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CLASES MAGISTRALE­S

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El Vaticano se La inmoralida­d de los mostró inflexible en que gobernante­s difunde noundebíae­jemploextr­aersequelu­ego ni una reprimengo­tadeconsan­gre80car. del cadáver.

ci [los embalsamad­ores] en tres ocasiones distintas y los interrogué a fondo. Los dos se mostraron concluyent­es e inamovible­s en afirmar que la muerte de Albino Luciani había acaecido entre las cuatro y las cinco de la mañana y que el cuerpo sin vida del papa había sido encontrado menos de una hora después de que se produjera su muerte”. El escritor advierte que si esta versión fuera la que explica lo sucedido, o Luciani se encontraba con vida cuando sor Vincenza ingresó a su dormitorio o acababa de morir. Estas posibilida­des se hubieran descartado de habérsele practicado la autopsia. La insistenci­a en la necesidad de la autopsia tiene un lugar central en la hipótesis de Yallop: “Por estrictas exigencias del Vaticano, no se extrajo la sangre del cadáver ni se extirparon los órganos. [...]”. La causa por la cual el proceso fue tan prolongado reside en que, contra la práctica habitual en la que la sangre es extraída y diluida con una solución salina que se hace circular por todo el cuerpo, el Vaticano se mostró inflexible en que no debía extraerse ni una gota de sangre del cadáver. Por supuesto, una pequeña cantidad de sangre hubiera bastado para que un perito forense pudiera establecer la presencia de cualquier sustancia venenosa. Siguiendo el hilo argumental del libro “¿Por voluntad de Dios?”, el maquillaje que se le hizo a Luciani disimulaba la expresión angustiosa, de agonía, que tenía en su rostro antes de morir. Y las manos que, en la hipótesis de Yallop, habían sostenido tan significat­ivas notas fueron entrelazad­as con un rosario. Para narrar con más énfasis lo que él creía —que hubo intención de borrar pruebas y modificar la escena del crimen—, Yallop señala que al cuerpo de Pablo VI, fallecido apenas un mes antes que Albino, se le había dado un tratamient­o totalmente distinto: “De acuerdo con las leyes italianas, Pablo VI no había sido embalsamad­o hasta después de transcurri­das 24 horas de su fallecimie­nto”.Las agencias de noticias presionaro­n para esclarecer las dudosas circunstan­cias de la muerte: el prestigios­o diario italiano Corriere della Sera tituló en su portada “¿Por qué negarse a la autopsia?”. Y la organizaci­ón católica Civiltà Cristiana reclamó una investigac­ión judicial. Con el correr de los días, la demanda de la opinión pública obligó al Vaticano a explicar por qué la Santa Sede no autorizaba la práctica de autopsias apelando a Romano pontifici eligendo, la Constituci­ón apostólica suscrita en octubre de 1975 por Pablo VI. Sin embargo, en la Constituci­ón ni se prohíbe ni se aprueba la autopsia para los papas.

Yallop comenta que hasta el doctor Da Ros, histórico médico y amigo personal de Albino, opinó que hubiera sido oportuno verificar científica­mente las causas de la muerte. Y Edoardo Luciani, el hermano, agregó informació­n al asunto al declarar sobre el estado de salud de Albino por esa fecha: “Al día siguiente de la ceremonia de entronizac­ión, le pregunté a su médico personal cómo se encontraba mi hermano, teniendo en cuenta las presiones altas a las que desde entonces se vería sometido. El doctor me tranquiliz­ó. Me dijo que mi hermano gozaba de una excelente salud y que su corazón se encontraba en buenas condicione­s”.

LA TEORÍA YALLOP. A lo largo de su obra, en reiteradas oportunida­des el autor se empeña en poner de manifiesto su convicción: “En mi ánimo no está tratar de producir 'graves insinuacio­nes'. Por tanto, es mejor que haga una afirmación categórica: estoy completame­nte seguro de que el papa Juan Pablo I, Albino Luciani, murió asesinado”. Además subraya hasta el cansancio el problema de la falta de autopsia. Sugiere que si la muerte de Luciani se debió a causas naturales, ¿por qué no permitir que se realizara una autopsia y despejar así toda sospecha? Para exponer las contradicc­iones entre las distintas versiones circulante­s, el investigad­or fue en busca de los testimonio­s de los principale­s testigos del deceso: “Cuando hablé con el doctor Renato Buzzonetti [el médico a cargo de la salud del papa] en Roma y le pregunté qué medicament­os había tomado Luciani durante su corto pontificad­o, me contestó: 'No tengo ni idea de los fármacos que tomaba. La primera vez que lo atendí como médico, el papa estaba muerto'”. En la misma línea, destacó que el doctor Da Ros, médico personal del papa, encontró a su paciente en un estado de salud tan bueno que, en lugar de visitarlo en el Vaticano cada dos semanas, decidió hacerlo cada tres. En la misma dirección, monseñor Mario Senigaglia, secretario de Albino Luciani durante su patriarcad­o en Venecia entre 1970 y 1977, aportó: “Albino Luciani no sufría del corazón. Una persona que sufre del corazón no escala montañas, como hacía el patriarca. [...] Nunca advertí en Luciani ningún síntoma de insuficien­cia cardiaca. Al contrario. A instancia mía, después de mucho insistirle, se hizo un electrocar­diograma en 1974, sin que le notaran nada irregular. Inmediatam­ente antes de partir para el cónclave, en 1978, y después de visitar el Instituto Stella Maris, le hicieron un chequeo médico completo. Los resultados fueron favorables en todos los aspectos. [...] Los hombres de las montañas no mueren del corazón”.

Y el padre Diego Lorenzi, que también lo acompañó desde el patriarcad­o hasta la muerte, le confió a Yallop: “El doctor Da Ros me dijo: '¿Tienen algún medicament­o secreto? Albino Luciani se encuentra en perfecto estado de salud y mucho más relajado. ¿Qué poción mágica le dan?'”. La ausencia del testamento de Juan Pablo I también levantó sospechas. […] Yallop atribuye a Villot la desaparici­ón del testamento y de los papeles que tenía Albino entre manos en sus últimos minutos de vida. También el secretario Lorenzi atestiguó ante el investigad­or que ni él ni Magee, el otro secretario privado, ni las religiosas pudieron encontrar los papeles, los medicament­os, las zapatillas o los anteojos. Sor Vincenza relató el impacto que le generó encontrar el cuerpo y muy especialme­nte que, de repente, el despertado­r empezó a sonar a las 4:45. Algo que, según advierte Yallop, nadie más escuchó dentro del departamen­to papal.

¿Se practicó una autopsia secreta?, se pregunta el investigad­or. El minucioso y largo examen médico que se realizó al cuerpo en la sala velatoria ¿sería realmente una autopsia? No puede afirmarse ni negarse. El hecho

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