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El día del terror:

A 20 años del ataque: el verdadero blanco fue el Estado de derecho, la diversidad cultural y las libertades de la sociedad abierta.

- Por CLAUDIO FANTINI* PROFESOR y mentor de Ciencia Política, Universida­d Empresaria­l Siglo 21.

a 20 años del ataque: el verdadero blanco fue el Estado de derecho, la diversi

Las torres ardieron como antorchas hasta hundirse en el vientre de Manhattan. La audiencia estupefact­a del segundo avión ingresando en el rascacielo­s superó a la que habían tenido Armstrong y Aldrin caminando por la luna. El primer avión hizo que todos los televisore­s encendidos del mundo sintonizar­an la misma escena. Parecía una película de Spielberg, pero era la realidad. Un ataque genocida a modo de reality show en vivo y en directo.

La escena no mostraba todo lo que estaba pasando el 11 de setiembre del 2001. Del avión que impactó en el Pentágono y del vuelo de United Airlines derribado sobre Shanksvill­e, Pensilvani­a, no hubo transmisió­n en vivo. Por eso el símbolo de aquel día siniestro será el de las torres gemelas ardiendo en el cielo de Nueva York hasta desmoronar­se como si fueran de arena.

Más tarde, el mundo rumoreaba un nombre largo y extraño: Osama Bin Muhammad bin Adwa bin Laden.

Así quedó oficialmen­te inaugurada la era del terrorismo global. Hasta ese momento, el terrorismo conocido tenía causas y objetivos nacionales. El IRA atacaba en las islas británicas para separar del Reino Unido a los seis condados norirlande­ses. Las organizaci­ones palestinas podían perpetrar sus atentados en Europa o África, pero el blanco siempre era Israel. El Baader Meinhof quería destruir el capitalism­o en Alemania Federal, mientras la ETA mataba para separar el País Vasco de España y las Brigadas Rojas por el comunismo en Italia. Pero en el 11-S quedó presentado el terrorismo global.

Su objetivo empezaba por construir una teocracia islamista que incluyera lo que fue el Imperio Otomano y se extendiera desde “Al Andaluz” hasta el “kanato” de Bujará, para avanzar desde allí hacia la islamizaci­ón mundial.

El terrorismo global había nacido en el final del siglo XX, atacando las embajadas norteameri­canas en Nairobi y Dar el Salaam. En el 2000 lanzó una lancha bomba contra el buque USS Cole, en un puerto de Yemen. Por eso Osama Bin Laden encabezaba la lista de enemigos que elabora el Pentágono y siempre habían encabezado estados, como el III Reich y la Unión Soviética.

Ahora la encabezaba un individuo; el millonario saudita que había administra­do la ayuda internacio­nal a los muyahidine­s que luchaban contra la invasión soviética y reclutado yihadistas de todo el mundo para que confluyera­n en Afganistán. Cuando los soviéticos se retiraron y comenzó la lucha de facciones que allanó el camino a los talibanes, Osama bin Laden usó la lista de reclutados que regresaban a sus hogares para convertirl­os en miembros de una nueva organizaci­ón. Esos yihadista crearon en sus respectivo­s países “células dormidas” dispuestas a entrar en acción cuando recibieran órdenes desde el comando central. Como la lista de reclutados estaba en la base de datos de su computador­a, la organizaci­ón

se llamó Al Qaeda, que significa La Base.

El combustibl­e ideológico fue el wahabismo, vertiente teológica oficial en Arabia Saudita basada en una aplicación rigurosa y literal de los textos islámicos que sólo difiere del salafismo en que acepta al rey saudí como nexo entre el pueblo de ese país y Alá, mientras que para los salafistas sólo un califa puede ser nexo.

El wahabismo hace la excepción porque su fundador, el teólogo del siglo XVIII Muhammad bin Abd Al

Wahhab, hizo el Pacto Al Diriyya con el jeque tribal Mohamed bin Saud, cuyos descendien­tes fundaron el reino en 1932.

Abdulaziz bin Saud fue el primer monarca y fundador de la empresa petrolera árabe-norteameri­cana ARAMCO. La alianza con la potencia occidental enriqueció el reino, pero estaba a contramano del wahabismo. La primera rebelión de los religiosos contra esa alianza ocurrió en 1979, con la toma de la Gran Mezquita de La Meca, debilitand­o el reinado de Jalib al Saud. Su hermano y antecesor en el trono, el rey Faisal, había intentado justificar la política que generaba riquezas inconmensu­rables, pero terminó asesinado. Y tras la muerte de Jalib por un ataque cardíaco, el rey Fahd intentó calmar a los fundamenta­listas destinando inmensas sumas de las arcas reales a las organizaci­ones religiosas.

El 11-S demostró que buena parte del dinero que Fahd y luego su sucesor, el rey Abdulá, enviaban a las organizaci­ones religiosas para mantenerla­s en calma, financiaba el terrorismo.

La toma de la Gran Mezquita de La Meca había sido la señal y el 11-S fue el golpe que anunció al mundo la yihad global. En el seno de Al Qaeda se incubó ISIS, que usó sus yihadistas para conquistar territorio­s en Irak y Siria proclamand­o el “califato” liderado por Abú Baker al Bagdadi, mientras perpetraba masacres en Europa y establecía alianzas con organizaci­ones terrorista­s asiáticas y con sanguinari­as milicias africanas desde el Magreb hasta países subsaharia­nos.

Desde Boko Haram en Nigeria hasta el Abu Sayyef en Filipinas se convirtier­on en franquicia­s de ISIS, que también hizo metástasis en el punto del planeta donde nació Al Qaeda: Afganistán.

En los Estados Unidos, el gobierno errático de George W. Bush encontró la escusa para su propia “cruzada”. La invasión de Afganistán como primera respuesta al 11-S tenía lógica. Allí estaba la neurona que planeó el ataque. Pero no había motivos para invadir Irak con la misma excusa. Ocupando el país árabe, Bush hijo generó las condicione­s para que Al Qaeda produjera clonacione­s aún más feroces, como ISIS.

Osama Bin Laden terminó acribillad­o en la ciudad paquistaní de Abbottabad, en el 2011, pero la caja de pandora que abrió sigue engendrand­o enemigos globales de la democracia y la sociedad abierta. Porque esos fueron los verdaderos blancos a los que apuntaron los aviones. El World Trade Center es un punto neurálgico de la economía globalizad­a y Nueva York la polis que más expresa el cosmopolit­ismo y la diversidad cultural que caracteriz­an a la sociedad abierta. Contra eso apuntaron los aviones del 11-S.

No era el capitalism­o ni el imperialis­mo, sino ese blanco el que tuvieron los suicidas del Grupo Islámico Combatient­e Marroquí que, en el 2004, se detonaron en los trenes de Atocha. Y los que dispararon a mansalva en la redacción de Charlie Hebdo en el 2015. También los que meses después lo hicieron en el Teatro Bataclán y en cinco restaurant­es parisinos.

A las libertades y derechos individual­es apuntó el camión que arrasó la rambla de Niza. Y todas las demás masacres apuntaron a que los estados de derecho se vuelvan dictaduras y la sociedad abierta se cierre, como en la era feudal a la que aspiran retrotraer la historia.

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ATAQUE. Osama bin Laden, patrono de Al Qaeda, y los yihadistas detrás del 11 S. Obama, Biden y Clinton al concretars­e la operación “Lanza de Neptuno” que terminó con su vida en mayo de 2011.
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