El miedo a que Ella pierda
El cruce oficialista entre la campaña del “sí”, la gestión y las declaraciones de Aníbal Fernández. Las alarmas de Cristina Kirchner.
El concepto de campaña que improvisó el oficialismo tras la derrota en las PASO se reduce a la palabra “Sí”, como símbolo positivo en medio de tanta negatividad. Sin embargo, a pesar de la gestualidad asertiva que ensaya la propaganda K a través de sus periodistas más optimistas, siempre se cuela un ominoso “No” en la gestión cotidiana y concreta del Gobierno. Entre la esperanza impostada en los afiches y el miedo que brota a borbotones dentro y fuera de la Casa Rosada, transcurre la cuenta regresiva hacia el 14 de noviembre.
¿En qué síntomas puede palparse el miedo reinante de este curioso momento político? El escandaloso tuit de Aníbal Fernández contra Nik es un caso ilustrativo. La amenaza velada del ministro de Seguridad hacia un humorista gráfico que criticó el clientelismo gubernamental pone en evidencia el grado de nerviosismo que altera las emociones de los funcionarios del Gabinete, incluso de aquellas figuras de recambio que supuestamente vienen a poner orden en el desmadre albertista de “funcionarios que no funcionan”. Aníbal no solo incurrió en la habitual bravuconada kirchnerista contra la prensa no alineada, sino que se metió -sin querer queriendo, como decía El Chavo- con el Talón de Aquiles de la gestión sanitaria del Gobierno durante la pandemia: la cuarentena que clausuró las escuelas hasta enfurecer a los propios votantes de Cristina Kirchner.
Confusión de confusiones: el ministro de Seguridad le transmite su vieja “sensación de inseguridad” a una comunidad educativa, enojado porque se cuestionó el regalo de viajes de egresados anunciado por Axel Kicillof para otras comunidades educativas. Esa oferta clientelar en plena campaña proselitista seguramente surgió como una reacción temerosa al esquivo voto joven que padeció el kirchnerismo en las primarias. Miedo por miedo, esa es la tónica de este nuevo turno electoral.
Aunque no puede pensarse que sea una estrategia razonada, ese fue el efecto buscado instintivamente por la Vicepresidenta desde que lanzó ese minigolpe palaciego contra su propio gobierno. Además de sembrar el terror entre las filas del Frente de Todos, Cristina le transmitió su personal miedo a perder al resto del país, tanto a la dirigencia opositora como a los ciudadanos que osaron no votar por Ella. El mensaje amenazante enviado por
Cristina en su explosiva carta abierta no fue solo para sus subordinados, sino para todos los argentinos y argentinas. Y podría decodificarse más o menos así: “si yo caigo, caemos todos”. Los ciudadanos anti K, y antiperonistas en general, tomaron debida nota.
Tanto es así que no faltan entre los votantes y “opinators” opositores quienes -por lo bajo- creen que quizá sería mejor que el oficialismo no pierda por tanto en noviembre, así queda como el único responsable a cargo del crack monetario e institucional, al estilo 2001, que muchos temen que nos espera a la vuelta de la esquina. El argumento opositor podría resumirse más o menos así: “Si nos vamos a estrellar, que el Titanic lo timonee el kirchnerismo hasta el final, así pagan todos los platos rotos de este ciclo de una vez y para siempre.”
Tanto miedo compartido a uno y otro lado de la grieta tiene su lógica: el miedo no es zonzo. Aunque el voto opositor contiene la misma convicción anti K que en las elecciones de 2015, no puede decirse lo mismo de la confianza que expresa por la capacidad del posmacrismo para salir de la crisis endémica nacional. Todavía no ha surgido de la usina ideológica de Juntos por el Cambio un relato convincente y unificado de cómo evitaría un hipotético futuro gobierno para no tropezar con las mismas limitaciones que mostró la gestión macrista, atrapada entre la impotencia gradualista y el pánico a los efectos sociales secundarios de una política de shock. Además del escepticismo que reflejan las encuestas en este sentido, se recorta el batacazo de la opción Milei, como voto castigo a dos puntas: tanto contra el kirchnerismo como contra la oposición tradicional.
Ese eslogan contra la política entendida como una “casta” señala un fin de ciclo de tolerancia respecto del modo en que la democracia recuperada en 1983 procesó los grandes dilemas de la sociedad argentina. En su reciente libro de memorias sobre su paso por la gestión alfonsinista, el sociólogo Juan Carlos Torre sintetizó el hartazgo popular con la lógica de la clase política mediante una anotación profética: “La política en el presente vive de la bruma y la confusión.” Aquel presente era marzo de 1986. Cambió todo y nada.