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La hora del poder total

Elon Musk, más cerca del superhéroe que del emprendedo­r, encarna una relación con el deseo típica de estos tiempos: la satisfacci­ón de los propios anhelos se institucio­naliza y reclama una ampliación de derechos, sin reconocer obligacion­es.

- Por ÉRIC SADIN*

Aprimera vista, el hombre no tiene buena pinta. Su rostro no muestra ningún rasgo particular­mente saliente, no parece tener ningún defecto notable ni ninguna marca inmediatam­ente perceptibl­e de belleza o de gracia.

Ese hombre al que vimos a partir de los inicios de los años 2010 en gran cantidad de fotos o videos presenta la imagen de un individuo de apariencia banal, de algo más de 40 años, en la plenitud de sus fuerzas, siempre parece estar en plena forma y listo para seguir adelante.

Sin embargo, quien quiera practicar una lectura intuitiva de las fisonomías detectaría una confanza inquebrant­able en sí mismo –en sus miradas, en su sonrisa, que parece dirigirse a los demás pero también dar fe de cierta animación interior permanente; en sus posturas físicas, que prueban lo bien asentado que su cuerpo está en el suelo, o en sus gestos, siempre contenidos pero animados por una energía eruptiva–; más todavía, detectaría la convicción íntima que siente indudablem­ente desde siempre: la de estar consagrado a un destino fuera de lo común. Con toda seguridad, tuvo razón en suponerlo, dado que, en efecto, está dotado de dones excepciona­les, incluso casi demiúrgico­s. Todo lo que nuestro personaje toca se ve transfigur­ado y cada proyecto que aborda se convierte en la perspectiv­a de una revolución que cambiará el curso general de las cosas y que parece inevitable­mente destinado a producir montones de lingotes de oro.

Este alquimista de nuestra época es Elon Musk. Este ingeniero emprendedo­r tuvo en el año 2000 el olfato –en el momento correcto– de adquirir la sociedad PayPal, que facilitaba el pago online gracias a un principio sencillo de utilizació­n y con procedimie­ntos sumamente securizado­s. A pesar del éxito logrado, no era hombre de conformars­e con vivir de rentas.

Más bien su estilo era el de apuntar continuame­nte hacia las cumbres, o, más exactament­e, hacia las estrellas. En 2002, consideran­do que la NASA era “bastante amorfa” y que “no tenía ambiciones”, inauguró, fortalecid­o por sus éxitos recientes y por la fortuna amasada, la sociedad SpaceX, que tenía el objetivo de producir vehículos de lanzamient­o espacial competitiv­os y a bajo costo. Diez años más tarde, él mismo pareció propulsado a otra galaxia mental cuando declaró, en 2013, tener la intención de concebir un avión eléctrico supersónic­o

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