¡DE AQUÍ A LA ETERNIDAD!
Está vivo. El Diego, gordo, flaco, respondón, con mechón, bostero, compañero, irreverente, siempre de la gente, vive. Su historia jamás terminará de escribirse. Entonces: ¿qué lógica tiene esta necrológica?
Parece mentira. Cuántas veces lo mataron. ¿Cuántas? Pero lo decían y al final, no. Zafaba, siempre. Resucitaba, siempre. Como aquella vez que lo marcaban cuatro, cinco, seis, y parecía imposible. Pero no. Salía vivo de ésas. Trucos, gambetas, conejos de la galera; prodigios y malabarismos. Engañaba a todos. Hasta
a Ella. Y el mundo, ahora, esperando otro milagro. Rehén de otro milagro. El mundo en shock, inmóvil, tembloroso en un rincón de la habitación. Mira sin ver, sin entender. El mundo en una sala de espera. ¿Es cierto? ¿Alguien puede creerlo? Decime que no, que no es verdad. ¿Cómo que murió? Porque no puede ser. Esto, no. Que sea cualquiera, no importa quién, Dalma, Gianinna, algún dirigente de Gimnasia, alguien del puto entorno, cualquiera que salga y diga que no, que el Diego está bien, que aparezca el doctor Luque, entre millones de micrófonos y preguntas y caos, y nos diga que no, que fue sólo un susto; que aparezcan los pinturas que desfilan por los canales de TV y digan que no; que salgan el Turco y Lalo y digan que no; que Guillote nos cuente de la vez que el Diego recibió a Fidel con un inodoro en la cabeza y nos caguemos todos de risa. Que Diego viva. Que siga de este lado de la línea de cal. Un rato más. Si el Diego siempre estuvo. Gordo, flaco, de rulos, con mechón, respondón, enfermo, sano, cubano, rápido, lento, mediático pero nunca diplomático, con la panza que le explota o el tobillo hecho pelota, bostero, compañero, bendito, maldito, siempre mito, rebelde, sonriente, inconsciente, irreverente, Diego tan de la gente; luchando siempre contra los molinos de viento y los cabezas de termo.