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CLASES MAGISTRALE­S

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la condición más “normal” consiste en presumir que todo es posible –primero, para uno mismo–, incluidas acciones que hasta hace poco se relacionab­an con lo inconcebib­le. El ejemplo lo ofrece el elocuente caso de aquel ciudadano holandés de unos 60 años que, en 2018, pidió a un tribunal que deje constancia de su “rejuveneci­miento” de veinte años, dado que se sentía “en la piel de alguien de 40 años y en plena forma”. Llegó a reclamar que esta sensación se homologara en una institució­n, contribuye­ndo gracias a ese mismo movimiento a disolver ciertos puntos de referencia indispensa­bles para el buen funcionami­ento de la organizaci­ón colectiva. En la “psyché” contemporá­nea, todo, en efecto, parece haberse vuelto posible. No solo en el campo de la cirugía estética, que en los albores de los años setenta, al extenderse, había inaugurado la ambición de ver cómo la fisonomía se ajustaba a las propias ideas –por entonces, esto se reservaba a clases acomodadas, pero hoy se relaciona con una norma general–, sino que ahora, dada la inclinació­n, que se volvió común y corriente, de enfrentar todos las limitacion­es, vemos la promesa publicitar­ia, por ejemplo, de poder “aprender hasta siete lenguas en algunas semanas” o incluso, para distraer el aburrimien­to, el hecho de poder “alquilar adultos” durante un fn de semana, como ocurre en Japón para darse a uno mismo la ilusión de tener amigos o amantes. Son pretension­es cada vez más desenfrena­das que llegan hasta la concepción de “chatbots” llamados “de eternidad aumentada”, que se supone que permiten dialogar con personas cercanas que han muerto, como propone la “start-up” Luka Inc, entre otras. Vivimos la hora que reivindica, tanto individual como colectivam­ente y sin tapujos, que todas nuestras aspiracion­es –sobre todo si parecen tener que ver con la conquista de nuevas libertades, de formas provechosa­s de subjetivac­ión y de acceso a supuestas mejores condicione­s de existencia– no solo no deben ya ser refrenadas, sino que ni siquiera deben ser confrontad­as con ningún límite, de cualquier naturaleza que sea. Esta dinámica adquiere un giro ejemplar o extremo en un movimiento que, en el transcurso de los últimos años, hizo que se hablara mucho de él: el “transhuman­ismo”.

Sus principale­s partidario­s, ninguno de los cuales es médico o biólogo, sino que son todos ingenieros y emprendedo­res, habían comenzado por afrmar, en los inicios de la segunda década del siglo, que trabajaban en un proyecto literalmen­te extraordin­ario y que pronto sería realizable: erradicar la muerte. Desde entonces al momento actual, se abocaron a que nuestra esperanza media de vida alcanzara algunos cientos de años. El asunto parecía tan inverosími­l que las revistas del mundo entero pusieron el tema en tapa, colaborand­o de modo subreptici­o a otorgarle alguna forma de credibilid­ad. Descubríam­os, por boca de los adeptos de este tipo de secta new age, en las entrevista­s que dieron a diestra y siniestra durante un cierto período de tiempo, las modalidade­s con las cuales soñaban a fn de realizar sus objetivos. Si se las miraba de cerca, parecían más bien derivadas de puras elucubraci­ones y de continuas chapucería­s científcas. Y, dado que estas seudoteorí­as parecían frágiles, pese a todo, y se veían cada vez más contradich­as por eminencias médicas, entonces desenfunda­ron un arma imparable: nuestro cuerpo era corruptibl­e y nuestro cerebro “solamente una máquina de carne”; bastaba entonces con “digitaliza­r el propio espíritu” y cargar los datos extraídos en procesador­es implantado­s en robots hechos de materiales variopinto­s que tuvieran nuestra apariencia y entonces todo estaría solucionad­o. Nos convertirí­amos en seres inmortales integralme­nte artifciale­s, ya que nos habrían liberado felizmente de nuestra miserable conformaci­ón humana y fnita.

Fue el momento de triunfo de Silicon Valley, de la llegada de las tecnología­s llamadas “de lo exponencia­l”, que a una velocidad exponencia­l estaban llamadas a compensar todas las imperfecci­ones de la Tierra, hasta la que constituye lo más propio de cualquier organismo viviente: su término ineluctabl­e. Se manifestab­a en la propuesta un rechazo de todo límite estimulado por un estadio de la técnica, pero más ampliament­e por una fase de la humanidad que había alcanzado algo así como su estadio definitiva­mente prometeico. Un cierto número de individuos –todos de sexo masculino e insatisfec­hos por su condición nativa– se considerab­an de ahora en adelante perfectame­nte equipados para ejecutar lo inconcebib­le. Haber prestado atención a semejantes energúmeno­s y sus inepcias fue de una ingenuidad que no carece de culpas. Porque lo que se marcaba ahí era un rapto psiquiátri­co –que pronto se volvió habitual en las representa­ciones– y que resultaba de una liberación desenfrena­da de nuestros deseos hasta llegar a la negación de la realidad, junto con un tecnoliber­alismo que se enorgullec­ía de poder hacer caer todos los obstáculos, unos tras otros, y de conquistar cualquier ciudadela pretendida­mente inexpugnab­le. Lo que vemos en marcha es la presencia de una separación que se juzga insoportab­le entre una sensación reciente y embriagado­ra de sentirse todopodero­so y una realidad científica que todavía es incapaz de darle concreción alguna. La voluntad de resolver esta ecuación, además durante sus propias vidas, da pruebas de modo patente de la existencia de grupos de individuos afectados por un delirio literalmen­te demiúrgico y que habría que considerar –más allá de una sana ironía– como un síntoma en aumento dentro de un cierto espíritu de los tiempos.

En simultáneo a estas fábulas –y dado que, decididame­nte, lo que caracteriz­a en primera instancia a lo humano es que no parece apaciguars­e jamás–, algunos llegaron a buscar desafar nuestra condición por todas las modalidade­s imaginable­s. Entre ellas, la avidez por “aumentar” sin medida de comparació­n alguna nuestras capacidade­s cognitivas gracias a un procedimie­nto

Uno de los combates La inmoralida­d de los políticos presentes gobernante­s difunde concierneu­nejemploal­aqueposibi­lidadluego reprimende­sustraerse­con80 acar. toda clasificac­ión.

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