COMO RUSO EN LA RUTA
PEDIR COMIDA EN EL MEDIO DEL CAMINO ES TAREA DE RIESGO.
Hacer una road movie en Rusia es una idea que cabe repetir en plan laboral o turístico y sin cámaras. Parar en un restaurante a 40 kilómetros de Moscú puede ser una experiencia enriquecedora sobre la comunicación. Si en Moscú es difícil encontrar entusiastas del inglés, en su conurbano profundo (más bien sinurbano) la característica se potencia. Una empanada semiabierta y longilínea de salchicha parrillera no admite dudas sobre la potencia de su relleno, pero ¿cómo saber qué esconden esos pasteles cerrados con pinta inocente? ¿Cómo saberlo si ni las señas, ni la mímica ni el traductor de Google ni ningún otro traductor de la Vía Láctea son capaces de acercarnos al ruso que está del otro lado del mostrador con cara de cortina de hierro?
Sin embargo, cuatro palabras (pollo, queso, plato y vaso) alcanzan para armar un almuerzo inolvidable enrollado en un sospechoso panqueque naranja donde asoman repollo, tomate y pepinos. Al costado, un pastel de ricota, recalentado, suda en una bolsa de nylon. Todo se comparte con mi compañero de ruta, Hernán Claus: mismo plato, dos cubiertos y un solo vaso de cartón. El inevitable paso posterior por el baño nos hizo pensar en silencio sobre el posible estado de la cocina. Fue una mirada, nada más. Los dos sabíamos que era tema tabú. Hasta mañana, lector. O quizá no.