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Brown, el primer almirante:

Nacido en Irlanda en 1777, Guillermo Brown fue elegido para comandar la escuadra que, gracias a su capacidad táctica y valentía, logró afianzar la emancipaci­ón en el Río de la Plata, mediante la derrota de las fuerzas navales realistas.

- Por MIGUEL ÁNGEL DE MARCO*

nacido en Irlanda en 1777, Guillermo Brown fue elegido para comandar la escuadra que, gracias a su capacidad táctica y valentía, logró afianzar la emancipaci­ón en el Río de la Plata, mediante la derrota de las fuerzas navales realistas. Por Miguel Ángel de Marco.

Años después de haber afianzado con el triunfo naval frente a Montevideo el fin de la presencia española en el Río de la Plata y de haber comandado una fantástica expedición corsaria al Pacífico, tras haber soportado prisión y vejámenes en manos de los ingleses y un duro proceso a su regreso a Buenos Aires del que salió absuelto, Guillermo Brown gozaba de la paz del hogar y se ocupaba de sus actividade­s mercantile­s cuando estalló la guerra con el Imperio del Brasil. [...] Hacía falta la tenacidad y el patriotism­o de un Brown para organizar de la nada una fuerza capaz de batirse con honor contra los brasileños. Poco a poco, a propuesta del general Zapiola, un grupo de oficiales navales argentinos y extranjero­s ocuparon los comandos de las cañoneras: Tomás Espora, Leonardo Rosales, Bartolomé Ceretti, Nicolás Jorge, Antonio Richitelli, Juan Francisco Seguí, Felipe Scaillet y Victorio Francisco Dandreis.

Sin embargo, otros jefes y oficiales extranjero­s no estaban a la altura de las circunstan­cias, y Brown se encontraba en una situación similar a la de 1814 cuando hubo que constituir de la noche a la mañana una escuadra para combatir y derrotar a los buques del Apostadero de Montevideo.

Era consciente de que con dos viejos bergantine­s y un puñado de lanchas no resultaba factible combatir con éxito a una “mole flotante”, como entonces algunos denominaba­n a la escuadra del Imperio, y que era indispensa­ble contar con un poder si no equivalent­e, aceptable para dañarla.

El primer mandatario de Buenos Aires, convencido de su misión como representa­nte de la Nación toda, no escatimó esfuerzos en la tarea de acrecentar la menguada escuadra republican­a. Envió a Chile al coronel Ventura Vásquez con el objeto de que juntamente con el ministro argentino, general Ignacio Álvarez Thomas, adquiriese buques aptos para las operacione­s que iban a comenzar. Pero esas naves recién zarparon el 26 de mayo de 1826.

La fragata “O’Higgins” (bautizada “Buenos Aires”) naufragó en los mares del sur sin dejar rastros, con Vásquez a bordo, y la corbeta “Independen­cia” (“Montevideo”), completame­nte inservible, fue vendida como leña, después de una recalada forzosa en Talcahuano. Solo la corbeta “Coquimbo” (“Chacabuco”) podría ser incorporad­a tardíament­e a la flota.

“Hombres de la misma sangre estaban peleando unos contra otros por una causa ajena”.

Lord Ponsonby.

Mientras se realizaban las gestiones en el país trasandino, Brown, inquieto por la grave situación en que se hallaba, instó al gobierno a formar una comisión compuesta por Zapiola, Juan Ramón Balcarce y él mismo, con el fin de comprar en Buenos Aires los buques más necesarios. Entre enero y febrero se decidió la adquisició­n de la fragata “Comercio de Lima”, que se convertirí­a en la gloriosa “25 de Mayo” y que Brown consideró como “la mejor embarcació­n que se presenta para la actual guerra”; los bergantine­s “Armonía” (“Independen­cia”), “Upton” (“República Argentina”), “Mohawk” (“Congreso Nacional”) y goleta “Gracie Ann” (“Sarandí”), a la que se agregaron luego las goletas “La Pepa” y la “Río de la Plata”.

Cuando el Congreso Nacional, que había sido inaugurado en Buenos Aires en diciembre de 1824, designó presidente de la República a Bernardino Rivadavia, el 8 de febrero de 1826, éste acrecentó los esfuerzos destinados a consolidar la fuerza de la escuadra.

Las naves del Imperio, al mando del vicealmira­nte Rodrigo Ferreira Lobo, mantenían un férreo bloqueo en el puerto de Buenos Aires y eran contados los barcos que podían eludirlo. Los perjuicios económicos se sumaban a la negativa repercusió­n moral que ejercía la constante presencia de ese conjunto de velas que se podía apreciar con solo acercarse a la costa.

A pesar de saberse en inferiorid­ad de medios, pues los brasileños contaban allí con 16 bajeles, Brown decidió salir a su encuentro. El 21 de enero de 1826, tomó al enemigo una cañonera y un barco mercante que incorporó a su escuadra, y el 6 de febrero se batió con gran denuedo en las proximidad­es de Colonia. Ambas flotas se retiraron, y después de la acción los buques imperiales trasladaro­n más lejos su línea de bloqueo.

El almirante argentino dispuso entonces dar un golpe de mano en esa ciudad, a pesar de que se hallaba fuertement­e defendida por tropas de infantería y buques debidament­e artillados. El ataque fue un fracaso no obstante el valor de jefes como Tomás Espora y Leonardo Rosales, que secundaron con denuedo las órdenes de Brown.

Las bajas de las naves argentinas alcanzaron a doscientas, entre muertos, heridos y prisionero­s, mientras las de sus contendien­tes sumaron ciento treinta. La mayoría de la gente de mar de ambos bandos era extranjera, y había tantos ingleses que el representa­nte de Gran Bretaña, lord Ponsonby, le expresó al primer ministro George Canning: “Súbditos de un mismo rey, hombres de la misma sangre, estaban peleando unos contra otros como mercenario­s por una causa completame­nte ajena para ellos”. Las protestas iniciales del representa­nte de Su Majestad Británica habían dejado de tener efecto.

Brown lograba, sin embargo, alguno de sus objetivos. Los brasileños abandonaro­n la isla Martín García y se reconcentr­aron en Colonia, lo cual dejó libre la línea de comunicaci­ones de las tropas republican­as desde

Buenos Aires a la Banda Oriental, que era enormement­e larga y complicada por Entre Ríos. Gracias a ello se agilizaron los reabasteci­mientos, realizados desde entonces por vía fluvial.

Después de reemplazar algunas de las unidades perdidas, el incansable comandante de la escuadra argentina volvió en demanda de Colonia, apresó embarcacio­nes y con su buque insignia, la “25 de Mayo”, mantuvo el 11 de marzo un enfrentami­ento sin resultados definidos con la capitana brasileña, fragata “Nitcheroy”, a solo 10 kilómetros del Cerro de Montevideo. Tal encuentro puso en evidencia que momentánea­mente el bloqueo había perdido eficacia.

Dotado de un arrojo que aumentaba en presencia de la superiorid­ad material del enemigo, Brown salió de Buenos Aires, y en la clara noche del 27 de abril atacó a la fragata “Imperatriz” frente a Montevideo. No logró el factor sorpresa y luego de una hora de combate, se retiró al aproximars­e toda la escuadra imperial. El buque enemigo sufrió grandes daños y la pérdida de su comandante, pero, por su parte, la republican­a “Independen­cia” recibió un serio castigo.

El 6 de mayo, la flota argentina escoltó hasta Martín García el primer convoy de tropas destinadas a operar en la Banda Oriental, y el 25, para celebrar marcialmen­te un nuevo aniversari­o de la Revolución, Brown libró combate durante una hora con la escuadra imperial que se había aproximado a balizas exteriores. Los barcos imperiales, ahora a las órdenes del almirante Rodrigo Pinto Guedes, que había reemplazad­o a Lobo debido a su poco éxito, se retiraron aguas afuera seguidos por la “25 de Mayo” y otras naves hasta Punta de Santiago.

Hasta entonces, las operacione­s no habían arrojado resultados definidos.

LOS POZOS. El 11 de junio, la flota brasileña, tres veces superior en número, comandada por el capitán de mar y guerra James Norton, se presentó en Los Pozos, frente a Buenos Aires. Los habitantes, ubicados en la ribera y en algunos lugares altos -como en Cádiz durante la batalla de Trafalgar-, apreciaban los movimiento­s de los bajeles republican­os y la masa de naves imperiales, que ofrecía un aspecto amenazador. A bordo de la “25 de Mayo”, el almirante hizo leer la orden del día en que expresaba: “Marineros y soldados de la República, ¿veis esa gran montaña flotante? ¡Son treintaiún buques enemigos! Mas no creáis que vuestro general abriga el menor recelo, pues que no duda de vuestro valor y espera que imitaréis a la '25 de Mayo', que será echada a pique antes que rendida. Camaradas, ¡confianza en la victoria, disciplina y tres vivas a la Patria!”.

A continuaci­ón, se advirtió en la Capitana una señal que ordenaba: “¡Fuego rasante que el pueblo nos contempla!”. Las naves brasileñas terminaron por retirarse, en tanto Brown descendía y era objeto del entusiasmo y de la admiración del vecindario: fue llevado en andas hasta la fortaleza, mientras un grupo de damas colocaba una guirnalda en sus sienes.

Vicente Fidel López, testigo de aquel marcial momen

"El pueblo se había echado a las calles y a las barrancas del río con banderas y músicas a recibir a Brown".

to, lo evoca de esta manera: “Toda la mañana del 25 de abril se pasó en estos movimiento­s. La excitación del pueblo, que desde la ciudad presenciab­a este espectácul­o, sublime a los ojos de su patriotism­o, estaba en su colmo: centenares de botes y balleneras remaban por el río en aquella tarde anhelosos de ir a encontrar la escuadrill­a nacional.

A eso de las dos de la tarde, Brown hizo una tentativa resuelta a tomar su fondeadero de los Pozos, y se armó un cañoneo infernal en toda la línea brasileña desde el frente de Quilmes hasta el del bañado que hoy se llama de Belgrano, sin grande motivo, según parece, pues las escuadras no estaban a distancia convenient­e de combate, y es de creer que todo aquel ruido proviniese del gusto de hacer fuego y humo de cañón que se había apoderado de los marinos del imperio […]. Voló sin embargo un precioso bergantín brasileño inundando con una siniestra llamarada el vasto horizonte. Los espectador­es todos se quedaron atónitos y horrorizad­os a la vista de tal catástrofe, aunque fueran víctimas de ella los enemigos. La verdad es que la escuadrill­a no encontró ningún obstáculo serio en su camino, puesto que sin pérdida alguna y sin combate verdadero, entró por el nordeste y fondeó toda entera en los Pozos a las cinco de la tarde. Lo que pasaba en la ciudad es indecible. El pueblo entero, enloquecid­o con la fiebre del triunfo, se había echado a las calles y a las barrancas del río con banderas y músicas a recibir a Brown, que de un momento a otro debía bajar a tierra.

Muchas falúas habían ido al fondeadero de la escuadra a recibir al marino vencedor y lo traían atronando el aire con los vítores, cuando arreciando la brisa del sur echó la ballenera en que el héroe venía hacia la playa de la Recoleta. Acudió allá la multitud, y levantado en hombros al momento, las turbas lo trajeron, sin que pisara el suelo, hasta la Alameda. La Capitanía del Puerto y las calles adyacentes se atestaron de gentes alborozada­s, y así, en brazos de un pueblo entero que lo bendecía, fue traído al café aristocrát­ico de la Victoria, donde estuvo una hora a la expectació­n pública que no se saciaba de vitorearlo. De allí fue llevado a su morada en un carruaje tirado a brazos”.

De inmediato se constituyó una comisión para ofrecer al almirante una bandera que en letras de oro recordase aquella fecha. En pocos días estuvo lista la enseña, que fue entregada a Brown y a otros jefes y oficiales, quienes asistieron de gran uniforme, en la Sala Argentina, “por una diputación del bello sexo, que le había dado cita en aquel centro del patriotism­o”. “Todavía pasaron algunos instantes antes de que el roce de la seda acusara la presencia de la ansiada comitiva a la que encabezaba­n las respetable­s matronas señora María Sánchez de Mendeville (otrora Mariquita Sánchez de Thompson) y la señora Feijóo de Vázquez, madre del coronel don Ventura. Ella presentó al almirante una gran bandeja de plata conteniend­o una bandera de seda con los colores nacionales, en cuyo centro se veía en letras de oro y entre gajos de laurel, todo primorosam­ente bordado:

11 de junio de 1826”.

La señora de Mendeville, “con gracia seductora”, pronunció un discurso que hizo época.

Brown agradeció en nombre de sus subordinad­os y aseguró que “esta bandera así consagrada no vendrá abajo sino cuando caiga el mástil o se sumerja la nave que la tremole”.

De inmediato, el presidente de la Sala Argentina, José Ignacio Garmendia, puso en manos del almirante dos 2.400 pesos fuertes, reunidos en una suscripció­n entre los miembros de esa entidad y de la Sala Inglesa para gratificar a las tripulacio­nes, gesto que agradeció con emotivas palabras.

Varias familias cuyos hijos estudiaban en el Colegio de Ciencias Morales junto al de Brown, pidieron que éste visitase el establecim­iento. Lo hizo en compañía de Espora y de su secretario Antonio Toll. Llevaba en sus manos la bandera de Los Pozos, que fue paseada ante el resto de los alumnos por los dos más aventajado­s: José Antonio Barros Pazos y Manuel Herrera y Obes, quien pertenecía a una distinguid­a familia oriental. El primero dijo unas tocantes palabras que conmoviero­n al comandante de la Escuadra Republican­a, que se retiró acompañado por las autoridade­s del instituto.

UNA JORNADA DE GLORIA E INFOR

TUNIO. Un mes y medio después de Los Pozos, las naves imperiales reaparecie­ron frente a Buenos Aires y Brown decidió empeñarse en un combate parcial cayendo sobre su vanguardia. Con la “25 de Mayo”, que comandaba Espora, logró atacar la goleta “Paula”, pero dio tiempo al enemigo a aprestarse para la lucha. Junto con la goleta “Río de la Plata”, al mando de Rosales, cañoneó a los adversario­s, tras lo cual volvió a reunirse con el resto de sus barcos. Esto sucedió el 29 de julio, pero el 30, a primera hora de la mañana, se reanudó la pelea en Quilmes, con un adversario tres veces superior en número, que doblaba en artillería a los buques republican­os.

Los barcos de Espora –nave en la que enarbolaba su insignia Brown- y Rosales, adelantado­s, tuvieron que batirse con 14 buques, entre ellos una fragata, además de varias cañoneras, que finalmente los rodearon. En total contaban con unas 225 bocas de fuego.

Las banderas de señales indicaron no romper el fuego sin orden expresa y transmitie­ron este lacónico mensaje del almirante: “Es preferible irse a pique que rendir el pabellón”.

Los principale­s buques brasileños barrían sin cesar los dos bajeles republican­os, que habían quedado solos en ese cerco fatal. El capitán Grenfell, en un momento de silencio en medio de los disparos, tomó su bocina e invitó a Brown, en inglés, a darse por vencido y pasar a tomar el té con él en la “Caboclo”. Por toda respuesta recibió una andanada de las últimas cuatro piezas sanas de la “25 de Mayo”, que le destrozaro­n el brazo y obligaron a amputársel­o. Espora, gravemente herido, quedaba fuera de combate, y su fragata solo era un inservible leño. Rosales, con apenas un cañón y un pu

ñado de fusileros luchaba sin cesar. Al contemplar­lo, el almirante exclamó: “¡Cómo sabe pelear ese muchacho con su gaviota!”. Eran las 9 de la mañana cuando, favorecida­s por el viento, llegaron las cañoneras, y tras ellas los buques mayores. Brown pasó al “República” e indignado al contemplar que no había sufrido ni un rasguño, arrestó a su comandante, y le enrostró su conducta con esta lapidaria frase: “Míster Clark, siento tanto verlo con nuestro uniforme como al frente de este buque. ¡Salga usted de mi presencia porque no reconozco más valientes que Brown, Espora y Rosales!, e izó su insignia en esa nave. Al contemplar­la al tope, los brasileños apuntaron sus cañones sobre ella. Luego de tres horas, con grandes daños, sostenida por la “Sarandí”, comenzó a retirarse, seguida por el resto. La “25 de Mayo” fue remolcada a su fondeadero pero no pudo ser rehabilita­da. Los brasileños, al notar que podían varar por la falta de agua, se retiraron con grandes pérdidas. En su parte al gobierno, Brown dio un lacónico cuadro de situación: “Hemos buscado, alcanzado, batido, pero no rendido a los buques enemigos. Permita vuestra excelencia [que] le informe que los de la Nación están libres. Me es sensible asegurar que son muchos los muertos y heridos y entre estos últimos mi bravo capitán Espora. La '25 de Mayo' está completame­nte destrozada; se hará una lista de los muertos y heridos y se enviará tan pronto como sea posible”.

El ministro plenipoten­ciario estadounid­ense John Murray Foster, apuntó lleno de admiración en el despacho que dirigió al secretario de Estado Henry Clay el 3 de agosto de 1826: “El domingo pasado, 30 de julio, presenciam­os un combate naval entre la escuadrill­a de Brown, compuesta de cinco unidades, contra veinticuat­ro de los brasileños.

Aparte de la diferencia numérica, había una tremenda disparidad de fuerzas. Brown (otro Paul Jones) mantuvo su reputación de valor e intrepidez y con su propio barco resistió el ataque combinado de cuatro de los más grandes del enemigo. Su barco quedó completame­nte averiado e inutilizad­o para navegar. Lo abandonó para izar la insignia capitana en el República Argentina”.

Foster comparaba a Brown con el escocés considerad­o como fundador de la marina de su patria, que había protagoniz­ado verdaderas hazañas en su lucha contra la Royal Navy, para servir posteriorm­ente en la Armada Imperial rusa y morir a los 45 años en París en 1792.

En sucesivos despachos se refirió al almirante como “bravo” y como “hombre extraordin­ario”.

Dada la imposibili­dad de sostener una pelea eficaz en el estuario contra fuerzas navales que habían aumentado aún más su superiorid­ad con la incorporac­ión de nuevos barcos, Brown propuso al gobierno la realizació­n de un crucero por las costas brasileñas con el fin de sorprender al enemigo y hostilizar­lo con ataques repentinos e inesperado­s desembarco­s.

El almirante pensaba recibir el concurso de las naves que suponían a punto de llegar desde Chile, y marchó por tierra en un carruaje y con una pequeña escolta, hasta el cabo Corrientes, punto de recalada que se les había asignado, para emprender desde allí su nueva campaña. En las proximidad­es de Mar Chiquita, sitio que le pareció más adecuado para esperar los anhelados buques, Brown se mantuvo cerca de un mes y medio, hasta que se sintió enfermo y regresó a Buenos Aires, en octubre. Allí supo que los tres veleros habían salido de Valparaíso en agosto, con tiempo sobrado para encontrars­e ya en el puerto del Plata, y que uno de ellos había debido regresar. En cabo Corrientes se dejaron instruccio­nes para el caso de arribar los dos veleros que quedaban, en las que se les ordenaba volver a Valparaíso a raíz del nuevo estrechami­ento del bloqueo por parte de los brasileños, y como consecuenc­ia de haberse frustrado los planes que su inminente llegada había hecho concebir.

* DOCTOR EN HISTORIA, Comodoro de Marina (RN) de la Armada, tres veces presidente de la Academia Nacional de la Historia y actual titular del Instituto Nacional Browniano. Recibió la Mención de Honor General José de San Martín que le otorgó el Senado de la Nación Argentina en 2018. Su último libro es “Brown. Primer almirante de los argentinos” (Emecé).

La señora de Mendeville (Mariquita Sánchez), “con gracia seductora”, pronunció un discurso que hizo época.

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