No todo es la mala suerte
Ricardo Caruso Lombardi y su crónica de una salida anunciada. Amagó una vez, amagó dos y ya se fue de un club, Huracán, cuyos hinchas a grandes rasgos se habían dividido entre los escandalizados defensores de la pelota más redonda que la redondez y los pragmáticos que respiraban hondo y tomaban nota de que, cuando hay hambre, no hay pan duro. Urgía un director técnico que se acomodara rá- pido, bajara ideas igual de modestas que de claras y trazara objetivos más o menos sencillos. No pudo ser. Huracán no sumó jugando mal, no sumó jugando regular y tampoco sumó cuando jugó de forma aceptable. No tuvo, a la vista estuvo, esa dosis de buena fortuna indispensable para cualquier empresa, sea en el fútbol, sea para abrir un bar. Este ingrediente, el de la buena suerte y de la mala suerte, tampoco supone la primera y única explicación. Algo mal debe de haber hecho Caruso Lombardi. La pregunta del millón, que tal vez puedan responder los protagonistas directos, es la de si había establecido con los jugadores esa comunión profunda y esa juramentación que en otras veredas se había traducido en copiosa agua de las piedras. Esta vez no dio esa sensación. No hubo un Huracán blando, tampoco un Huracán demasiado fervoroso. Ya fue escrito en esta misma pieza periodística: tal vez Caruso Lombardi sea menos buen DT de lo que él cree de sí mismo y a la vez mejor DT de lo que creen quienes lo encuentran un mero charlatán. Así las cosas, dura lex del fútbol profesional, su paso por Huracán va derechito al casillero del debe, pero eso sí, justo sería que constara en las actas el atenuante de que tampoco chocó una Ferrari.