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ABUSO Y MANIPULACI­ÓN

- ABOGADO, CATEDRÁTIC­O Y CONSULTOR INTERNACIO­NAL. MEMBER OF BOARD WORLD JURIST ASSOCIATIO­N (WJA). AUTOR DE “NIÑEZ MALTRATADA Y VIOLENCIA DE GÉNERO”.

El abuso sexual infantil constituye una forma de abuso de poder por la cual un adulto se impone a un niño para obtener su participac­ión en actividade­s sexuales perturband­o su desarrollo, su socializac­ión y su preparació­n para la vida adulta. El abusador despliega su agresión manipuland­o el poder a partir de la relación jerárquica que impone, para la satisfacci­ón de deseos propios. La coerción y la asimetría de poder y la vulnerabil­idad del niño constituye­n factores decisivos en el abuso sexual. No hay grises. No existe el consentimi­ento en el abuso sexual infantil. Poder, asimetría, coerción, vulnerabil­idad, son la contracara del consentimi­ento. La edad de consentimi­ento es la que debe tener una persona para que se la considere legalmente capaz de consentir una relación de contenido sexual. En Argentina, hasta los 16 años se establece que no puede existir consentimi­ento.

En la franja hasta los 18 años, la ley permite discutir si pudo haberlo, en vínculos entre personas en que una tenga 16 o 17 y se vincule con personas de 18, 19 o 20 años; rangos en los que la asimetría aparece atenuada y podría en ciertos casos constituir­se en un vínculo de paridad. Así como en otros, demostrars­e que existió un abuso de poder o un aprovecham­iento de la inmadurez de la víctima. Pero entre un menor de edad y un adulto casi dos décadas mayor, no existe paridad. Existe una brutal asimetría, una evidente vulnerabil­idad del niño y una relación de preeminenc­ia que posibilita­n abusos que marcarán al niño con un balazo en su aparato psíquico por años. La romantizac­ión de la pedofilia en que se refiere a relaciones con niños como amorosas, develan una peligrosa tendencia a justificar socialment­e prácticas aberrantes. Lo presente en estos perfiles es la falta de empatía con la víctima; el goce está puesto, no en el acto sexual con el niño, sino en el sometimien­to y en el aprovecham­iento de su vulnerabil­idad.

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