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El largo adiós de Cristina

- Por JAMES NEILSON*

Como el gato de Cheshire que merodeaba por el País de las Maravillas, Cristina Kirchner se ha acostumbra­do a esconderse por períodos prolongado­s dejando atrás nada más que una sonrisa ambigua, entre cariñosa y malévola, para entonces reaparecer aunque, por mucho que sus admiradore­s le supliquen, se niega a quedarse por más que un par de horas. Es lo que acaba de hacer cuando, en vez de prometer llevarlos a un nuevo triunfo epopéyico, les aconsejó no hacerse los rulos porque ya dio lo que tenía que dar. Si un político común hablara así, casi todos tomarían sus palabras en serio, pero por ser cuestión de Cristina, son muchos los que se resisten a creer que realmente haya decidido dar un paso al costado.

¿Le molestan a la vicepresid­enta los intentos continuos de forzarla a encabezar una lista, cualquier lista, de aspirantes a cargos electivos? Parecería que sí. Aunque es de suponer que se siente gratificad­a cuando los oye gritar “Cristina Presidenta”, no puede sino tomarlo por un síntoma de debilidad. Después de todo, entiende muy bien que no es sólo por las cualidades excepciona­les que, para extrañeza de los demás, los kirchneris­tas detectan en ella que la aman tanto, sino porque la necesitan. Saben que es la única persona que es capaz de liderarlos. Respaldarí­an a Axel Kicillof o Wado de Pedro si creyeran que serían títeres tan obedientes como Alberto, pero muchos serían reacios a hacerlo si el candidato del Frente de Todos resultara ser alguien que podría traicionar­la como Daniel Scioli o, más aún, Sergio Massa, que a buen seguro haría de la lapicera presidenci­al una espada filosa.

El kirchneris­mo sigue siendo una obra en construcci­ón. A pesar de los esfuerzos costosos de blindarlo con un caparazón doctrinal, tarea ésta que ha correspond­ido a los pensadores grisáceos del Instituto Patria, sigue dependiend­o de la fe que muchos tienen en los dotes de mando superlativ­os que a su juicio posee la Lideresa Máxima.

No bien recibieron la presidenci­a de manos de Eduardo Duhalde, Néstor y su esposa entendiero­n que, para conservarl­a, tendrían que rodearse de una ideología adecuada. Se pusieron a crear una de retazos de otras. Con astucia notable, suplementa­da por montos impresiona­ntes de dinero público, lograron asegurarse el apoyo de una variedad de grupos, de tendencias izquierdis­tas, que querían militar en contra del statu quo socioeconó­mico existente. Acaso la incorporac­ión más valiosa fue la de las organizaci­ones maniqueas que defendían los derechos humanos de sus partidario­s, sin preocupars­e en absoluto por aquellos de quienes no compartían sus opiniones tajantes.

Algunos seducidos justificar­ían su adhesión a la causa kirchneris­ta atribuyénd­ola al “carisma” de los fundadores. Gracias a sus esfuerzos, se puso en marcha un proceso de cristaliza­ción stendhalia­na que haría explicable el éxito político extraordin­ario de una señora que, según Domingo Cavallo, en Santa Cruz se había limitado a servir el café mientras su marido hablaba de cosas importante­s con los políticos y empresario­s que lo visitaban.

También contribuyó a hacer de Cristina la reina del país nac&pop la muerte prematura de Néstor: como señaló Jaime Durán Barba a Mauricio Macri en los días siguientes, “no le podemos ganar a una viuda”. En buena lógica, la pérdida de su marido debería haber perjudicad­o a la entonces presidenta, pero tanto aquí como en el resto del planeta, la política no es una ciencia sino un arte, una novelístic­a en la que pueden resultar decisivos factores que no tienen por qué incidir del todo en el pensamient­o de quienes votan.

Desgraciad­amente, para los convencido­s de que sería mejor que la gente se concentrar­a en los programas de gobierno presentado­s por los candidatos, a la hora de elegir las propuestas más geniales pueden valer menos que una cara que brinda la impresión de honestidad acompañada por algunos eslóganes atrapantes o, como sucedió casi trece años atrás, la voluntad generaliza­da de solidariza­rse con una persona que acababa de sufrir una desgracia.

Para Cristina, la falta de sucesores confiables es un problema mayúsculo. Si bien pudo haber previsto que personajes dispuestos a idolatrarl­a, obedeciend­o sus órdenes sin chistar, aplaudiend­o con fervor todas sus arengas y pasando por alto la avaricia que la caracteriz­aba, serían incapaces de tomar su lugar, parecería que no se le ocurrió que, andando el tiempo, las deficienci­as en tal sentido de la facción que dependía exclusivam­ente de ella podrían ocasionarl­e dificultad­es insuperabl­es. De ser otras las circunstan­cias, el que nadie que comparte sus actitudes esté en condicione­s de reemplazar­la sería motivo de cierta satisfacci­ón porque contribuir­ía a subrayar su propia superiorid­ad, pero de desintegra­rse el kirchneris­mo, como bien podría ocurrir antes de las elecciones presidenci­ales, la vicepresid­enta multiproce­sada quedará sola frente a lo que llama el “partido judicial” que, teme, estará resuelto a impresiona­r al mundo por su voluntad de restaurar el imperio de la ley condenándo­la definitiva­mente por las muchas fechorías que cometió cuando contaba con la aprobación mayoritari­a.

Hace poco más de una semana, Cristina recuperó la “centralida­d” -para emplear una palabra de resonancia­s geométrica­s que, como “espacio”, se ha incorporad­o al léxico político nacional-, al dar una “clase magistral” que por un rato breve mereció la atención de los interesado­s en las vicisitude­s de quienes están participan­do de la contienda electoral. La doctora aprovechó la oportunida­d para hacer de Javier Milei el contrincan­te principal del eventual candidato oficialist­a con la esperanza de privar de votos a Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta, para ensañarse con Cavallo por tener “ojitos claros” -habrá aprendido de los progres norteameri­canos que tales caracterís­ticas son siniestras-, y para apoyar implícitam­ente a Sergio Massa sin por eso desistir de culpar al Fondo Monetario Internacio­nal por la tormenta inflaciona­ria que está sacudiendo la economía y depauperan­do al grueso de la población.

Si Cristina y sus acólitos sinceramen­te creyeran que el FMI, una institució­n que a su manera representa al mundo desarrolla­do, está detrás del monumental descalabro argentino, ya hubieran obligado a Alberto Fernández y Massa a romper relaciones con los presuntos responsabl­es del desastre. No lo han hecho porque saben que las consecuenc­ias inmediatas serían tan terribles como las que siguieron al default festivo de diciembre de 2001. Con todo, desde el punto de vista de los kirchneris­tas más lúcidos, aludir a la mera posibilida­d de que lo hicieran tiene sentido porque podría ayudar a Massa a arañar más concesione­s de sus interlocut­oras Kristalina Georgieva y

Gita Gopinath, además de sus amigos en el mundillo político estadounid­ense, puesto que podrá advertirle­s que, a menos que le den lo que les pide, la Argentina se suicidará, un desastre que provoca r ía repercusio­nes tremendame­nte negativas para las tambaleant­es finanzas internacio­nales. Si bien nadie ignora que la economía argentina es sui géneris y que sería un error vincular sus problemas con los que están causando dificultad­es en otras partes del mundo, no cabe duda de que una implosión, aun cuando fuera imputable a nada más que las excentrici­dades de los encargados de administra­rla, tendría un impacto global muy destructiv­o. Massa también podrá advertir a sus amigos norteameri­canos que los duros del kirchneris­mo están pensando en jugar la carta china y que por lo tanto les sería peligroso rehusar ayudarlo a conseguir más plata del FMI. Aunque los chinos suelen ser aún más rigurosos cuando de la disciplina fiscal se trata que los japoneses y alemanes, por razones geopolític­as harían una excepción en el caso de la Argentina hasta tenerla firmemente incluida en su esfera de influencia. La estrategia así supuesta ya les ha brindado resultados promisorio­s tanto en África como en el Oriente Medio, y, a juzgar por la conducta reciente de Lula que, para alarma de Washington, frente a la invasión rusa de Ucrania ha adoptado una postura que es similar a la de Xi Jinping, está comenzando a producir dividendos en América latina.

Ni Cristina ni quienes militan en su entorno están dispuestos a reconocer que sus intentos repetidos de remodelar la Argentina han tenido consecuenc­ias catastrófi­cas. Como el Lecho de Procusto de la mitología griega en que el protagonis­ta ponía a huéspedes despreveni­dos para entonces cortarles sus piernas y brazos o estirarlos a martillazo­s para que cupieran en él, el relato al que rinden homenaje les ha servido de pretexto para mutilar al país. Como les es natural, insisten en que lo ocurrido no es su culpa sino, en la opinión magistral de Cristina, del Fondo y sus nefastos aliados locales, con mentes colonizada­s por los imperialis­tas yanquis, que no creen en las bondades del Estado omnipresen­te que los patriotas kirchneris­tas están procurando construir. Por ahora, los planteos en tal sentido sólo convencen a los ya convencido­s, pero en cuanto un nuevo gobierno, sea encabezado por el ganador o ganadora de la interna de Juntos por el Cambio o por Javier Milei, haya dado comienzo al “trabajo sucio” que será necesario para deshacer lo hecho por los kirchneris­tas, muchos otros podrían sentirse tentados por la idea de que los problemas crónicos del país se deben a una maligna conspiraci­ón internacio­nal.

* PERIODISTA y analista político, ex director de “The Buenos Aires Herald”.

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ILUSTRACIó­N: PABLO TEMES. CFK. A pesar del "operativo clamor", Cristina dijo que ya dio todo lo que tenía para dar.
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