La última pesadilla mundial
Vladimir Putin anunció que había decidido reconocer a dos regiones en el este de Ucrania como repúblicas separatistas independientes, e inmediatamente ordenó a las tropas rusas ingresar a esos territorios para el “mantenimiento de la paz”. Putin justificó la avanzada desde una perspectiva nacionalista, pero el accionar bélico respondería más a proteger los intereses energéticos de Moscú que a sus ínfulas de ser el heredero de Stalin.
Rusia es un petroestado, y depende de las ventas de petróleo y gas natural: son el 60 % de sus ingresos por exportaciones y el 40 % de sus gastos presupuestarios totales. Suministra el 40% del gas natural para la calefacción de Europa, y por su gasoducto que atraviesa Ucrania, paga hoy unos 2 mil millones de dólares anuales.Esas son razones que Washington y sus aliados europeos entienden, y que pueden manejar imponiendo sanciones que hagan retroceder al presidente ruso.
Pero analistas del Pentágono temen que el jerarca esté guiado verdaderamente por el reflej jo de la vieja gloria soviética, y la figura de nuevo zar que ha edificado sobre sí. En la política interna no tiene ya rivales, esencialmente porque es un autócrata mafioso, y nadie que quiera permanecer fuera de la cárcel o de la tumba se atreverá a enfrentarlo. Y tiene aliados serviles a los que impone su política expansionista, como Bielorrusia y Kazajistán. Pero por esa vía fracasó en Ucrania. La mano dura del Kremlin resultó en la revolución de Maidan de 2014, y la reorientación del país hacia Occidente y la democracia. Un desafío que hoy busca aplastar con tanques, mientras paraliza a sus rivales con la amenaza de una guerra nuclear.