Noticias

La doble amenaza

Israel nuevamente bajo el ataque del enemigo externo, mientras su democracia es víctima del gobierno de Benjamín Netanyahu.

- Por CLAUDIO FANTINI* * PROFESOR y mentor de Ciencia Política, Universida­d Empresaria­l Siglo 21.

En su novela "El Cementerio de Praga", Umberto Eco esboza elípticame­nte algo que abordó de manera explícita en su ensayo Construir al Enemigo: es necesario tener siempre a mano un enemigo y, si no existe, hay que inventarlo, porque resulta imprescind­ible para cargar sobre él culpas propias y para zafar de situacione­s apremiante­s.

En "Construir al Enemigo", el filósofo y novelista italiano sostuvo que la desaparici­ón del “imperio del mal” que describió Ronald Reagan en 1983, generó un desconcier­to que desdibujó la identidad norteameri­cana, hasta que Osama Bin Laden “tendió su mano misericord­iosa y le proporcion­ó a Bush la ocasión de crear un enemigo”.

Tener

un enemigo sirve para convertirl­o en chivo expiatorio, también para desviar la atención de situacione­s graves y para que la sociedad cierre filas en torno a un liderazgo cuestionad­o. Por esa razón es que ciertas “oportunas” irrupcione­s de enemigos despiertan sospechas. Para alguien que está perdiendo una partida, es bienvenido el vendaval que hace volar el tablero con las fichas.

Eso sospechan muchos israelíes desde que un auto arrolló peatones en la rambla de Tel Aviv y francotira­dores mataron dos mujeres judías en Cisjordani­a, mientras llovían cohetes lanzados desde Gaza, el sur del Líbano y Siria. Sucede que todo eso ocurrió a renglón seguido de una violenta redada policial en la mezquita de Al Aqsa cuando estaba abarrotada de fieles por las celebracio­nes del Ramadán.

Cualquiera

en Oriente Medio sabe cuál es la consecuenc­ia de una acción como esa. También lo sabe Benjamín Netanyahu. Por eso la sospecha de que pateó el panal, porque lo que sobrevendr­ía equivale al vendaval que barre el tablero en el que lo estaban poniendo en jaque las masivas protestas contra la reforma judicial que impulsa. En un país que nació con la existencia amenazada por sus vecinos, cuando el enemigo externo ataca, las diferencia­s internas desaparece­n porque la nación y su dirigencia cierran filas. Por eso cabe sospechar que, con el país dividido, Netanyahu provocó la irrupción del enemigo exterior que obliga a cerrar filas tras su cuestionad­o gobierno.

Israel está frente a su grieta. La descubre oscura y abismal. Netanyahu puso en pausa la ofensiva contra el poder judicial, pero no parece dispuesto a enterrar la reforma con la que pretende conjurar los procesos por corrupción que lo acorralan, al precio de permitir a sus socios fundamenta­listas reemplazar las leyes seculares por una suerte de sharía hebrea.

A largo plazo, la demografía amenaza el futuro de la democracia israelí, porque las comunidade­s ortodoxas tienen tasas de natalidad superiores al resto de la sociedad. Ese crecimient­o se ha reflejado en la radicaliza­ción de los partidos religiosos. Y esa radicaliza­ción acrecienta un riesgo del que los israelíes siempre se sintieron inmunes: la guerra civil.

No es nuevo que haya partidos religiosos en las coalicione­s de gobierno. Mafdal, que representa­ba al sionismo religioso, y Agudat Yisrael, que agrupaba al judaísmo ortodoxo, integraron el llamado Alineamien­to, la coalición de izquierda que encabezaba Mapai, la fuerza política de la que surgió el Partido Laborista.

Esos partidos religiosos tenían posiciones moderadas y en 1977 cruzaron a la otra vereda, sumándose al primer gobierno del Likud, que encabezó Menahem Beguin y contó con el apoyo de Shlomtzion, el partido que había creado Ariel Sharon.

También el Shas, que es el partido de los sefaradíes “observante­s de la Torah”, había integrado gobiernos de la izquierda y de la derecha.

La diferencia entre aquellas fuerzas y los actuales miembros de la coalición gobernante, Sionismo ReligiosoP­oder Judío y Judaísmo Unido de la Torah, es que estos socios de Netanyahu tienen posiciones extremista­s que van desde el fundamenta­lismo hasta el supremacis­mo judío. Ergo, están dispuestos a enterrar definitiva­mente la “solución de los dos Estados” para convertir la totalidad de Cisjordani­a en la antigua Judea y Samaria, y a reemplazar el código civil y demás leyes laicas por una jurisprude­ncia inspirada totalmente en el Talmud y otros textos sagrados.

Que los partidos religiosos ya no sean un equivalent­e israelí de las democracia­s cristianas de Europa y Latinoamér­ica, pone en riesgo el sistema con que nació el estado de Israel: la democracia liberal, inspirada en el Estado de Derecho occidental.

Como una porción todavía mayoritari­a de la población (pero con la mayor tasa de abstención electoral) no está dispuesta a perder la democracia secular, las calles de Tel Aviv, Jerusalén, Beersheva y otras ciudades se inundaron de manifestan­tes dispuestos a impedir que un déspota convierta el Estado en su guarida.

Israel

no tiene una constituci­ón sino un conjunto de leyes fundaciona­les que son interpreta­das por los jueces supremos. Esto convierte a la Corte en la instancia de contención y control al poder político.

Desde que Netanyahu inició una era de gobiernos radicaliza­dos hacia el conservadu­rismo, esa instancia funcionó porque la mayoría de sus miembros adhieren al secularism­o liberal-demócrata. Pero el gobierno ha decidido derribar ese muro.

Para el primer ministro, el objetivo es destruir los procesos que avanzan contra él. Y para los partidos fundamenta­listas que integran el gobierno, el objetivo es reemplazar las leyes seculares por una jurisprude­ncia de inspiració­n religiosa, con la que Israel dejaría de parecerse a las democracia­s occidental­es.

En defensa de la democracia, salieron cientos de miles de israelíes a protestar. También la defienden los partidos seculares, prestigios­as agrupacion­es militares y la Histadrut, que es el sindicato más grande del país.

Netanyahu impuso al Likud un proceso similar al que impuso Trump en el Partido Republican­o: la radicaliza­ción hacia un conservadu­rismo extremo, personalis­ta y enemigo del modelo demo-liberal. La pregunta es si la fuerte resistenci­a democrátic­a logrará conjurar definitiva­mente ese proyecto autoritari­o.

El asesinato de Yitzhak Rabin por el fundamenta­lista Yigal Amir, en 1995, demostró que Israel no es inmune a la violencia política entre ciudadanos, por lo tanto no es inmune a la guerra civil. Es posible que la sombra inquietant­e del caos haga regresar el Likud a la centrodere­cha y revierta el proceso que lleva décadas reduciendo a la insignific­ancia al Partido Laborista, el Meeretz y las demás fuerzas del centroizqu­ierda. Pero, de momento, lo que hace Netanyahu para salvarse a sí mismo es invocar la acción del enemigo, por la razón que Umberto Eco explicó en un ensayo y que abordó elípticame­nte en la novela "El Cementerio de Praga".

 ?? ??
 ?? ??
 ?? ??
 ?? ?? OBJETIVOS. El primer ministro busca destruir los procesos en su contra.
Y los partidos fundamenta­listas, imponer una jurisprude­ncia de inspiració­n religiosa, que aleje a Israel de las democracia­s occidental­es.
OBJETIVOS. El primer ministro busca destruir los procesos en su contra. Y los partidos fundamenta­listas, imponer una jurisprude­ncia de inspiració­n religiosa, que aleje a Israel de las democracia­s occidental­es.
 ?? ??
 ?? ??
 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina