River le dio una lección que no olvidará. Fue una goleada conceptual, de principio a fin. Racing puede perder mucho más que la punta...
Lo que impacta es el contraste. La notable diferencia de jerarquía entre un equipo potencialmente bueno como Racing y un campeón con todos los atributos, que no habla antes de los partidos ni se hace el guapo antes de jugar como sí hizo Coudet y que hoy lo deja expuesto y en ridículo. Por respeto a la investidura, hay que hablar primero de River porque se ganó los galones ganando finales, aunque el término del impacto que significa este tsunami para el campeonato, de las consecuencias impredecibles para la psiquis propia y ajena, habría que empezar por la debacle de Racing y su miedo a ganar.
Pocas veces se vio una superioridad tan marcada de punta a punta, inmaculada, que involucra lo táctico, lo técnico, lo mental y lo físico. River hizo gala de un estilo aceitado, de manejo de tiempos, de funcionamiento colectivo e individual. Y de un hambre que sólo tienen los que no les alcanza los campeonatos, porque lo que buscan es la gloria. Y con ella no se negocia. Respeto para un equipo que se rompe el alma para defender porque corre hasta el arquero, que se ofrece en anchos y largos porque todos se muestran para jugar, y que tiene un hambre asesino que no perdona: cuando River está así, las mujeres y los niños primero...
Ahora sí Racing. El partido lo pierde Coudet, la derrota lleva sus huellas por donde se la mire. Claro que detrás hay una actuación individual paupérrima, pero antes la debacle fue colectiva por un espantoso planteo táctico y de elección de los intérpretes, que en tal caso después hizo metástasis en la confianza y la autoestima de los jugadores.
Claro que se puede partir desde un esquema de batalla, vale apostar a salir a defender porque no hay recetas buenas o malas. El asunto es hacerlo con criterio y un plan sustentable. Racing hizo todo lo contrario: Díaz se metió en los centrales, no para que los laterales apretaran a los extremos rivales y ganar presión en el medio para salir rápido por las bandas. La Academia se plantó en línea con los cinco cerca de su arquero. Los volantes quedaron expuestos ante el pressing de River, incapaces de manejar la pelota hasta límites grotescos, paralizados por el ritmo frenético de un rival que no lo dejaba respirar. El experimento duró 10 minutos: Chacho vio que su plan maestro fracasó y mandó a Díaz a intentar apagar el incendio a los costados de Domínguez, aunque el daño estaba hecho. Pero además a Racing le faltó audacia mental, capacidad de agresión, autoridad que le da (¿daba?) el saberse puntero. Todo lo que la Academia intentó chocó contra sus propias limitaciones.
Coudet intentó remediar la falta de juego con el ingreso de Zaracho. Ahí desnudó un error central: un equipo no puede prescindir de futbolistas que cambien el ritmo por velocidad y técnica. Y tanto él como Centurión sentados en el banco fueron una postal del despilfarro. Cuando el equipo intentaba acomodarse, River le metió la mano de nocaut. Que el marcador exiguo no engañe: lo de anoche fue una goleada conceptual, estrepitosa, porque además Racing, literalmente, no pateó al arco en todo el partido. La diferencia fueron cuatro o cinco goles. Que marca la enorme lección de autoridad que River le dio. Para que aprenda.