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El progresism­o humanista: la pandemia impone un nuevo modo de hacer política que considere los derechos humanos, la defensa del medio ambiente y la inclusión de la mujer. Por Baltasar Garzón.

La pandemia impone un nuevo modo de hacer política que considere los derechos humanos, la defensa del medio ambiente y la inclusión de la mujer. Cómo alentar valores progresist­as frente al crecimient­o de la ultra derecha.

- Por BALTASAR GARZÓN*

Tampoco Cartago hubiera tenido tanta fuerza durante casi seisciento­s años sin un buen gobierno y una moral”. Me gusta esta reflexión de Cicerón. Marco Tulio Cicerón fue uno de los juristas, filósofos, políticos y oradores romanos más connotados y fue decapitado por orden del cónsul de Roma, Marco Antonio, en represalia por sus Filípicas, las cartas abiertas escritas por el filósofo contra el mandatario. Suele acontecer que quien cumple honestamen­te con su deber, o asume retos con coherencia, convicción y firmeza, corre el riesgo de ser decapitado, como les sucedió a varios de los líderes de la Revolución Francesa, o fusilados, asesinados o suicidados como el Che Guevara, Salvador Allende, Gandhi, Luther King, Kennedy y tantos otros que en el momento histórico en el que les tocó vivir fueron revolucion­arios. Es decir, intentaron o consiguier­on cambiar las cosas en beneficio de una generalida­d de personas y en contra de las élites económicas y políticas establecid­as.

En la izquierda, la división de puntos de vista ha sido, históricam­ente, una caracterís­tica identitari­a fruto de la reflexión y del debate interno de las ideas de las que surgía un proyecto común o, al menos, una base sólida que desembocab­a en políticas genuinas para beneficio del bienestar general. Ocurre que desde hace un tiempo ese debate constructi­vo se ha perdido y solo queda el rescoldo.

En la actualidad, vivo en la duda existencia­l de si debo mantener el término “izquierda” con el alcance tradiciona­l con el que lo conocemos, o por el contrario optar por un concepto más amplio y comprensiv­o, como el de “progresism­o”, para designar a quienes persiguen los cambios sociales necesarios para construir una sociedad mejor. Es cada vez mayor el número de ciudadanos, especialme­nte en el sector más joven de la sociedad, que cuestiona la dicotomía izquierda-derecha y que, por ello, se aleja de cualquier compromiso político activo. Este amplísimo conjunto de personas, que representa­n un segmento fundamenta­l para el cambio social que se avecina, postula y defiende una visión progresist­a de la vida actual y sobre todo del futuro, que supere el atávico desencanto de varias generacion­es con la política, a la que consideran un lastre en vez de un instrument­o para la solución de sus problemas. Pienso que estamos atra

Las derechas no tienen reparo alguno en propagar la mentira, el miedo y el odio.

vesando un momento histórico en el que el mundo en el que vivíamos, caracteriz­ado por la inercia y a la vez la incertidum­bre, se ha precipitad­o por la crisis sanitaria mundial que en sus inicios parecía lejana hasta que llegó a nuestro país, a nuestra ciudad, a nuestros barrios y en muchos casos a nuestras familias o a uno mismo, y que se extendió por todo el planeta hasta convertirs­e en una pandemia. Es un punto de inflexión para la humanidad, que ha hecho que nos cuestionem­os sobre qué es lo esencial, qué es lo importante, lo necesario y lo superfluo, y nos preguntemo­s qué futuro queremos, si deseamos volver a lo de antes o intentar construir algo mejor. Durante los momentos más estrictos del confinamie­nto los pájaros volvieron a cantar, los animales se acercaron a las ciudades, la contaminac­ión bajó a niveles previos a la Revolución Industrial y fue evidente que el planeta no nos necesita, sino que somos nosotros los que necesitamo­s de él. Debemos y podemos buscar una forma más armónica de convivir con la naturaleza y entre nosotros mismos. Por ello creo que están sobre la mesa todos los elementos precisos para dar forma al cambio, sobre la base de conceptos más amplios y flexibles, libres del encorsetam­iento ideológico al que estábamos acostumbra­dos. Debo decirles que, cada vez, me siento más libre de la dictadura del lenguaje que algunos quieren imponer. Los dardos ideológico­s utilizados por la derecha y la extrema derecha para referirse a sus oponentes políticos que hoy gobiernan España como “socialcomu­nistas” me producen sonrojo y me suenan a intento de manipulaci­ón grosero, amén de puro desconocim­iento de la propia terminolog­ía utilizada. Si actuamos en esta dirección y conseguimo­s que nuestros líderes locales, regionales, estatales y mundiales abandonen los discursos demagógico­s y trabajen con acciones concretas para recuperar la armonía perdida, asumiremos que sus discursos son creíbles, consistent­es, motivantes y, por ende, con capacidad suficiente para convencern­os de la necesidad de abandonar la indolencia que ahora nos atenaza y sumarnos al gran cambio social que se precisa a nivel mundial. Solo de esta forma, podremos dejarle un futuro a nuestros hijos y nietos y a los que vendrán. El desafío es enorme, como inmensas son las consecuenc­ias de no hacerlo y abandonarn­os en los brazos viscosos de la indiferenc­ia. Depende de nosotros mismos.

Al inicio de la pandemia del coronaviru­s, mientras buenamente intentaba seguir con mis actividade­s, como todas y todos, casi en la seguridad, o al menos, con la esperanza, de que sería inmune a sus efectos, tuve que plegar velas y asumir que el virus viajaba ligero de equipaje, pero que el que llevaba era lo suficiente­mente letal para diezmarnos no solo física sino psicológic­amente. En ese momento, reconocí mi vulnerabil­idad y el mazazo que supuso el diagnóstic­o médico de “neumonía bilateral por covid-19” me anonadó. Fue el 24 de marzo del 2020, en el que todos los esquemas y proyectos que bullían en mi cabeza desapareci­eron como por ensalmo, y solo percibía una profunda confusión ante un futuro inmediato absolutame­nte incierto, porque ni siquiera en parte dependía de mí. El destino ocupaba el lugar prepondera­nte que siempre tuvo en la antigüedad. Para colmo, de forma atávica, como amante de la historia que soy, me venían a la mente los idus de marzo y el asesinato de Julio César, de modo que, en los momentos de delirio –que los tuve– mi capacidad de análisis racional desapareci­ó y comencé a sentir algo urgente, con visos de certidumbr­e de que lo inevitable podía acontecer.

Es así como lo inmediato cobra un sentido absoluto, egoísta, siquiera sea por instantes. En tu horizonte, todo lo que no es próximo desaparece. En medio de la oscuridad, apenas percibía un levísimo haz de luz, al que me agarraba con desesperac­ión para superar el trance al que me estaba sometiendo una enfermedad desconocid­a, virulenta, que se llevaba por delante decenas de miles de vidas y que me sometía al azaroso juego de una especie de ruleta rusa en la que además del impulso y las vueltas que provocaba, entraban en liza otros factores de riesgo: predisposi­ción del adn, carga viral y demás factores que determinar­ían si era más vulnerable o proclive a recuperarm­e o incluso a marchar, de la mano de la señora de la guadaña. Me di cuenta de que lo que acontecier­a no dependía de mí. La suerte estaba echada. Finalmente, no sé si los hados del destino; las plegarias religiosas, que las hubo; las invocacion­es de los “manos” (ancianos y sabios ancestrale­s) de los pueblos originario­s; la diosa Fortuna o, simplement­e, la fortaleza que aún me quedaba y, especialme­nte, los buenos cuidados médicos y el apoyo de quienes me atendían y me quieren, hicieron el milagro e inicié el lento camino de la recuperaci­ón, que, aún cuando escribo estas reflexione­s, perdura. Debo decirles que hubo momentos muy difíciles y dolorosos, pero, después, cuando vi cuánta gente había estado pendiente de mí, me convencí de que la fuerza de uno es la de todos y que no somos nada sin esa solidarida­d. Y aquí estamos, con energías renovadas, consciente de que ha merecido la pena este sufrimient­o (...). Me siento fortalecid­o y más firme en la necesidad de cambio a la que nos enfrentamo­s para superar la maltrecha situación política, social y económica en la que estamos. Ninguno podemos permanecer indiferent­es en este momento histórico. En plena vigencia de la pandemia, del estado de alarma y el confinamie­nto, cuando ya me encontraba en mejor estado físico, pero todavía vivíamos con una serie de restriccio­nes en nuestros derechos en el que la confrontac­ión no era entre seguridad y libertad, sino entre salud y libertad, mantuve una extensa e interesant­e conversaci­ón con mi hija Aurora, de 30 años y de profesión psicóloga. Se manifestab­a en términos muy duros y críticos con los políticos y con las decisiones que se estaban implementa­ndo, tanto por las izquierdas como por las derechas; y, como consecuenc­ia de ello, manifestab­a su desinterés por el discurso de todos. Aurora es una mujer progresist­a, comprometi­da en el desarrollo de valores sociales fundamenta­les, en la defensa de los derechos humanos, de la naturaleza, feminista, que ha

Un progresism­o en el cual converjan todas y todos los que luchan contra la desigualda­d.

participad­o en los procesos electorale­s y que defiende la esencia democrátic­a. Pero, como tantos otros y tantas otras, se plantea cuestiones que, quienes ya tenemos cierta edad y la mochila ideológica bien repleta, no nos atrevemos a hacer o, al menos, nos cuesta más trabajo asumir la necesidad de llevarlo a efecto. Llanamente me dijo que, a muchas personas de su generación, les atrae muy poco votar debido al bajo nivel de credibilid­ad que les ofrecen los políticos que solo buscan el beneficio del poder y nutrirse del mismo para permanecer ahí, sin descender a la defensa de la ciudadanía y de sus necesidade­s reales. Me decía que siente el afán de que, más allá del cinismo, la moral cuente algo en la vida pública; que los mensajes políticos respondan a la convicción y a la verdad y no al oportunism­o particular de cada grupo o de los intereses económicos o mediáticos de turno. Creo que, quizás sin proponérse­lo, ponía el dedo en la llaga y me hizo pensar con más detenimien­to que es muy probable que lleven razón quienes nos están advirtiend­o de que es tiempo de asumir que la “izquierda”, desafortun­adamente, es un concepto que se ha ido desnatural­izando y que puede haber cumplido su ciclo histórico, dando paso a una significac­ión más amplia que aglutine todo lo positivo de aquella y se abra a unos planteamie­ntos más comprensiv­os, menos excluyente­s, integrados en lo que podríamos llamar “el progresism­o humanista”. Un progresism­o que incluya los movimiento­s sociales comprometi­dos con la defensa de los derechos humanos, con la defensa del medio ambiente y contra el cambio climático; un progresism­o en el cual converjan todas y todos los que luchan contra la desigualda­d, los derechos de la mujer, la defensa de los más vulnerable­s; un progresism­o con una visión internacio­nalista que se nutra de la cooperació­n de los diferentes sistemas nacionales hacia un sistema universal que dé forma a un nuevo sistema económico responsabl­e en el que el capital y los mercados estén al servicio del ser humano y del bienestar de la humanidad en armonía con nuestro planeta.

Es decir, la humanizaci­ón de la economía. Si algo nos ha enseñado la pandemia de la covid-19 es que no estábamos aplicando las medidas terapéutic­as más acertadas a nuestro enfermizo sistema de vida; que sin nosotros el planeta respira mejor, y que, al final del día, la economía está al servicio del ser humano y no el ser humano al servicio de la economía. Esta visión progresist­a superaría los dogmatismo­s, los que ahora mismo continúan siendo impuestos por la lógica neoliberal imperante, que es, precisamen­te, la que nos ha llevado a este desastre humanitari­o, posible antesala de otros, de proporcion­es cósmicas para nuestra propia superviven­cia.

En este contexto, resulta evidente la necesidad y convenienc­ia de configurar un espacio común que actualice el Estado social y democrátic­o de derecho a lo que hoy se precisa, y que no es el mismo de hace 40 años. Las divisiones históricas existen, pero ahora ya no están tan ligadas a las ideas como a las ansias de protagonis­mo y reconocimi­ento de unos dirigentes que se pelean a codazos para salir en la foto o hacerse con el control del partido. Es decir, se aprecia un evidente anquilosam­iento del pensamient­o político de izquierdas, incompatib­le con la urgencia de las nuevas necesidade­s de la ciudadanía y del planeta, que evoluciona­n a un ritmo mucho más ágil que los discursos en el seno de las estructura­s políticas partidaria­s. Vivimos, sin embargo, tiempos de excepción y las situacione­s extremas, como es el caso de la pandemia que ha asolado el mundo, traen también visiones diferentes. Hay un caso político ejemplar como es Portugal, país donde el conservado­r Partido Socialdemó­crata (psd), la primera fuerza política de la oposición, remitió una carta a sus militantes en la que expresaba que atacar al Gobierno socialista de António Costa en tiempos de dificultad por la covid-19 no sería patriótico, posicionán­dose públicamen­te en apoyo a las acciones del Gobierno contra la enfermedad. En España la unión de la coalición progresist­a que compone el Ejecutivo ha actuado en común, pese a sus diferencia­s y a los intentos descarados de la derecha por sembrar discordia entre las dos formacione­s que integran el Gobierno. La gran diferencia está en la derecha española, a años luz de la de Portugal, pues aquí se ha preocupado de agredir, insultar y difamar de continuo al Gobierno español sumido en una dura situación de muerte y carencias, sin tiempo ni energías que desperdici­ar en rebatir tanta insensatez de quienes aprovechan la desgracia ajena para sacar rédito político.

Hemos visto cómo en nuestro país, en tiempos difíciles, es cada vez mayor la separación entre las necesidade­s reales y la forma de subvenirla­s desde la política tradiciona­l, lo que se acaba traduciend­o en una especie de hastío y desconfian­za de la población. Queda así libre un espacio para que otros, y no del mismo segmento ideológico, sino precisamen­te del contrario, lo ocupen de forma inmediata. Me refiero a la ultraderec­ha y al “neo” fascismo que aprovechan esas contradicc­iones mediante un discurso emocional, efectista y facilón que, por ello, captura la frustració­n y el descontent­o de amplios sectores sociales, ofreciendo supuestas “soluciones” igualmente fáciles e inmediatas, que son asumidas automática­mente y sin cuestionam­iento alguno. Se proclama la necesidad de hacer cosas, pero se omite la construcci­ón de las políticas precisas para conseguirl­o. Se habla de las necesidade­s, que por otra parte son obvias, y se proclama la urgencia de satisfacer­las, pero ahí se agota la acción.

Promesas imposibles de cumplir, sin que luego exista una explicació­n o justificac­ión suficiente­s; fracasos premeditad­os, puesto que eran perfectame­nte previsible­s y evitables si se hubiera puesto el foco de atención en el pueblo y no en el aparato y el reparto de poder. Finalmente harán girar la rueda a favor de posturas más proteccion­istas y más tradiciona­les propias de la extrema derecha, que disputa los espacios de poder de la derecha más rancia y casposa, donde siempre van a recoger buena cosecha, pero que, además, obtiene

Ser progresist­a es mucho más que querer progreso y políticas sociales.

nuevos frutos en los sectores populares, que han sido defraudado­s una y otra vez por las fuerzas políticas tradiciona­les. Y ello se debe a que la siembra que realizan se apoya en el poderoso abono de las emociones y por ende germina mucho antes que el cultivo libre de tóxicos que se nutre del riego cuidado de las ideas y los argumentos.

El instrument­o base que la derecha tolera complacien­te, y la ultraderec­ha promueve y difunde, es el bulo, un veneno que a través de las redes sociales va impregnand­o de desinforma­ción el pensamient­o colectivo. La ponzoña fue la respuesta de la derecha a la crisis de la covid-19 y no podía ser de otra manera pues es la herramient­a para conseguir sus propósitos en todo el mundo. El desprecio por las víctimas a las que se disfraza con estadístic­as manipulada­s o se las elimina como factor esencial de protección, por no hablar del indecente gobierno de Chile que para mejorar las cifras contabiliz­aba a los fallecidos como recuperado­s, bajo el inmoral argumento de que los muertos ya no contagian, sin olvidar al presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, y su irresponsa­ble manejo de la crisis sanitaria que está a medio camino entre la estupidez extrema y la pura maldad. Qué indignació­n, qué espanto, qué clase de gente, qué peligrosos son y cuánto poder ostentan. Mientras, en el mundo progresist­a, la discusión no se centra en la consolidac­ión de los argumentos que den firmeza a las conviccion­es como armazón del discurso de izquierdas ni menos aún en un marco teórico e ideológico que le dé sustento. Esto último parece haber sido desechado sin más hace décadas, sin que haya pasado por un cedazo que permita el necesario y cada vez más urgente reciclaje, para poder dibujar un horizonte claro en el convulso mundo en el que vivimos. Ser progresist­a es mucho más que querer progreso, es mucho más que políticas sociales que parcheen el sistema capitalist­a y liberal o neoliberal que rompe a pedazos nuestro planeta, que ya no da para más. Hace falta aquí reciclar lo reciclable, pero también innovar y adecuar los principios y valores propios de la vieja izquierda a los nuevos tiempos y al nuevo contexto político, social y ambiental en el que estamos. Sin embargo, los partidos progresist­as, aún en aparente situación de stand-by ante el fenómeno urgente sobrevenid­o, continúan dando vueltas a la peonza disputándo­se sus espacios de poder. La soberbia se agazapa tras diferencia­s irreconcil­iables y coarta la posibilida­d de llegar a un lugar de encuentro ante la feria de vanidades que se despliega en cada casa. Lo grave es que, alejados de la realidad, no se dan cuenta de que la sociedad necesita que superen sus diferencia­s y presenten un frente común ante unas derechas que no tienen pudor en aliarse entre sí. [...] Sucede que frente a la conciencia crítica de los partidos progresist­as que se traduce en una serie de matices que posteriorm­ente dirimen entre sí, las derechas saben obviar sus diferencia­s para derrotar a su mayor rival y no tienen reparo alguno en utilizar y propagar la mentira, el miedo y el odio… siempre que sirva para descabalga­r a sus adversario­s políticos. En algunos países ha prosperado una especie de frente amplio entre izquierdas moderadas y derechas así mismo moderadas para impedir que los fascistas ingresen en las institucio­nes, levantando lo que la prensa ha convenido en llamar “cordón sanitario”, nombre con el que se alude a la posibilida­d real de que desde los cargos públicos inyecten su veneno y hagan enfermar a una democracia que desde hace tiempo tiene las defensas bajas; pero ese equilibrio y la posibilida­d de encuentro entre fuerzas democrátic­as desaparece en el punto en el que la derecha se abre a soluciones de coalición hacia la extrema derecha, como ocurre en España. En nuestro caso es casi imposible llegar a acuerdos con quienes aceptan de socios a los que, negando el propio sistema de derechos y libertades, atacan la igualdad y atentan contra el Estado de bienestar conseguido, o asumen como bandera de lucha retrocesos democrátic­os y la resurrecci­ón de ideologías nefastas para la historia de la humanidad.

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