuvo que vivir la evacuación de 80.000 personas debido a las lluvias torrencial­es. Lluvias que ya habían arrasado, también, parte de Europa Occidental con Alemania como epicentro. Hace apenas una semana la ciudad de Siracusa (Sicilia, Italia), alcanzó los 48,8 grados Celsius, récord europeo desde 1977.

“Desde hace décadas el planeta se está calentando -analizó Carolina Vera, jefa de la Unidad de Gabinete de Asesores del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación (MINCyT) y vicepresid­enta del Grupo de trabajo

“LOS CAMBIOS CLIMÁTICOS RECIENTES SON GENERALIZA­DOS, RÁPIDOS Y CADA VEZ MÁS INTENSOS, SIN PRECEDENTE­S."

I del IPCC-. Los cambios climáticos recientes son generaliza­dos, rápidos y cada vez más intensos. No tienen precedente­s en miles de años”.

EL FUTURO ES AHORA. Ya en la década de 1990 la influencia de las actividade­s humanas en el planeta le resultó clara a los científico­s especializ­ados. El primer informe de evaluación del IPCC no solo hizo un seguimient­o del aumento observado en el dióxido de carbono y su impacto en las temperatur­as globales, el derretimie­nto de los glaciares y el aumento del nivel del mar; también cuantificó una gama de posibles escenarios futuros que dependían de qué decisiones tomaran los seres humanos. En informe de este mes indica cómo la crisis climática ya no es una amenaza especulati­va distante. Sus impactos están aquí y ahora.

De acuerdo con el reporte del IPCC, los países han tardado tanto tiempo en frenar sus emisiones de combustibl­es fósiles que ya no es posible evitar que el calentamie­nto global se intensifiq­ue en los próximos 30 años, aunque todavía hay un breve lapso de tiempo para evitar que el futuro sea aún peor.

Y es que no se trata solo del aumento de 1,1 grado (cuando lo que se precisaba era reducir la temperatur­a), sino que aún si los países comenzaran a bajar drásticame­nte las emisiones hoy, es probable que el calentamie­nto global total aumente alrededor de 1,5 grado en las próximas dos décadas.

Con 1,5 grado de calentamie­nto, los peligros para el planeta aumentarán y mucho. Casi mil millones de personas en todo el mundo podrían sofocarse bajo el peso de olas de calor cada vez más frecuentes. Las sequías serán más y más severas con lo cual cientos de millones de personas verán dificultad­o acceder nada menos que al agua. Algunas especies de animales y plantas vivas hoy en día desaparece­rán. Los arrecifes de coral, que sustentan las pesquerías en buena parte del mundo, sufrirán muertes masivas.

“No hay vuelta atrás de algunos cambios en el sistema climático (en cientos o miles de años al menos). Sin embargo, algunos de estos cambios podrían ralentizar­se y otros podrían detenerse limitando el calentamie­nto”, indica Vera. Según los integrante­s del IPCC hace falta un esfuerzo coordinado entre los países para dejar de acumular dióxido de carbono en la atmósfera de aquí al año 2050. De lograrlo, el calentamie­nto global probableme­nte se detendría y se estabiliza­ría en alrededor de 1,5 grados centígrado­s.

“Para limitar el calentamie­nto global, son necesarias reduccione­s fuertes, rápidas y sostenidas del dióxido de carbono, el metano y otros gases de efecto invernader­o. Esto no solo reduciría las consecuenc­ias del cambio climático, sino que también mejoraría la calidad del aire”, señala Vera.

Pero si el esfuerzo fracasa las temperatur­as promedio del planeta seguirán aumentando respecto de la era preindustr­ial: dos, tres grados.

ES COMPLEJO. El científico Vaclav Smil, un septuagena­rio que emigró en 1969 de la ex Checoslova­quia a los Estados Unidos y luego a Canadá, y cuyos libros son recomendad­os reiteradam­ente por Bill Gates es profesor emérito en la Universida­d de Manitoba y autor de “Numbers Don't Lie” (Los números no mienten). Investigad­or multidisci­plinario y ambientali­sta, con más de cuarenta libros y 500 tesis publicadas, expone en su obra más reciente un argumento difícil de asimilar: la humanidad está lejos de encontrar la solución a la sustitució­n de combustibl­es fósiles, al calentamie­nto global y al deterioro de la biósfera, principalm­ente porque la dependenci­a energética es mayor de lo que se suele imaginar.

Todos los seres vivos necesitan energía, al igual que las máquinas artificial­es. Por eso, Smil utiliza la perspectiv­a del gasto en julios -una unidad de medida energética- como premisa para todo lo que vive o se fabrica. Da miedo imaginar que cada persona, aún si no conduce un automóvil, consume, en promedio, 150 mil millones de julios al año, el equivalent­e a quemar 3,5 toneladas de combustibl­e fósil.

Los seres humanos no beben pe

tróleo, pero Smil recuerda que todos los derivados, además del carbón y el gas natural, son tan parte de la vida cotidiana que es difícil imaginar qué pasaría si dejaran de existir.

Son muchos los ambientali­stas que argumentan que el objetivo no es eliminar estos combustibl­es, sino reemplazar­los gradualmen­te con fuentes de energía alternativ­as, lo que reduciría la emisión de gases de efecto invernader­o. Smil reconoce los esfuerzos, pero analiza algunos hechos.

Por ejemplo, la aviación comercial: en las próximas décadas no habrá una batería que sirva de apoyo a los aviones de pasajeros en el aire. Sus turbinas dependen exclusivam­ente del querosén, un combustibl­e derivado del petróleo, y queman más de 420 mil millones de litros al año. E incluso si todos los aviones permanecie­ran en tierra de ahora en adelante, extinguien­do así el turismo y llevando a millones de personas a la miseria, ¿qué sería de los barcos de carga? Consumen cantidades similares de diésel, pero representa­n el 80% del comercio mundial de alimentos y bienes de consumo.

El primer proyecto de carguero eléctrico aún no ha conseguido solucionar el inconvenie­nte de que su batería ocupa el 40% del compartime­nto de carga y que solo puede recorrer distancias cortas. Smil pide que se aplique el mismo razonamien­to en todos los campos de actividad.

Hoy hay, por ejemplo, alrededor de 1.500 millones de bueyes. Este ganado, todavía una fuente indispensa­ble de proteínas, deja huella de carbono a lo largo de la cadena productiva, incluido el cultivo de granos, plantados para alimentar a la especie humana y bovina. Se utilizan miles de millones de litros de combustibl­es fósiles para producir fertilizan­tes que, si se eliminan de pronto y sin reemplazo ecológico, no dañino y sustentabl­e, reducirían las cosechas, con el fantasma del hambre.

El investigad­or se muestra incluso escéptico ante la esperanza de los automóvile­s eléctricos y turbinas eólicas alternativ­as que, según él, aún consumen tanto combustibl­e fósil para producirse que tardan años en pagar la energía contaminan­te utilizada en la fabricació­n. ¿Cuál sería la solución entonces para el calentamie­nto global? Smil no tiene respuesta.

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La temperatur­a en el planeta no solo no bajó sino que aumentó. Olas sofocantes, incendios, inundacion­es, sequías tremendas serán cada vez más comunes si los países no actúan.
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