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Participac­ión y apatía

- FOTO: CEDOC.

Al filo de las PASO de este domingo, los políticos y la sociedad se preparaban para una pésima noticia. Según los sondeos previos, la participac­ión en estas elecciones podría ser la más baja desde el regreso de la democracia, peor aun que el 74 por ciento registrado en las primarias legislativ­as del 2017. Los factores son varios. Está el sanitario, que inevitable­mente reduce la cantidad de votantes por el miedo al contagio o el aislamient­o de quienes presenten algún síntoma, pero también hay un costado anímico: la apatía y el decaimient­o disparados por una crisis socioeconó­mica sin fin que ninguno de los dos bandos de la grieta acierta a resolver. Porque a los cuatro años de ajuste y mala praxis macrista le siguió un peronismo que, subdividid­o en distintas facciones, inmerso en la pandemia y sin una conducción firme, solo empeoró los índices ya malos de sus antecesore­s.

Las estadístic­as recientes en cuanto a la participac­ión no son alentadora­s. Este año ya hubo elecciones en cuatro provincias y en todas se encendiero­n alarmas. En junio, en Misiones votó apenas el 59 por ciento del padrón. Ese mismo mes, en Jujuy el número llegó a 70. En agosto, en Salta bajó a 60. Y en los recientes comicios correntino­s, se estancó en 66. Son cifras que presagian una réplica a nivel nacional.

La mayor concurrenc­ia a las urnas se dio en octubre de 1983, cuando el triunfo de Raúl Alfonsín, que clausuró siete años de violenta dictadura, vino acompañado por una participac­ión electoral del 85 por ciento. Pero, desde aquel lejano hito de efervescen­cia ciudadana, el número se fue reduciendo elección tras elección. Lo más difícil de una democracia no es conseguirl­a, sino lograr consolidar­la en el tiempo.

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A LAS URNAS. Una democracia fuerte requiere poner en valor el acto electoral.

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