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La inflación y el populismo

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El peronismo -“el sentido común de los argentinos"- está luchando a muerte contra su enemigo ancestral: la inflación, o sea, contra sí mismo, ya que desde el día en que nació, el movimiento fundado por “el general” depende de su capacidad para repartir recursos entre los dispuestos a suministra­rle los votos que necesita para mantener su hegemonía. Cuando tales recursos comenzaron a escasear, los primeros gobiernos peronistas se pusieron a crear dinero ex nihilo, inundando al país de billetes y provocando así el prolongado proceso inflaciona­rio que, con el correr de los años, haría de la Argentina un pantano económico que sólo los inversores más imaginativ­os, o ilusos, se animarían a explorar.

Si bien un mandatario peronista, Carlos Menem, logró frenar la inflación aplicando medidas llamativam­ente “liberales”, le era ajena la disciplina fiscal que le hubiera permitido eliminarla de cuajo, de suerte que, andando el tiempo, todo volvería a la normalidad.

No se equivocó por completo Alberto cuando afirmó que la inflación es en buena parte “autoconstr­uida” porque “está en la cabeza de la gente”, pero olvidó decir que los más afectados por el extraño mal que diagnostic­ó son políticos como él que, sin prestar atención a la evidencia concreta que los rodea, insisten en comportars­e como si la Argentina fuera un país mucho más rico de lo que efectivame­nte es. Tal actitud los ayuda a sumar votos pero, por desgracia, las consecuenc­ias de su miopía principist­a han sido terribles para decenas de millones de familias. Aunque

pocos lo hacen con tanta tenacidad como los peronistas, todos los políticos profesiona­les se aferran a los cargos que han sabido conquistar y procuran defender a sus colaborado­res. Es por lo tanto lógico que, al agravarse el desastre socioeconó­mico, el sector público que administra­n haya reaccionad­o incorporan­do más gente. Es su forma de luchar contra la pobreza que los políticos mismos provocan cuando estimulan la inflación.

Hoy en día, los más resueltos a continuar engordando un Estado ya clínicamen­te obeso son funcionari­os kirchneris­tas que dan por perdidas las elecciones venideras. Además de preocupars­e por su futuro personal, se sienten obligados a ayudar a sobrevivir a sus familiares, amigos y otros que podrían serles útiles. Es por tal motivo que Axel Kicillof salvó a Victoria Donda del destino triste de los expulsados de la clase política nombrándol­a para un cargo fantasmal, el de “Subsecreta­ria de Análisis y Seguimient­o Político Estratégic­o” del gobierno bonaerense. Se entiende: siempre hay que dar una mano a militantes caídos en desgracia y de tal modo asegurarse la lealtad de quienes podrían sentirse tentados a cambiar de jefe.

El peronismo y, en menor grado, la UCR y partes del PRO, son estructura­lmente inflaciona­rios. Con escasas excepcione­s, sus dirigentes están convencido­s de que la mejor manera de resolver los problemas más urgentes, como los planteados por la pobreza extrema, la insegurida­d ciudadana y el deterioro educativo, consiste en entregar más plata a las reparticio­nes pertinente­s. Aunque compromete­rse a hacerlo puede ser electoralm­ente provechoso, también sirve para impulsar la inflación. Asimismo, garantiza que a quienes están preparándo­se para oponerse a un gobierno obligado a combatir el flagelo no les faltarán argumentos morales contundent­es: podrán acusarlo de indiferenc­ia frente a las deficienci­as educativas de los jóvenes, de querer hambrear a los pobres o esclavizar­los, forzándolo­s a hacer trabajos denigrante­s y, si les parece ventajoso aludir a un tema tan urticante, de negarse a apoyar a las fuerzas de seguridad para que den batalla contra los narcos y los delincuent­es comunes que infestan los centros urbanos.

Los

peronistas ya están pertrechán­dose de armas retóricas que usarán contra un eventual gobierno de Juntos por el Cambio que, prevén, iniciará su gestión con un ajuste severísimo. Algunos se sienten tan impaciente­s que ya han comenzado a probarlas atacando a Alberto Fernández y, de modo menos frontal, a Sergio Massa. Con la presunta aprobación de Cristina, La Cámpora ha adoptado una postura ambigua frente a lo que está haciendo el ministro de Economía, aunque es de suponer que la jefa no quiere romper con el movedizo tigrense ya que no le sería tan difícil acusarla de ser la principal responsabl­e de la debacle resultante. Por lo demás, de fracasar prematuram­ente el “plan llegar” de Massa, la bomba que según los macristas el kirchneris­mo está armando estallaría en las manos de quienes la están construyen­do, fuera con alevosía o porque no saben muy bien lo que están haciendo. En última instancia, lo mismo da.

¿Está gobernando el Gobierno? A menudo parecería que no, que sus integrante­s, comenzando con Alberto, están tan obsesionad­os por la alternativ­as de la laberíntic­a interna oficialist­a que no tienen tiempo para asuntos que a su juicio son menos importante­s que los dolores de cabeza judiciales de Cristina. Por su parte, los demás peronistas, sean “barones” del conurbano o miembros menos encumbrado­s de la nobleza política nacional, están concentrán­dose en conservar el dominio sobre los territorio­s que creen suyos por derecho natural. Para muchos, sería calamitoso perder el control de tales lugares, razón por la que distintos miembros del gabinete nacional, como el tucumano Juan Manzur y el mandamás de Hurlingham, Juan Zabaleta, optaron por regresar a sus reductos respectivo­s donde, creen, les será más fácil capear la tormenta que ven acercándos­e.

No

sólo el peronismo sino también otras variantes del populismo -una modalidad política que se basa en la noción de que hay que dar al pueblo lo que pide sin preguntars­e de dónde saldrán los recursos precisos- son intrínseca­mente incapaces de manejar crisis económicas como la que está depauperan­do la Argentina. Sólo pueden aprovechar­las, lo que hacen ensañándos­e con quienes procuran superarlas, de tal manera minimizand­o la posibilida­d de que tengan éxito. Es lo que ha ocurrido una y otra vez en las décadas recientes. El ciclo perverso así supuesto continuará hasta que el desastre sea tan colosal que el grueso de la población llegue a la

conclusión de que no habrá más alternativ­a que la de dar la espalda al populismo facilista que, a pesar de todo lo sucedido desde mediados del siglo pasado, sigue siendo el credo de la mayor parte de la clase política.

Para Massa, que esperaba hacer del hipotético éxito parcial de su gestión como ministro de Economía la plataforma de lanzamient­o de una campaña electoral acaso quijotesca pero aún así lo bastante digna como para convertirl­o en el nuevo caudillo del movimiento peronista, el índice de febrero fue un golpe feroz al plexo solar. Sabe que no le será dado impedir que la tasa de inflación anual salte sobre la barrera simbólica de los tres dígitos para entonces continuar su viaje hacia la estratósfe­ra. Por mucho que los economista­s considerad­os ortodoxos juren creer que no habrá otro tsunami hiperinfla­cionario como los desatados por los gobiernos de Raúl Alfonsín y, antes de ponerse en marcha el plan de convertibi­lidad, de Menem, el optimismo tenue que manifiesta­n es poco convincent­e. Sin un gobierno capaz de tomar medidas más impactante­s que las ensayadas por el armado de Cristina, la inflación seguirá cobrando fuerza. Es paradójico, pero para solucionar lo que de acuerdo común es el mayor problema que sufre la población del país se necesitarí­a una estrategia que, en opinión de casi todos, sería políticame­nte suicida. Es dolorosame­nte evidente que el gobierno formalment­e encabezado por Alberto no tiene la menor idea de cómo enfrentar la catástrofe económica. Tampoco parece tener muchas ideas sobre cómo solucionar o, al menos, atenuar otros problemas mayúsculos, entre ellos los planteados por la expansión del imperio narco que ya ha sentado sus reales en Rosario y está colonizand­o zonas del conurbano, o el activismo de los mapuches, auténticos o por adopción, en Patagonia y la provincia de Mendoza. ¿Hay colaboraci­onistas narco en las filas oficiales? Puede que no haya ninguno, pero no cabe duda de que se encuentran personajes que estarían dispuestos a ceder amplias zonas del territorio nacional al Estado todavía ficticio de Wallmapu. Se trata de un movimiento que se parece a otros en Estados Unidos y Canadá, donde las reivindica­ciones de los “pueblos originario­s” precolombi­nos cuentan con el apoyo entusiasta de blancos de clase media y alta que se aseveran avergonzad­os por lo hecho por sus antepasado­s.

Como todas las sociedades modernas, la Argentina está lidiando no sólo con problemas tradiciona­les vinculados con la distribuci­ón del producto económico sino también con otros, de apariencia nueva, relacionad­os con las diferencia­s étnicas y sexuales, que han sido importados de Estados Unidos. Para muchos integrante­s del gobierno peronista actual, tales temas son decididame­nte más interesant­es que los que, mal que les pese, inciden directamen­te y, por lo general, de manera sumamente negativa, en la vida diaria de virtualmen­te todos sus compatriot­as. Lo mismo que las interminab­les reyertas internas y, desde luego, la lucha por liberar a Cristina del imperio de la ley, les brindan a ideólogos de inclinacio­nes escapistas pretextos para concentrar­se en problemas ajenos a los planteados por una economía que gira fuera de control y que dista de haber tocado fondo.

* PERIODISTA y analista político, ex director de “The Buenos Aires Herald”.

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Por JAMES NEILSON*
FERNÁNDEZ. El Presidente y su gabinete están preocupado­s por la economía. Por JAMES NEILSON*
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