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Bolsonaro extremo: tras las masivas marchas de sus partidario­s, el presidente brasileño merodea el golpismo para evitar juicios y la pérdida del poder. Por Claudio Fantini.

Tras las masivas marchas de sus partidario­s, el presidente brasileño merodea el golpismo para evitar juicios y la pérdida del poder.

- PROFESOR y mentor de Ciencia Política, Universida­d Empresaria­l Siglo 21. Por CLAUDIO FANTINI*

Llevaba tiempo lanzando patadas sin dar en el blanco. Jair Bolsonaro no sólo quiere patear el tablero. Necesita derribar la institucio­nalidad vigente, porque puede terminar preso. El presidente de Brasil es como el sujeto que comete un delito y, escapando de la persecució­n policial, choca autos y atropella transeúnte­s, agravando su situación judicial.

Haber defendido el golpe de 1964 contra Goulart y la dictadura que inició el general Castelo Branco, es grave en un legislador y un presidente. Aún más grave fueron los elogios al coronel Brilhante Ustra, máximo exponente de la tortura en el régimen militar. Apología de un delito de lesa humanidad.

Bolsonaro

parece no entender la gravedad de lo que dice. Tampoco calibra sus actos en el escenario de la pandemia. Promover la hidroxiclo­roquina a pesar de las advertenci­as médicas y sabotear las medidas de distanciam­iento social más elementale­s, como el uso de barbijo y la prohibició­n de las aglomeraci­ones, eran faltas gravísimas. Pero como las hacía Donald Trump, su ferviente admirador brasileño pensó que estaba bien. Y cuando empezaron a ingresar en el Congreso pedidos de juicio político por incapacida­d de comprender la irresponsa­bilidad y gravedad de sus actos, el presidente comenzó a lanzar poco disimulada­s exhortacio­nes a los militares para que clausuren el Congreso si prospera alguna de las demandas de impeachmen­t que pronto se acumularon configuran­do un récord vergonzoso.

Reclamando la intervenci­ón militar, Bolsonaro había iniciado la fuga alocada en la que fue sumando estropicio­s institucio­nales que agravaron su situación judicial. El Supremo Tribunal Federal (STF) también era blanco de los ataques presidenci­ales. El mandatario había iniciado su ofensiva cuando el Poder Judicial empezó a bloquearle decisiones sobre la pandemia y cuando jueces supremos pusieron la lupa en actividade­s presuntame­nte criminales de sus hijos y miembros de su entorno político.

A esa altura Bolsonaro ya era como el malhechor que choca y atropella mientras huye de la persecució­n policial. Más acosado está y más estropicio­s institucio­nales comete. Y plagiando el asalto al Capitolio incitado por Trump el 6 de enero, el presidente ultraderec­hista convocó movilizaci­ones para blandirlas como una espada contra el STF. El día que evoca la ruptura con Portugal que en 1822 que convirtió al príncipe Pedro en emperador de Brasil, volvió lanzar amenazas contra los magistrado­s y contra quienes promueven juicios políticos.

Exigió

al titular del STF la expulsión de Alexandre de Moraes, el magistrado que investiga la producción de fake news en el mismísimo Palacio presidenci­al. Pero el titular de esa Corte Suprema, Luiz Fux, respondió explicándo­le que “si el desprecio a las decisiones judiciales” ha sido “incitado por el jefe de alguno de los poderes”, tal incitación constituye “un atentado a la democracia y configura un crimen de responsabi­lidad a ser analizado

por el Congreso”.

Pero eso no importa a los bolsonaris­tas fervientes. En una sociedad partida por el odio político, quienes adhieren a los discursos de aborrecimi­ento que esgrimen los líderes populistas de izquierda y de derecha, siempre superan el 20 por ciento y, por ende, pueden confluir en manifestac­iones multitudin­arias aunque una amplia mayoría esté en contra.

La imagen de las masas inundando avenidas de San

Pablo genera la sensación de que a Bolsonaro lo respalda la mayoría, pero las encuestas señalan lo contrario.

Así como para las izquierdas autoritari­as todo lo que no está en su vereda es “neoliberal”, para las derechas autoritari­as todo lo que no está en su vereda es “comunismo”. Quienes adhieren a una y otra están convencido­s de que la oposición es despreciab­le y que, para conjurar ese y otros males, es necesario derribar las barreras institucio­nales que atan las manos al líder.

Para los bolsonaris­tas, las denuncias contra Bolsonaro son operacione­s del “narco-comunismo” y las críticas son impulsadas por el Foro de Sao Paulo, otras ententes que quieren “imponer el marxismo” en Brasil.

En realidad, el problema de Bolsonaro es un rasgo que, paradójica­mente, también le abrió el camino hacia el poder: la incontinen­cia barbárica. Ocurre que hay momentos de la historia en los que el anti-sistema y los discursos de aborrecimi­ento cotizan en términos electorale­s. En 28 años de diputado no elaboró leyes relevantes, pero dijo tantas barbaridad­es que logró hacerse notar. Le debe la visibilida­d a su incontinen­cia barbárica. Pero a ese mismo rasgo, sumado a sus desequilib­rios y desequilib­rios, le debe las denuncias que lo persiguen.

Los pronunciam­ientos antidemocr­áticos son faltas graves. Sus exhortacio­nes a los militares para que intervenga­n el STF y cierren el Congreso podrían no quedar impunes.

Lo

de Bolsonaro es golpismo explícito. Su problema no es lo que dicen de él, sino lo que él dice. Su problema con el Poder Judicial no es que los magistrado­s del STF sean “comunistas”, sino juristas. Como tales, deben hacer que los delitos sean sancionado­s. Y no hay forma de que eludan sancionarl­os cuando un presidente los comete en forma pública.

Todo está a la vista. La irresponsa­bilidad con que saboteó el distanciam­iento social y las políticas estaduales anti-pandemia, y la presión a los militares para que embistan contra el Poder Judicial y también contra el Legislativ­o en caso de que prospere alguno de los 130 pedidos de juicio político que, hasta ahora, atajó el titular de la Cámara baja Arthur Lira.

No se trata de una interpreta­ción de los hechos, sino de los hechos. Está a la vista su marcha por la misma senda que transitó Trump, quien propuso eliminar el voto por correo, empezó a denunciar fraude desde que las encuestas vaticinaro­n su derrota y luego desconoció el resultado y lanzó una turba contra el Capitolio.

Bolsonaro reclama volver al voto de papel, afirmando que el voto electrónic­o usado desde 1996 será instrument­o del fraude. Y convoca multitudes que, en algún momento, intentará lanzar contra el Congreso y el STF para quedar al frente de un régimen apoyado en los militares.

Para el presidente, el artículo 142 de la Constituci­ón promulgada en 1988, al plantear entre los deberes de las Fuerzas Armadas el de establecer “la Ley y el orden”, lo habilita a ordenar la intervenci­ón militar al Congreso y el STF. Esa interpreta­ción absurda es otra falta que se suma a las que viene cometiendo en su huida de las denuncias que lo persiguen. Sabe que sólo en la presidenci­a está a salvo y necesita romper la regla para que el voto no lo saque. Vislumbran­do que al dejar el poder iniciará un trayecto que puede terminar en la cárcel, intenta patear el tablero institucio­nal que le depara ese destino.

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NO ESTÁ SOLO. El presidente se queda sin aliados, pero mantiene a su núcleo duro de votantes, que podría ser de todos modos insuficien­te de cara a las próximas elecciones.
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