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“GRITEN TODOS, PARA QUE VUELVA DIEGO...”

Maradona se puso la azul y oro y no se la sacó nunca más: fue el gran hincha de Boca por el mundo. Desde el Metro 81 hasta la última vez en marzo con Gimnasia.

- RAMIRO SCANDOLO POR rscandolo@ole.com.ar

“NUNCA VAS A MORIR. SIEMPRE VIVIRÁS. TE AMO REY DE REYES”.

“NUNCA NADIE JUGÓ NI JUGARÁ A LA PELOTA COMO ÉL. EL PRIMER 10”.

Eternas gracias. Eterno Diego”. Eternas, eterno... El mensaje de despedida de Boca a Maradona no alcanza para describir lo que significa su nombre dentro del club más popular de todos. Porque Diego Armando Maradona para Boca fue mucho más que el Metro 81, fue el gran embajador por el mundo, el que estaba en el mejor momento de su carrera, en lo más alto del fútbol planetario, y declaraba sin problemas su amor por los colores y juraba que iba a volver a ponerse la azul y oro. Ningún otro lo hizo. Y los tributos rendidos ayer en los alrededore­s de la Bombonera fueron en consecuenc­ia de todo lo que hizo por el club.

Maradona llevó a Boca más allá de las fronteras. Por supuesto que primero, en 1981, eligió el club por sobre River, desparramó a Fillol en el barro y llevó al equipo de Silvio Marzolini a consagrars­e campeón local. Después, luego de una gira mundial en 1982, un club con problemas financiero­s no lo pudo retener y lo tuvo que vender. Aunque está dicho que nunca se fue.

“Vale diez palos verdes, se llama Maradona...”, cantaba la Bombonera mientras el Diez la rompía en el Napoli. “Vaaamos Boca, ponga huevo, griten todos, para que vuelva Diego...”, seguían las tribunas a full, como ruego para que el mejor de todos pegara la vuelta y rescatara al equipo de una larga sequía sin títulos. Dos gritos que se repitieron ayer en la Bombonera.

Diego volvía como hincha. Durante el Apertura 92, un torneo histórico porque Boca llevaba 11 años sin títulos locales desde ese Metro 81, alentaba como hincha desde un sector de la platea cada vez que estaba en el país, muchas veces acompañado por su papá don Diego y el actor Carlos Calvo. Más acá en el tiempo, desde su palco ubicado frente a la línea del mediocampo, el que por muchos años tuvo colgada una foto suya con Riquelme, con medio cuerpo afuera, con camiseta puesta o girando por los aires. Cantando, gritando, dando indicacion­es, sufriendo, gozando.

Antes de su vuelta, algo increíble, jugó un tiempo para cada equipo en un amistoso entre Boca y Sevilla en la Bombonera. En el entretiemp­o se fue rápido al vestuario y salió vestido con la azul y amarilla para jugar el ST para el equipo de Tabárez. ¡E hizo un gol! “Si tengo que jugar contra Boca me muero... Todos vayan sabiendo una cosa, ese día, yo me pongo la camiseta de Boca”, había anticipado. Y se hizo realidad.

Diego volvió como jugador. Es difícil explicar lo que significó y fue su regreso en 1995, con el mechón rubio, en ese partido contra Colón de Santa Fe, el día en que sus hijas salieron de adentro de un caja de regalos enorme y lo sorprendie­ron en la previa, el día de Segurola y Habana, el día del gol de Scotto sobre la hora.

Fueron dos años con idas y vueltas, pero con otros momentos históricos, estadios reventados, Bombonera a sus pies. “Vuelvo porque

quiero a Boca”, dijo en uno de esos vaivenes. “Quiero ser campeón con Boca y jugar el próximo Mundial de Francia”, agregó.

El regreso duró desde la gira por Corea del Sur hasta su último partido en el Monumental, cuando “a River se le cayó la bombacha” y Riquelme se convirtió en su sucesor.

Diego siguió volviendo. En su despedida del 2001, cuando llenó la cancha en un partido entre ex compañeros vs. la Selección de

Bielsa, se sacó la camiseta argentina y abajo tenía la 10 de Román, con la que terminó jugando. “La pelota no se mancha”, dijo sobre el final de la fiesta, después de reconocer errores que cometió a lo largo de su vida. En el palco durante los años siguientes, con el Boca de Bianchi y el de Basile, y también con algún homenaje dentro del campo. Y la última vez como DT de Gimnasia, el homenaje, el piquito con Tevez y la vuelta olímpica. Eterno. De Boca.

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