La guerra del barbijo
El resultado de las PASO del domingo 12 modificó las convicciones sanitarias de todos. Para el Gobierno, que antes de esas elecciones insistía en extremar los recaudos frente al Covid, significó un giro absoluto. Después de la derrota, todo es apertura, vuelta a la normalidad y relajamiento a niveles insospechados, incluso al punto de abolir el uso del barbijo en los espacios abiertos. La oposición, por el contrario, reaccionó con críticas ante ese reflejo electoralista, cuando antes era la que insistía en dejar atrás las restricciones. Ahora que el oficialismo inició ese camino, Horacio Rodríguez Larreta y compañía pidieron prudencia: en la ciudad de Buenos Aires, el barbijo sigue siendo obligatorio también al aire libre. Al menos hasta que el 70 por ciento de sus habitantes haya recibido las dos vacunas, según informó el ministro de Salud porteño, Fernán Quirós.
Las volteretas por mera especulación política no llaman la atención en una coyuntura en la cual el resultado electoral importa más que la coherencia discursiva.
El gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof, tampoco le pudo escapar a las contradicciones. Luego de haberse destacado durante un año y medio como el más férreo defensor del cierre de escuelas, ahora, tras el mazazo de las urnas, propone presencialidad absoluta en las aulas y hasta clases los sábados y en vacaciones para recuperar lo perdido.
¿Qué valor tiene la palabra de una clase dirigente que cambia de discurso según para dónde sople el viento del humor social? Porque una cosa es escuchar el mensaje de las urnas. Y otra es carecer de convicciones.