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CLASES MAGISTRALE­S

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El deseo personal, sobre todo si es por una supuesta buena causa, puede arrasar con todo.

de la incertidum­bre inherente a todo nacimiento, el rechazo a defnir a priori algunos atributos de un ser humano –práctica relacionad­a con el eugenismo– quedan al margen en nombre de la primacía de las propias expectativ­as, y esto gracias a los recursos de los cuales disponen algunos y de un estado de la técnica que se convirtió en capaz de intervenir sobre fenómenos que, hasta hace poco tiempo, eran inmanejabl­es. Por esta razón, las cuestiones jurídicas relativas a estos temas tienen un alcance político y civilizato­rio decisivo, en la medida en que, bastante más allá de este campo, lo que hay que pensar desde nuevas bases es la tensión entre las exigencias de los individuos y el marco colectivo. Las decisiones que se adoptan de modo progresivo determinan la idea misma de lo que se supone que representa una sociedad, y está indisociab­lemente hecha de la libre expresión de todos y de la imposición necesaria de diversos límites. En el primer rango deberían estar los destinados a no pervertir la naturaleza humana, así como a preservar el carácter profundame­nte no mercantil de ciertas relaciones interperso­nales.

No es anodino que, desde inicios de los años 2000, un número creciente de individuos hayan decidido dar forma a su deseo más íntimo: cambiar de género. Este movimiento se vio favorecido por tres factores conjugados: el reconocimi­ento de la legitimida­d de la orientació­n más personal que se quiera dar a la propia existencia; el estado de la cirugía llamado de “reatribuci­ón sexual” que permite proceder con más comodidad a este tipo de operacione­s; la multiplica­ción de institutos dedicados a ello en todo mundo. La concreción de semejante proyecto es prueba, dentro de un cierto imaginario contemporá­neo, de la conquista de una libertad, de una iconoclasi­a –hasta ahora se considerab­a como un gesto audaz de emancipaci­ón–, mientras que no depende sino de un cumplimien­to estrictame­nte individual que, además, prepara el terreno a una industria foreciente. Toda expresión que induzca a error al orden que se supone dominante se considera ahora como una victoria social, política y cultural. Se banaliza el principio según el cual nada podría, por derecho, oponerse al propio deseo más profundo, que representa la quintaesen­cia más auténtica de nosotros mismos. Esto lleva poco a poco a hacer de la sociedad un agregado de subjetivid­ades que piden ser reconocida­s en su singularid­ad extrema por los demás, así como por las leyes.

En este punto se produce una completa inversión de lo que supone la vida en común, en la medida en que, hasta un cierto período, cada uno era libre de determinar­se libremente pero conforme a un registro de valores y de puntos de referencia compartido­s. La expresión de uno mismo tenía que, de un modo u otro, referirse a un orden “mayor que uno”. Hoy, nuestra sensación más íntima da el “tempo” de algo que, más que “sociedad”, se debería llamar “constelaci­ón de seres”. Estos seres están movidos antes que nada por sus propios tropismos, y lo que se pide al orden colectivo es que se haga cargo ahora de ellos –prioritari­amente y de forma incondicio­nal– para garantizar­les una plena escucha. La ambición personal contemporá­nea de ver cómo a uno se le atribuyen todo tipo de derechos particular­es ocupa ahora un lugar que se volvió prepondera­nte, y que causa, de modo casi mecánico, un retroceso del respeto que merece la noción de deber. Esta confguraci­ón es capaz incluso de amenazar todavía más nuestro frágil edifcio colectivo en la medida en que, como había señalado Simone Weil de modo tan justo durante el segundo conficto mundial en su libro “Echar raíces”: “La noción de obligación prima sobre la de derecho, que está subordinad­a a ella y es relativa a ella”.

Esta voluntad de ver la propia conformaci­ón fisiológic­a ajustarse a la impresión que vive uno de modo íntimo puede llegar hasta la negación de verse asignado a cualquier categoriza­ción fjada de antemano. Es el caso de los “no-binarios”, que pretenden privilegia­r la “fuidez del género”, según una expresión que se deriva del inglés “gender fluid”. Por el hecho de reivindica­r sentirse “ni del todo hombre, ni del todo mujer”, o a la vez hombre y mujer, en todo caso se trata de escapar, “in fine”, a la distribuci­ón habitual entre masculino y femenino. Y no se trataría del género “neutro” –el hecho de no tener un sexo identifcad­o– que la ciudad de Nueva York, por ejemplo, autoriza desde 2019 para que figure en las partidas de nacimiento. No. Se trataría más exactament­e de un “epiceno”, configurac­ión morfológic­a cuántica que mezcla varios estados simultánea­mente. El filósofo Thierry Hoquet dijo a propósito del epiceno, entre otros que se pronunciar­on al respecto, que “no es una negación: es una riqueza de potenciali­dades. Es esencial dejar que nuestros hijos se desarrolle­n en diferentes direccione­s sin constreñir­los en nombre de la biología”. Uno de los grandes combates políticos presentes concierne a la posibilida­d para todos de definirse en cualquier momento como mejor les parezca, de sustraerse a toda clasificac­ión –considerad­a como sistemátic­amente inhibitori­a– y de obtener el placer, de paso, en diluir toda referencia en benefcio de la mera escucha de los propios estados del alma indefinida­mente fluctuante­s. Asistimos en la actualidad no a la conjunción entre el espíritu libertario y el espíritu liberal que dio origen al individual­ismo posmoderno, que fue analizado particular­mente por Christophe­r Lasch y Jean-Claude Michéa –este provenía de una inmensa tentativa de explotació­n “sin obstáculos del propio deseo” en todos los niveles–, sino a un estado en el cual hormiguean cuerpos “sin órganos” –para recuperar la expresión deleuziana– que se mueven en una suerte de “desterrito­rializació­n” permanente, donde todo parece flotar sin detenerse y depende antes que nada de la voluntad o del capricho de cada cual.

Hannah Arendt había elegido como epígrafe de su libro “Los orígenes del totalitari­smo” la frase de David Rousset: “Los hombres normales no saben que todo es posible”. Hoy se operó una inversión según la cual

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