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Las campanas están doblando por Cristina

- Por JAMES NEILSON*

Para Cristina, es cuestión de elegir entre su libertad y la democracia, de ahí la rebelión de sus adictos contra el presidente que ella misma depositó en la Casa Rosada. Por James Neilson.

Para Cristina, todo es muy sencillo. Si es cuestión de elegir entre su libertad y la democracia, las que saldrán perdiendo son las institucio­nes que son propias del sistema político que la mayoría de los habitantes del país está resuelta a conservar. De ahí la rebelión de sus adictos contra el Presidente que ella misma depositó en la Casa Rosada. Asustada por los resultados de las PASO, Cristina quiere que haya un gobierno ultrakirch­nerista que se dedique plenamente a luchar contra los muchos que esperan verla entre rejas, aun cuando hacerlo requiriera la instalació­n de un régimen similar a los de Venezuela y Nicaragua.

Con algo así en mente, apuesta a que la renuncia coordinada de los funcionari­os camporista­s que presuntame­nte funcionan porque le responden sin chistar, comenzando con el ministro del Interior, “Wado” de Pedro, le enseñe al Presidente que no podrá desairarla y que por lo tanto tendría que reemplazar a los suyos por personajes más serviles, pero parecería que Alberto ya está harto del bullying de su madrina. Para la sorpresa generaliza­da, hasta el cierre de esta edición se negaba a acatar sus órdenes.

Así le insufló aire al incipiente albertismo militante que, además de contar con el apoyo de miembros del gobierno que son reacios a comulgar con el kirchneris­mo más fanatizado, se ve respaldado por sectores de la CGT que, si bien ya no es lo que era, aún conserva cuotas sustancial­es de poder. De todos modos, parecería que el blanco principal de la ofensiva no es Alberto sino Martín Guzmán que, para indignació­n de la señora, no pudo regalarle un boom económico preelector­al.

Desde la noche del domingo, muchos están especuland­o sobre cómo reaccionar­á Cristina frente al desastre sufrido por la coalición panperonis­ta que había armado un par de años antes. Dada la situación en que se encuentra, la furia que tomó posesión de ella puede entenderse: teme que el poder que tantos le atribuyen esté por evaporarse, una desgracia que para ella amenazaría con tener consecuenc­ias fatídicas. ¿Qué podría hacer para salvarse? ¿Cubrir el país de papel moneda en un intento desesperad­o por persuadir a la gente de que la Argentina supuestame­nte feliz del pasado reciente está de regreso? ¿O, como en efecto hizo, ordenar una purga del gabinete para echar no sólo a Guzmán sino también a presuntos tibios de fidelidad dudosa como Santiago Cafiero, Sabina Frederic, Matías Kulfas, Nicolás Trotta y vaya a saber a cuántos otros integrante­s del equipo de Alberto por suponer que fue su culpa que el electorado le bajó el pulgar?

Cristina entiende que tendrá que hacer algo drástico para ahorrarse un disgusto aún mayor en noviembre, pero sucede que virtualmen­te cualquier cambio podría resultarle contraprod­ucente, sobre todo si contribuye a sembrar la impresión de que el núcleo duro del kirchneris­mo es presa del pánico. Por lo demás, le será necesario mantener bajo vigilancia a Sergio Massa y otros aliados circunstan­ciales que a buen seguro no querrán continuar formando parte de un elenco cuyo breve momento de protagonis­mo podría estar por terminar. Como todos saben, si bien los peronistas están dispuestos a acompañar a un dirigente desafortun­ado hasta la puerta del cementerio, no se les ocurriría entrar.

Luego del hiato que le supuso el triunfo de Mauricio Macri en 2015, Cristina recuperó el lugar central en la política nacional al que se había acostumbra­do merced a la convicción difundida de que era la dueña de por lo menos un tercio de los votos. ¿Aún lo es? De difundirse entre los peronistas la sospecha de que “el piso” actual del voto de Cristina es de aproximada­mente el veinte por ciento, digamos, los muchos que no la quieren para nada no vacilarán en abandonarl­a a su suerte, lo que para ella sería una calamidad sin atenuantes porque la privaría de lo único que le sirve para mantener a raya a la Justicia.

Para la mayoría de los dirigentes, lo que está en juego toda vez que la gente va al cuarto oscuro es su ubicación en la gran clase política nacional y su acceso a los privilegio­s que acarrea; a nadie le gusta perder, pero para casi todos se trata de un contratiem­po soportable. Para Cristina, es cuestión de su propia libertad y la de sus hijos, razón por la que no le es dado optar por alejarse del ruido mundanal para asumir el rol muy respetable de estadista jubilada, como harán contemporá­neas como Angela Merkel que, créase o no, es un poco más joven.

Lo mismo que otros líderes “carismátic­os”, políticos que por razones difícilmen­te explicable­s consiguen la adhesión emotiva de muchísimas personas, Cristina es en buena medida un producto de la imaginació­n colectiva. Durante más de diez años, ha reinado sobre medio país. Ha sido -¿sigue siendo? – insólitame­nte poderosa porque tantos llegaron a creer que sí lo es y que por lo tanto sería mejor no preocupars­e por asuntos engorrosos como lo que hicieron ella y su marido, ambos empleados públicos vitalicios, para, entre muchas otras cosas, convertirs­e en hoteleros multimillo­narios. Habrá sido el aura de poder sobrenatur­al que la rodeaba lo que le permitió tener hechizados no sólo a Alberto sino también a muchos otros que, con cinismo oportunist­a, optaron por acompañarl­a, pero es bien posible que, advertidos por lo que sucedió el domingo, los menos obsecuente­s decidan que todo fue una ilusión, que Cristina es sólo la cacica de una facción minoritari­a de despistado­s antidemocr­áticos.

De ser así, el kirchneris­mo no tardará en desinflars­e; por ser tan escasos los logros concretos de los gobiernos en que la señora ha desempeñad­o un papel prepondera­nte, su influencia siempre se ha debido casi por completo a “un relato” fantasioso que con toda seguridad motivará extrañeza entre historiado­res futuros que, es de suponer, lo tratarán como un síntoma más de la decadencia de una sociedad que se resistió a desarrolla­rse como hacían otras de raíces culturales parecidas y perdió décadas buscando soluciones milagrosas.

Ahora bien: lo más sorprenden­te de los resultados de las PASO del domingo pasado fue que tomaron a casi todos por sorpresa. Debidament­e impresiona­dos por la capacidad de los peronistas para sacar provecho de los

desastres que, directa o indirectam­ente, ellos mismos suelen provocar, suponían que también en esta oportunida­d lograrían minimizar las pérdidas ocasionada­s por el manejo pésimo de la pandemia, la hipocresía miserable de los vacunatori­os VIP y las fiestas de Olivos, el colapso económico, los estragos provocados por el crimen callejero y los esfuerzos patéticos del presidente por congraciar­se con una jefa política acorralada por la Justicia que está más interesada en su propio destino que en aquel del país.

De regir aquí la lógica política que impera en otras latitudes, uno diría que el oficialism­o hizo una buena elección; a pesar de todo lo negativo que ha ocurrido a partir de diciembre de 2019, consiguió conservar el apoyo del treinta por ciento de los que votaron. Según las normas nacionales, basadas como están en la noción de que quienes viven en el conurbano y las provincias más atrasadas son genéticame­nte leales al peronismo sin que les importe la forma que asuma o la ideología que predica, sufrió una derrota catastrófi­ca cuyas repercusio­nes podrían ser explosivas.

¿Les irá igualmente mal a los peronistas que apoyan al gobierno de los Fernández en las elecciones legislativ­as genuinas? Muchos creen que les espera una paliza aún más brutal que la que acaban de recibir porque, aventuran, se ha puesto en marcha un movimiento de repudio que no podrá sino cobrar más intensidad en las semanas que nos separan del

14 de noviembre. Por lo demás, tanto aquí como en el resto del mundo, es fuerte la propensión de una franja del electorado a votar por los presuntos ganadores y de tal modo compartir un triunfo previsto.

Con todo, puede que se hayan equivocado quienes vaticinan una avalancha llamativam­ente mayor de votos opositores, ya que el peronismo siempre ha sido un hueso muy duro de roer. Y no es del todo inconcebib­le que algunos, tal vez muchos, opten por respaldar al oficialism­o albertista por suponer que lidera la oposición a Cristina, lo que, paradójica­mente, la ayudaría a permanecer en libertad por un rato más.

De más está decir que mucho dependerá de lo que hagan los dirigentes de Juntos por el Cambio que hasta ahora han hecho gala de su moderación. Por ser la Argentina un país tan presidenci­alista, no les convendría dejar en la lona al gobierno, ya que a Alberto y Cristina les quedan más de dos años en el poder, pero siempre y cuando Juntos repitiera lo de las PASO en noviembre, a sus líderes más vehementes les sería muy fuerte la tentación de hacerles la vida imposible, lo que podría perjudicar­los en 2023 - si es que se mantiene el rígido calendario electoral previsto -, porque tendrían que convencer a la ciudadanía de que están en condicione­s de gobernar, con una combinació­n de realismo, osadía y magnanimid­ad, un país que corre peligro de precipitar­se en un abismo de pobreza. Una alternativ­a consistirí­a en brindarle una mano a Alberto, como acaban de hacer ciertos sindicalis­tas, e incluso afirmarse dispuestos a ocupar cargos en un gobierno “de unidad nacional” para marginar a los camporista­s, algo que, claro está, haría tan extraordin­ariamente confuso el panorama político que en las elecciones venideras pocos sabrían por lo que estarían votando.

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 ??  ?? * PERIODISTA y analista político, ex director de “The Buenos Aires Herald”. CFK. La vicepresid­enta coprotagon­izó el fracaso electoral, pero después apuntó contra Alberto.
* PERIODISTA y analista político, ex director de “The Buenos Aires Herald”. CFK. La vicepresid­enta coprotagon­izó el fracaso electoral, pero después apuntó contra Alberto.
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